Oro y plata para España, marcha triunfal en los Campeonatos Europeos de Múnich

En la prueba de 35 kilómetros, el murciano Miguel Ángel López consigue su segundo título europeo, ocho años después de Zúrich; y la catalana Raquel González termina segunda en la prueba femenina

Miguel Ángel López cruza la línea de meta en Múnich como campeón de los 35 kilómetros marcha.ANDREAS GEBERT (REUTERS)

Cómo la goza, la soledad, Miguel Ángel López, que no es el ciclista, pero es también Superman, o más Superman aún, marchando erguido, esbelto, por Ludwigstrassen hacia la plaza del Odeón de Múnich. Marcha solo porque va el primero, distantes, lejanos, todos los demás.

Y así, vuelta tras vuelta, el sol brilla fuerte en las aceras, duele, un carrusel de tres kilómetros hasta cumplir 35, pasando una y otra vez por delante del edificio de la universidad, el pabellón de Philologicum, en cuyos escalones, a la sombra...

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Cómo la goza, la soledad, Miguel Ángel López, que no es el ciclista, pero es también Superman, o más Superman aún, marchando erguido, esbelto, por Ludwigstrassen hacia la plaza del Odeón de Múnich. Marcha solo porque va el primero, distantes, lejanos, todos los demás.

Y así, vuelta tras vuelta, el sol brilla fuerte en las aceras, duele, un carrusel de tres kilómetros hasta cumplir 35, pasando una y otra vez por delante del edificio de la universidad, el pabellón de Philologicum, en cuyos escalones, a la sombra, varios estudiantes sentados, esperando como quien espera a Godot, quizás debatan sobre la filosofía de la marcha, que la pueden entender, siempre un pie pegado a la tierra, el otro en movimiento, todos los sentidos alerta, y también sobre su lógica, que solo se puede entender viendo la vida como un camino que se recorre, no como un destino al que hay que llegar cuanto antes. Y en un extremo del carrusel, en el arco de triunfo de Siegestor, una batucada les marca el ritmo a los que marchan tan rápido, remeros de Ben-Hur, y en el otro, en el Odeón, suena Macarena, que, en teoría debería animarle a López y también a Raquel González, que pelea con una griega por la victoria en la carrera de mujeres, y pierde el oro, pero gana la plata, y se emociona.

Gana López con 2h 26m 49s, a un ritmo de 4m 10s el kilómetro, y andando, y casi tres minutos de ventaja sobre el segundo, el alemán, Christopher Linke, y cuatro minutos sobre el tercero, el italiano Matteo Giupponi. En mujeres, González, segunda, llegó a dos minutos de Antigoni Ntrismpioti (2h 47m, a 4m 45s el kilómetro) y con 48 segundos de ventaja sobre la tercera, la húngara Viktória Madarász.

Y, entre tambores en una plaza y charangas en la otra, los gritos de los entrenadores en la recta interminable. José Antonio Carrillo, de Cieza siempre, el entrenador de López, de Llanos de Brujas, también en Murcia, ya no toma orfidales para vencer a los nervios del día de batalla. “Ya soy abuelo”, dice. “Ya sé estar tranquilo”. Se emociona como siempre, o más, porque ve que su polluelo —subcampeón del mundo en Moscú, hace nueve años, campeón de Europa ya por primera vez hace ocho años, en una mañana lluviosa de Zúrich, junto a las vidrieras de Marc Chagall, campeón del mundo hace siete, junto al Nido, el estadio olímpico de Pekín—, siempre en los 20 kilómetros, tan bien peinado como siempre, ese perfil esculpido, vuelve a volar seis años después del batacazo de los Juegos de Río.

