De Jay a Jay: los pilares del sueño de Boston Celtics
Brad Stevens, el ideólogo del equipo, diseñó al finalista de la NBA en base a los aleros Jaylen Brown y Jayson Tatum
A mediados de junio del año 2017, mientras pasaba unos días de descanso por Europa, el teléfono de Jaylen Brown sonó de madrugada. Al otro lado estaba Danny Ainge, por entonces principal responsable de los despachos en los Celtics. Brown había finalizado su primer año como profesional en Boston y aquella llamada, sabiendo de quién procedía y que además tenía lugar apenas unos días antes de la ceremonia del draft, podía traer consecuencias para su futuro.
El joven alero, adormilado, n...
A mediados de junio del año 2017, mientras pasaba unos días de descanso por Europa, el teléfono de Jaylen Brown sonó de madrugada. Al otro lado estaba Danny Ainge, por entonces principal responsable de los despachos en los Celtics. Brown había finalizado su primer año como profesional en Boston y aquella llamada, sabiendo de quién procedía y que además tenía lugar apenas unos días antes de la ceremonia del draft, podía traer consecuencias para su futuro.
El joven alero, adormilado, no pudo responder a esa primera llamada. Pero sí a una segunda, que tendría lugar solo unos minutos después. Para entonces, el cerebro de Brown, a menudo preso de una salvaje autoexigencia, temía lo peor. Si Ainge le llamaba directamente y a esas horas, algo serio debía ocurrir. Su mente se disparó hacia múltiples escenarios que implicaban un traspaso y otra vuelta a empezar: en otro lugar, con diferentes técnicos y nuevos compañeros. En definitiva lejos de Boston, donde estaba cómodo. Bajo esa extraña sensación, contestó temeroso.
“Jaylen, necesito una opinión. Tu opinión”, le señaló directo Ainge. “Verás, estamos valorando opciones para el draft… y quiero saber qué piensas de Jayson Tatum”, confesó el ejecutivo. Ainge, en suelo estadounidense y seguramente ajeno a la diferencia horaria que le separaba de Brown, estaba haciendo una ronda de llamadas, a muy distintos perfiles, para obtener informaciones, incluso instintos particulares, sobre el plan que indirectamente los Celtics ya tenían activo: apostar por Tatum con su elección en el número tres.
Brown, elección altísima –también la tercera- en el draft del año anterior (2016), conocía a Tatum, que había completado su primer año en la prestigiosa universidad de Duke. Y sabía que compartía, en cierto modo, perfil deportivo con él. El de un alero de fantásticas capacidades físicas, potencial defensivo y un techo altísimo en ataque, con toda la gama de recursos abierta.
Sin embargo, fiel a sus principios, Brown fue sincero y antepuso el futuro del proyecto al que acababa de llegar a sus aspiraciones personales. Porque tras aquella en apariencia inocente duda de Ainge existía un compromiso real a su propia aventura en Boston: en el peor caso la llegada de Tatum podía limitar su papel, relegarle a un rol más secundario y, como consecuencia, frustrar su progresión.
“Tatum es tu hombre”, afirmó Brown sin tapujos, según recogía hace unos años el periodista Chris Mannix. Efectivamente Tatum, tal y como tenía decidido la cúpula de la franquicia, aterrizó en Boston aquel verano. Pero Brown no solo no salió de los Celtics, sino que su relevancia se incrementó en un contexto deportivo, comandado por Brad Stevens, cuya idea nacía y se desarrollaba bajo el impacto de sus aleros.
Semanas después de aquella conversación con Ainge, la franquicia verde –que venía de alcanzar las Finales de Conferencia por primera vez en cinco años- se hacía con otro alero de élite más, Gordon Hayward, procedente de Utah. El plan de Stevens, aún técnico entonces, partía de apostar por la versatilidad física, táctica y técnica que un nutrido grupo de aleros podía proporcionar. Stevens buscaba, en el fondo, flexibilizar su estructura al máximo a partir de lo que sugería ser la vanguardia del baloncesto: jugadores por encima de los dos metros capaces de asumir cualquier función en pista y, a la vez, mutar de forma permanente entre todas ellas según la necesidad colectiva.
Sin embargo, el sugerente panorama, aquel experimento de juntar a Brown, Tatum y Hayward, duró un pestañeo. El destino acudió cruel a apagar aquella esperanza. En el primer cuarto del primer partido de la siguiente campaña, Hayward sufrió una terrible lesión que cambió su carrera. No solo estaría un año completo sin jugar, sino que, al regresar, nunca volvería a ser el mismo. Por el camino y para colmo, la apuesta de Kyrie Irving, también llegado el verano de 2017, no salió como Boston esperaba.
El viejo sueño de Stevens de alerizar su equipo al extremo, fomentando un valor creciente del jugador de élite, la multifuncionalidad, fue quedando atascado los siguientes años pese a los recurrentes intentos de los Celtics, ya agarrados a la pareja Tatum-Brown, por llegar al último escalón: disputar las Finales. Hasta que el destino ha aparecido de nuevo, esta vez dispuesto a ofrecer una segunda oportunidad.
Esta temporada, una serie de cambios en la jerarquía de la organización alteraron las formas en la hoja de ruta. Stevens sustituyó a Ainge en su cargo e Ime Udoka fue el elegido para ocupar el banquillo. El regreso de Horford, la apuesta por White, el afianzamiento de Smart y la irrupción de los Williams –Robert y Grant- contribuyeron al nuevo impulso, ofreciendo a los Celtics una vía hacia la gloria. Una que lideran los Jay’s, los dos aleros totales que coexisten sin problemas flexibilizando ataque y defensa.
El desarrollo de Tatum y Brown no ha sido sencillo ni lineal pero, en este punto, admite una evidencia: son dos de los mejores aleros del mundo. Sus capacidades anotadoras, creativas y defensivas, su poder para ser autosuficientes pero al mismo tiempo vivir integrados en un esquema coral por convencimiento, ha marcado el camino. Ambos disfrutan, sin haber rebasado aún los 25 años, de sus más dulces tramos de carrera mientras iluminan la esperanza de los Celtics, cuyo último título llegó en 2008.
Y así aquella vieja aspiración de Stevens, de construir un equipo campeón en base a una pareja de aleros que simboliza la modernidad del juego, cobra ahora máximo valor cuando él, ya desde los despachos, observa a los Jay’s, a sus Jay’s, acercar el título a Boston. Cerrando el círculo de una identidad en pista que él pudo imaginar hace un lustro y que ahora alcanza plenitud, para deleite de la parroquia verde.
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