Mucho Betis y no poco Valencia

El club verdiblanco logra su tercera Copa tras resolver en los penaltis una final muy competida en la que cada cual tuvo su momento

Los jugadores del Betis, con Joaquín con la copa, celebran el título.Foto: ALEJANDRO RUESGA | Vídeo: EFE

Una final atómica, con dos batallones de futbolistas reventados, exprimidos hasta el tuétano, entronizó al Betis en la Copa por tercera vez. Béticos y valencianistas cerraron el choque ya de madrugada con el corazón en los huesos, el alma entre los dientes y calambres hasta en las pestañas. Un partido solo para jabatos, disputado sin ñoñerías durante 126 minutos. Un duelo tan terminal que nadie se dio por vencido hasta llegados los penaltis. En esa suerte en la que se confunden víctimas y verdugos, falló Musah, el más cadete de los lanzadores. No hubo portero que atinara —ni Bravo a sus 39 año...

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Una final atómica, con dos batallones de futbolistas reventados, exprimidos hasta el tuétano, entronizó al Betis en la Copa por tercera vez. Béticos y valencianistas cerraron el choque ya de madrugada con el corazón en los huesos, el alma entre los dientes y calambres hasta en las pestañas. Un partido solo para jabatos, disputado sin ñoñerías durante 126 minutos. Un duelo tan terminal que nadie se dio por vencido hasta llegados los penaltis. En esa suerte en la que se confunden víctimas y verdugos, falló Musah, el más cadete de los lanzadores. No hubo portero que atinara —ni Bravo a sus 39 años ni Mamardashvili con 21—. Y Miranda, como el mítico Esnaola en 1977 y Dani en 2005, coronó a los camaradas de Joaquín, que hace tiempo que se ganó los máximos honores verdiblancos junto a Rogelio, Cardeñosa, López, Gordillo y tantos otros referentes de ese club tan singular. No hubo consuelo para el Valencia, que compitió de forma titánica y tuvo la cumbre tan cerca como su rival. Esta Copa mereció dos copas.

Desde lo futbolístico, en La Cartuja, cada cual con su divisa. De entrada, el Valencia farfulló con el balón; mejor que lo tuviera el contrario. Lo suyo es el birle y a la carrera. El Betis se apolilla sin la pelota; acepta gozoso la posesión. Lo suyo es el temple. Ocurre que el fútbol es cualquier cosa salvo una ciencia exacta. Lo comprobó el atrincherado equipo de Bordalás. Su alineación, con tres centrales y un pelotón de gente por detrás de la pelota, sugería un conjunto de aire vietnamita. Un espejismo. Sus centrales resultaron carmelitas para Borja Iglesias, único ariete local. Y por el supuesto intrincado embudo del medio —con Ilaix en detrimento de Bryan Gil y Hugo Duro como cierre por el costado izquierdo— sincronizaban Fekir y Canales.

De inicio, el Betis no encontró el campo minado que anticipaba su adversario. Fekir conectó con Bellerín y el centro del lateral puso en órbita a Borja Iglesias: 1-0. Gabriel Paulista no frenó a tiempo y no llegó como antidisturbios Diakhaby. El destape de un Valencia abrigado. Lo acentuó Juanmi, al que se le fue un cabezazo tras un centro de Alex Moreno. Los escoltas de Mamardashvili, otra vez fuera de lugar. El cuadro levantino aún no estaba en La Cartuja. Ni pistas de Soler, o de Hugo Duro, y con Guedes desvalido en punta. Lo único que igualaba a los dos contendientes era su descuido al elegir los tacos. Unos y otros se escurrían y escurrían.

El fútbol es veleta. Hay instantes, fogonazos, que alteran el discurrir de un partido. Sucedió en esta final, donde la primera gran intervención de Soler dio vuelo al Valencia. El internacional descargó a un toque la pelota para Ilaix, que enchufó de maravilla a Hugo Duro, que batió a Bravo con un remate de cuchara. El empate asentó al desnortado equipo valencianista del comienzo. Poco antes del descanso, con el duelo ya equilibrado, el Betis dio con el sustento de Canales, autor de un disparo al poste izquierdo de Mamardashvili.

Desmentidos

Como se trata de un juego de desmentidos constantes, del intermedio surgió un Valencia con querencia por la pelota. Resulta que el equipo que desdeña el balón como si fuera un peligroso artefacto nunca se sintió mejor en la final que cuando tuvo su gobierno. Y resulta que alrededor del balón, y no corre que corre tras él, el cuadro de Bordalás dio con el faro de Soler. Al tiempo, Ilaix y Hugo Guillamón tuvieron otra mordida en la presión. De repente nadie era quien iba a ser. De la inesperada autoridad de los de Mestalla casi saca provecho Hugo Duro, que trasciende cerca del área, no como amarre defensivo. Bravo impidió el 1-2, como haría después el georgiano Mamardashvili ante Juanmi, que no embocó una asistencia deliciosa del chisposo Borja, mucho más que un goleador.

Los avisos se daban en las dos áreas. Nadie estaba a salvo. El Betis nunca se fue del todo de La Cartuja y el Valencia ya había gritado ¡presente! Al choque no le faltaba intriga. Igualdad desde lo colectivo, todo quedaba supeditado a un apunte individual. De Juanmi, por ejemplo. Un lazarillo del gol que tuvo a un dedo la gloria, pero otro poste frustró al grupo de Pellegrini. Lo mismo que un par de decisiones arbitrales, un indulto a Guillamón, que bien pudo ser expulsado, y un aparente penalti de Soler a Fekir. Al renacido Valencia ya le fallaba el depósito en el último trecho, lo que obligó a intervenir a Bordalás con los cambios. Y un guiño futbolístico y sentimental de Pellegrini: Joaquín, que se ha ganado la eternidad en diferido, a la partida. En un partido con curvas para unos y otros, el Betis se creció de nuevo antes de llegar a la prórroga, momento alcista que tuvo a Fekir a un palmo del gol, pero otra vez acertó Mamardashvili. Tal era el suspense que también hubo de esforzarse Bravo ante Soler. Tenía mejor pinta el Betis, pero nadie era capaz de envidar por un finalista. Pura emoción. Pasada la medianoche, La Cartuja se tiñó de verdiblanca. Mucho Betis. Y no poco Valencia.

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