El sacrilegio de las tres rayas, o cuando Adidas convenció al Real Madrid para ‘manchar’ la camiseta
En el ambiente depresivo que siguió la final de la Copa de Europa de 1981 que los blancos perdieron contra el Liverpool fue fácil maldecir de la publicidad
Cuando aquel 27 de mayo de 1981 el Madrid saltó al campo para enfrentarse al Liverpool en París, el macizo del madridismo frunció el ceño. El blanquísimo uniforme había sido alterado con tres rayas moradas que descendían por las mangas, de cuello a puño. Las mismas tres rayitas recorrían verticalmente el calzón y rodeaban horizontalmente el dobladillo de las medias.
El Madrid volvía ese día a la final de la Copa...
Cuando aquel 27 de mayo de 1981 el Madrid saltó al campo para enfrentarse al Liverpool en París, el macizo del madridismo frunció el ceño. El blanquísimo uniforme había sido alterado con tres rayas moradas que descendían por las mangas, de cuello a puño. Las mismas tres rayitas recorrían verticalmente el calzón y rodeaban horizontalmente el dobladillo de las medias.
El Madrid volvía ese día a la final de la Copa de Europa, que no había pisado desde 1966, cuando los ye-yés. Ahora era el Madrid de los garcías, claramente inferior en juego y en jugadores a ese Liverpool al que iba a enfrentarse. La baza del Madrid era la leyenda, los ancestros, las imágenes evocadas de los Marquitos, Zárraga, Di Stéfano, Puskas, Gento, Amancio, Pirri, Velázquez… Siempre en blanco purísimo, solo alterado por el escudo en el corazón y el número en la espalda.
Pero Adidas había convencido al Madrid de que se prestara justo el día en que regresaba a una final, que era la de la XXV edición y en París. Estábamos en plena guerra fratricida entre Adidas y Puma, y digo fratricida porque de verdad lo era. Adolf y Rudolf Dassler eran hijos de un zapatero remendón de Herzogenaurach, en Baviera. Combatieron codo con codo en el frente belga en la Gran Guerra, regresaron vencidos y empezaron a hacer zapatillas y calzado deportivo. Adolf era el del taller, Rudolf, el comercial. Adolf ideó las zapatillas con clavos que ayudaron a Owens a ganar en los JJOO de Berlín. Durante la nueva guerra la fábrica les fue expropiada para fines bélicos. Dejaron a Adolf al mando, Rudolf fue al frente del Este. Eso les separó.
Adolf creó su propia marca con las primeras letras de su nombre (en diminutivo) y su apellido: Adidas. Ideó los tacos recambiables que ayudaron a Alemania a ganar la final de 1954. Rudolf replicó con Ruda, que pronto cambiaría por Puma. Ambas empresas en Herzogenaurach, cada una a un lado del río. Medio pueblo trabajaba para uno, medio para el otro. La rivalidad, fiera, embargó a toda la comunidad y se ha sostenido durante tres generaciones. Cada cual con sus símbolos: Adidas, con su trébol y sus tres rayitas: Puma, con su puma, su estela y su raya ancha en la manga.
Adidas llevaba un tiempo rondando a Luis de Carlos, sucesor de Bernabéu al frente del club, muy preocupado por las deudas. Ya en la asamblea del verano de 1980 planteó la posibilidad de abrir el uniforme a un patrocinio, pero ante el rechazo visible prefirió no someterlo a votación. Luego en la Navidad de 1980, la marca premió al Madrid como mejor club del año, por su doblete nacional de Liga y Copa, título este ganado en la final contra el Castilla.
Estuve en París y recuerdo muy bien el ¡aaaahhh! de desilusión entre los madridistas al percatarse cuando tras el barullo de la salida los grupos posaron. La novedad incluía chándal blanco, en lugar del azul clásico. Alguien junto a mí comentó que el masajista Luisito Velerda (muy popular, como sus predecesores Legido y Benedicto), parecía un heladero. Que aquello no era serio. No iba el trébol en el pecho, porque la UEFA prohibía los reclamos publicitarios hasta el punto de que el Liverpool tuvo que cubrir con esparadrapo la mosca de Umbro. Pero las tres rayas colaban como diseño.
El partido fue malo. Faltaron tres defensas titulares y Boskov sacó a Stielike y Cunningham muy mermados. El juego fue espeso. El Madrid, muy encerrado, tuvo una sola ocasión, que se le escapó a Camacho, cuando persiguió un pase al claro y bombeó largo sobre la salida de Clemence. Muy cerca del final, saque de banda próximo al área del Madrid, el balón que bota raro en la cal de la raya lateral del área, patada al aire de la pierna mala de García Cortés, un zurdo que tuvo que jugar a la derecha, y gol del lateral Alan Kennedy, el malo de los dos hermanos.
En el ambiente depresivo que siguió fue fácil maldecir de la publicidad. Para muchos, se había entregado algo sagrado en un día sagrado por treinta monedas de plata. El pago fueron 17 millones de pesetas, en un presupuesto de 1.076, de los que 125 iban al Castilla. Cunningham había costado 195.
Desde entonces el Madrid siempre tuvo sponsor técnico. El 1986 pasó a Hummel, en 1994 a Kelme y en 1998 regresó a Adidas, con la que sigue hasta hoy. Ahora pone 100 millones de euros, una séptima parte del presupuesto.
Algún día había que empezar.
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