La travesía del escalador Erik Noya para huir de la violencia en Venezuela y convertirse en subcampeón mundial con España
Nieto de emigrantes gallegos y nacido en Caracas, dejó su país por la crisis y sobrevivió en Madrid como repartidor, dando clases en rocódromos e Instagram. Ahora sueña con una medalla en París 2024 en la modalidad de velocidad
Erik Noya tiene 28 años. Su padre y abuelos son gallegos. Su bisabuelo tenía una imprenta en A Guarda (Pontevedra) y publicaba material antifranquista. Sus abuelos sufrieron la hambruna posguerra y emigraron a Venezuela. Allí, en Caracas, nació y se crio Erik. Allí, con seis años, probó por primera vez la escalada y fue “amor a primera vista”. De allí tuvo que huir en 2017. “Es un país donde por comida te matan, por llevar el móvil en la calle te pueden pegar un tiro, donde l...
Erik Noya tiene 28 años. Su padre y abuelos son gallegos. Su bisabuelo tenía una imprenta en A Guarda (Pontevedra) y publicaba material antifranquista. Sus abuelos sufrieron la hambruna posguerra y emigraron a Venezuela. Allí, en Caracas, nació y se crio Erik. Allí, con seis años, probó por primera vez la escalada y fue “amor a primera vista”. De allí tuvo que huir en 2017. “Es un país donde por comida te matan, por llevar el móvil en la calle te pueden pegar un tiro, donde las armas están a la orden del día para cualquier persona”. No para él. “Mi vida no es lanzar piedras y molotov. Tenía que haberme ido de allí muchísimo antes. Estaba viviendo en una situación con mucha violencia alrededor, odio y resentimiento. Estoy convencido de que estaba en una depresión y ni siquiera lo sabía. Vivía con mis padres, me sentía una carga. No sabía que iba a ser de mi vida y confiaba en políticos que profetizaban un cambio pronto. Arriesgué mi vida yéndome a protestas supuestamente pacíficas donde levantábamos las manos y lo que nos devolvían eran bombas lacrimógenas, perdigones, gas pimienta. Estar en ese ambiente me convirtió en una persona violenta e irritable. No había luz, me sentía muerto en vida”, confiesa.
La única vez que dejó de escalar, de hecho, fue en los dos años antes de marcharse de Caracas. “Por la crisis, porque la Federación de allí se fue al garete, porque estábamos viviendo en un país donde todo era insostenible. Como deportista no iba a llegar a ningún lado”, relata.
Aterrizó en Madrid con 23 años sin nada más que sus estudios de Económicas y Empresariales. Se instaló en casa de su madrina. Lo primero que hizo fue pasear toda la noche. “Poder caminar sin miedo era espectacular, y hacerlo sacando el móvil. En Caracas era imposible. Recuerdo que me encontré dos euros en el suelo y me dije: ‘Mira, acabo de llegar a España y acabo de conseguir el sueldo mínimo que hubiese recibido en Venezuela. Eso me hizo darme cuenta de muchas cosas”.
Se buscó la vida como pudo porque, dice, “la sangre siempre tiene que fluir”. Los 518 euros de la pensión del Emigrante Retornado en España que le correspondían los invirtió en una academia para opositar a bombero. No dejó de escalar, aunque tuviera que entrenarse a las doce de la noche tras jornadas interminables de trabajo, aunque no tuviese ya ni fuerzas, cuenta, para poner la lavadora. Fue repartidor de Glovo, Instagramer -de dar clases de preparación física por redes sociales-, convocaba otras presenciales en el Parque del Retiro y cobraba cinco euros a cada asistente, fue técnico en rocódromos y daba clases a niños en las fiestas de cumpleaños.