Raquel González celebra la plata en los 35 kilómetros marcha.FILIP SINGER (EFE)

Y no le vocea muy alto a López, no tan alto, por lo menos, como le grita los mensajes largos, intensos, Santi Pérez, el director de marcha de la federación, a Raquel González, que aguanta el ritmo inmutablemente duro de la griega Antigoni Ntrismpioti. “Vas a ganar, Raquel, vas a ganar”, le dice Pérez, que fue marchador de 50 kilómetros y conoce las virtudes de la paciencia y del ataque decidido, fugaz, final. El golpe que concluye la tragedia. “Tienes que cambiar. Vas a atacar. Así que vete pensando el momento en que lo vas a hacer, vete visualizándolo, porque vas a ganar”. Pero no cambia. Antes de volver a verla, una vuelta más tarde, le llegan a Pérez otras noticias, la griega se va, Raquel no aguanta. “La griega se me fue un poco, pero yo pensé, vete, vete, que te la voy a devolver yo, ya verás, pero, llegó al final un momento en el que, buá, yo seguía concentrada en el intento, pero no tenía la energía extra necesaria para ir a por ella”, dice la marchadora de Mataró, de 32 años, que comenzó a marchar con Josep Marín y lleva unos años en Madrid entrenando con José Antonio Quintana. La atleta, quinta en el Mundial de Eugene, sufrió la covid a su regreso de Estados Unidos y, aunque viajó a León a trabajar con el resto de su equipo, apenas pudo prepararse, y le faltó, explica Quintana, los ajustes finales, el punto que le hubiera dado fuerzas para cambiar. “Los mensajes motivadores de Santi Pérez dan siempre en el clavo”, añade la marchadora, que, dice Pérez, es un talento puro y cristalino, una clase tan grande como frágil, y delicada. Pero al final, brilla al sol de Múnich grande como su sonrisa alegre.

A López, Pérez le dice que la goce, que no ceje, que piense en su familia, en su Daniel que tiene año y medio, en su mujer, Daniela, en todos, como si López ya no fuera pensando en ellos, en cómo ha cambiado su vida desde que fue a Río ambicioso y favorito, y hasta con deseos de doblar y competir en los 20 y en los 50 kilómetros, y Carrillo ya llevó el sombrero de paja para reventarlo de un puñetazo como Sam Mussabini en Carros de fuego cuando su Harold Abraham gana la medalla de oro en París 1924. Sobre las piedras de Múnich, a espaldas del Isar y su brisilla, López vuela. Está saliendo del “desierto de medallas, eclipsado por otros compañeros” en el que se sumergió después de Río. Habla de los más jóvenes, de Álvaro Martín, campeón de Europa de los 20 en Berlín 2018, de Diego García, subcampeón. No va a fallar como ha fallado el sueco Perseus Karlsom, que ha salido atómico y ha sucumbido. Y cuando termina, López se ríe y grita, ahora sí, ahora puedo decirlo, he ganado. Y habla de qué diferente es ser atleta de elite siendo padre, de lo largas que se le hacen las concentraciones en Sierra Nevada, en Colorado, en Font Romeu, de las ganas de estrujar a su Daniel y a su Daniela, que trabaja y no ha podido estar en Múnich, de cómo quiere que su hijo crezca para que le vea marchando y lo entienda, y se emocione como se emocionaba él de niño, grabando en su vídeo todas las competiciones, y, 20 años después, ganando.

“Yo siempre he tenido fe de volver a conseguir algo grande y el 35 me ha dado la oportunidad. Nunca he perdido la esperanza, la ilusión para seguir compitiendo y entrenando, aunque no ha sido fácil”, dice el atleta, que ha comprobado, como no muchos, que la paciencia paga, que las cosas llegan. “Una medalla más para el saco, un segundo campeonato de Europa. Y, ahora, París, en el 24, la medalla olímpica, la que me falta”.

Carrillo no llevó a Múnich el sombrero de Mussabini. “No, para un Europeo no es. Es para unos Juegos”, dice Carrillo. Lo guarda para París, donde, 100 años después de Mussabini, todo se cerrará feliz.

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