Fede Valverde contra el plan de Tuchel
El uruguayo aplacó en Londres la idea del técnico del Chelsea de un partido físico: ayudó en defensa, en el medio y al ataque. El alemán anuncia que lo intentará de nuevo
Uno de los primeros entrenadores de Fede Valverde en Peñarol, José El Chueco Perdomo, capitán del Uruguay de Francescoli y Rubén Sosa que ganó la Copa América de 1987, suele recordar el momento en el que, con 14 años, el futbolista comenzó a convertirse en el tipo poderoso y polivalente que es hoy. Sucedió cuando lo dirigía en el sub-15. Por entonces Valverde jugaba convencido de que podía vivir siempre al ataque, pero El Chueco lo veía de otra forma: “Le tiré de la oreja y le dije: ‘Mirá, si querés jugar a nivel mundial, ...
Uno de los primeros entrenadores de Fede Valverde en Peñarol, José El Chueco Perdomo, capitán del Uruguay de Francescoli y Rubén Sosa que ganó la Copa América de 1987, suele recordar el momento en el que, con 14 años, el futbolista comenzó a convertirse en el tipo poderoso y polivalente que es hoy. Sucedió cuando lo dirigía en el sub-15. Por entonces Valverde jugaba convencido de que podía vivir siempre al ataque, pero El Chueco lo veía de otra forma: “Le tiré de la oreja y le dije: ‘Mirá, si querés jugar a nivel mundial, tenés que marcar [defender] y jugar, las dos cosas”, le dijo. Valverde se resistía y El Chueco lo instaló en el banquillo. Aguantó dos partidos antes de rendirse.
Aquel encontronazo dejó una huella en Valverde (Montevideo; 23 años), que en muchas de sus mejores tardes registra un punto agónico. Lo describió después de su primer partido feliz con el Real Madrid, un 4-2 contra el Granada en octubre de 2019 en el que apabulló con su despliegue: “Voy a correr siempre hasta que las piernas me revienten”, dijo aquel día al terminar, bastante más fresco que en otras grandes noches. Como la de la semana pasada en la ida de cuartos de la Champions en Stamford Bridge, donde se retiró en el minuto 86, fundido y acalambrado, con 1-3 en el marcador.
No era la primera vez que alcanzaba su límite en un partido importante. En octubre de 2020, en el Camp Nou, tras su primer gol en un clásico y otra exhibición, terminó tumbado sobre la hierba en el minuto 69. Antes de verse así, había pasado un rato llevándose las manos a la cabeza, con mareos, viendo borroso.
Al final de esa temporada, en Anfield, volvió a coquetear con el dolor. Era la vuelta de los cuartos de la Champions, y el Madrid defendía el 3-1 de la ida. Pero Zidane no tenía lateral derecho: Carvajal estaba lesionado, no se fiaba de Odriozola y terminó reclutando a Valverde, que no era lateral y tenía el pie derecho en muy malas condiciones. Aunque eso se supo después, cuando el partido había terminado y su pareja, Mina Bonino, publicó una imagen del pie tomada poco antes del partido, con el interior del empeine, su zona de golpeo, cubierta por un considerable moretón. “Día y día pinchándote para estar firme y hoy cumpliste más que nunca. Sos nuestro orgullo”, escribió Bonino.
La misión que le encomendó Ancelotti en Stamford Bridge guardaba alguna similitud con la de Zidane en Anfield en cuanto a pirueta táctica. Jugó de nuevo fuera de su sitio natural, o al menos buena parte del tiempo. Aunque el italiano le pidió aún más, y Valverde resolvió la papeleta con una exhibición en la que aportó precisamente lo que le había faltado al Madrid la temporada pasada, cuando el Chelsea lo apeó en semifinales. En Stamford Bridge.
El uruguayo fue muchas cosas en Londres. Fue, por ejemplo, el quinto defensa, carrilero derecho, cuando atacaban los de Tuchel, y ahí socorrió a Carvajal y apuntaló el sistema de contención anulando siempre la amenaza que suponía su antagonista, el carrilero izquierdo, César Azpilicueta. Como contó Ancelotti después del partido, el navarro determinaba su posición: cuando subía, Valverde se incrustaba atrás como lateral. Pero antes de llegar ahí ayudó también a la línea anterior de su lado, sobre todo a Modric y Casemiro. Y todo eso sin descuidar sus tareas como atacante, ya que según su entrenador el esquema del equipo seguía siendo 4-3-3 y el uruguayo era también el extremo derecho, en lugar de Rodrygo o Asensio.
Pero fue más cosas. Resultó fundamental en tres aspectos en los que Tuchel había avasallado al Madrid el año pasado: la amenaza de la movilidad de los atacantes ingleses, la salida de balón de los blancos y el manejo del ritmo en el centro del campo. El alemán no logró nada de eso en Londres y ayer aún se lamentaba: “Queríamos un partido más físico, pero no trabajamos lo suficientemente duro, ni con la intensidad necesaria”, dijo.
Añadió, además, algo insólito vistas las prestaciones de la tripleta clásica del centro del campo madridista: “Nos enfrentamos a una desventaja enorme desde el punto de vista físico, porque el Real Madrid ha tenido un año entero con cinco cambios”, aseguró. Y anticipó sus intenciones para este martes: “Necesitamos encontrar la manera de hacer un partido físico, esto es parte de la solución”. Del otro lado, el antídoto Valverde aplicado en diversas zonas de nuevo.
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