Cuando eres emigrante te conviertes en el minimalismo en su máxima expresión: esto es lo que tengo, esto es lo que soy, y con esto tengo que tirar para adelante
La Federación madrileña, a la que acudió a buscar ayuda y a decirle que él era “bueno en esto” le echó un cable. En 2018 ganó la Copa de España, la primera competición oficial que se hizo en la modalidad de velocidad. Hoy es subcampeón del mundo, tercero del ranking mundial y una de las bazas españolas en escalada para los Juegos de París 2024. El ranking olímpico empieza justo a finales de este mes (se clasificarán 24 deportistas: 12 hombres y 12 mujeres). A diferencia de Tokio, donde la escalada combinaba las modalidades de bloque, dificultad y velocidad, en París, la velocidad tendrá su propia competición y medalla (bloque y dificultad, juntas, otra).
Las pecas y una sonrisa permanente iluminan la cara de Noya. Ha dejado atrás sus pesadillas, la “oscuridad” como la llama él. Está feliz porque la plata en el Mundial de Moscú 2021 le abrió las puertas del Centro de Alto de Rendimiento de Sant Cugat y de una beca. Por primera vez no tiene que compatibilizar el deporte de élite con jornadas de trabajo. “Por primera vez me entreno todos los días de la semana, me lavan la ropa, me hacen la comida, tengo nutricionista, fisioterapia, psicólogo deportivo”. Y así, despreocupado, puede dedicarse exclusivamente a escalar.
“Te voy a fallar, pero no puedo más”
A punto estuvo de tirar la toalla justo antes de ese Mundial, se quedó sin ingresos y no le daba la vida para más. “Llamé a David [Macià, seleccionador y su mentor] y le dije: ‘Lo dejo, no puedo más. Perdóname por fallarte’. Lo entendió y me dijo que me llevara el aprendizaje acumulado y que fuéramos al Mundial a disfrutar. Y fui a eso y a dejarme la piel. No sé cómo explicar la sensación que tuve en esa competición: de liberación, de amor por lo que hago, de enfrentarme a la injusticia de la vida”.
¿Cómo se pueden conseguir resultados teniendo que combinar trabajo con deporte de élite? “Si te soy honesto, eso no se puede conseguir. Eso es mentira. Y es inviable. Lo mío fue una excepción total. Se tienen que alinear los planetas para que eso pase y no sé si vale la pena. No quiero que eso sirva de ejemplo, sino que sea algo anecdótico para que la gente nunca baje los brazos”, contesta Noya que de pequeño hizo de todo: natación, fútbol, pintura, baloncesto, surf, kite. Sus padres, dice, querían que hiciera un deporte porque eso significaba tener una infancia feliz.
Se emociona ahora cuando recuerda lo vivido, lo que ha dejado atrás, lo difícil que fue tirar para adelante con sus padres lejos y sin un duro. “Lo que la gente no entiende es que cuando eres emigrante no llevas una vida normal. No puedes salir de fiesta, ni darte el lujo de comprarte algo, ni ir a restaurantes o de cañas. Cuando eres emigrante te conviertes en el minimalismo en su máxima expresión: esto es lo que tengo, esto es lo que soy, y con esto tengo que tirar para adelante el tiempo que sea necesario. Te centras en currar y entrenar y a ver si en algún momento se te abre alguna puerta”.
Lo cuenta todo de sopetón en una charla de casi una hora, sentado en la sombra de los pocos árboles que quedan en la Plaza de España de Madrid. Solo se frena porque se emociona tanto que se le cae alguna lagrimilla. Es sábado 4 de junio y hace un calor asfixiante, es también el fin de semana en el que se celebra la Copa de España de escalada. A Noya las puertas se le han abierto porque no ha dejado nunca de intentarlo. Porque dice que en medio de la oscuridad y de la depresión, la escalada fue su luz. “A esa luz me agarré cuando llegué aquí”.
Se siente orgulloso de haberlo conseguido. Macià, el seleccionador que llegó en enero de 2019 y que, además de hacer crecer a Alberto Ginés, montó un grupo de velocistas alrededor de Erik, dice de él que la primera vez que le vio se dio cuenta enseguida de que encajaba en el perfil de deportista que siempre busca. Y así lo resume: “para mí, la relación entrenador-deportista tiene que ser honesta y afectiva porque si es así, todo funciona mejor. Ayuda a no desconfiar, a valorarnos mutuamente y a creer en el esfuerzo”.
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