La primera noche loca de los novatos del miedo escénico
Rodrygo, Alaba, Vinicius y Camavinga se estrenaron en una remontada europea en el Bernabéu contra el PSG, una especie de bautismo cultural que les encendió en vísperas del clásico
La noche de la remontada del Real Madrid al PSG Rodrygo Goes salió del Bernabéu asomado a través del techo de un coche, cantando lo que cantaban los hinchas que aún quedaban por las aceras. En ese coche fue a cenar con la familia y algunos amigos, y siguieron hablando del partido, incapaces de encontrar otro tema. Después, ya en casa, todavía entre familia y amigos, siguieron exprimiendo la remontada. Rodrygo no quería irse a dormir. Ninguno quería. Así que repasaron jugadas hasta las siete de la m...
La noche de la remontada del Real Madrid al PSG Rodrygo Goes salió del Bernabéu asomado a través del techo de un coche, cantando lo que cantaban los hinchas que aún quedaban por las aceras. En ese coche fue a cenar con la familia y algunos amigos, y siguieron hablando del partido, incapaces de encontrar otro tema. Después, ya en casa, todavía entre familia y amigos, siguieron exprimiendo la remontada. Rodrygo no quería irse a dormir. Ninguno quería. Así que repasaron jugadas hasta las siete de la mañana, y solo entonces se acostaron. Al despertar, continuaron hablando del partido, y siguieron haciéndolo a diario durante más de una semana, mientras se aproximaba el clásico de esta noche. Aquella remontada había tenido el efecto de una revelación para un chico brasileño que apenas conocía de oídas esas noches locas de Chamartín.
No fue el único. Al terminar el partido el Madrid tenía en el campo también a Vinicius, Militão y Camavinga, todos recién llegados como parte de la operación renove a partir de talentos pescados antes de su gran eclosión. “Esa noche estaban esos chicos realmente en una burbuja”, dice una fuente del club, que incluye en el grupo de extasiados a un novato no tan joven, Alaba, de 29 años.
El austriaco compuso la imagen icónica de esa especie de bautismo cultural de la siguiente generación. Después del 3-1, cuando los futbolistas del Madrid se lanzaron a la banda a celebrar el gol de Benzema, Alaba agarró una silla plegable y la elevó sobre su cabeza, como cuando el mono Rafiki presenta a Simba como heredero en El rey león. “No lo pensé mucho. Fue la emoción. Con una remontada tan espectacular, puedes volverte loco”, explicó en una entrevista en su país. “Sabía por mis visitas anteriores al Bernabéu que es un estadio que puede desarrollar un poder propio. Así fue contra el PSG”.
Esa impresión la tuvo ya hace muchos años Jorge Valdano, que estuvo en el Madrid en las asombrosas remontadas de los 80 en la UEFA, cuando por ejemplo levantaron un 5-1 que el Borussia Mönchengladbach les había endosado en la ida en Alemania: “Cuando eso se convierte en costumbre, crees que el estadio tiene propiedades. Y conviene que eso se difunda”, dice. “Que se lo crean los enemigos. Eso es importante”.
Por entonces, según recuerda el exfutbolista, parece que se lo creía todo el mundo: “Jugábamos ante 120.000 personas, porque en esa época había varios miles que se colaban en el estadio. Iban a vernos en eliminatorias en las que habíamos perdido por cuatro o cinco goles contra equipos alemanes, que en esa época poco menos que se comían a los niños crudos. Y la gente iba con una confianza insensata en que eso podía ocurrir. Y a los 10 minutos los alemanes hasta se arrepentían de ser futbolistas. Ni siquiera jugábamos bien esos partidos, pero era una avalancha”, recuerda.
A Vinicius nunca le falta fe, pero sí le ha faltado el público. Según fuentes cercanas al futbolista, desde la pandemia, que los alejó de la gente justo después de un clásico en el Bernabéu en el que él anotó el 1-0, recuerda a menudo lo malo que era jugar sin gentes. Lamentaba sobre todo que la que consideraba su mejor noche, la ida de cuartos de la Champions del año pasado contra el Liverpool, sucediera en un Alfredo di Stéfano vacío. Anotó dos goles, pero le faltaba la grada para celebrar, y aquello le tenía frustrado. Pensaba que le faltaba una noche así en el Bernabéu, una en la que, dice su gente, sentir plenamente que eran los reyes de Europa.
Eso sucedió contra el PSG, un partido que para él contenía varios choques. Él mismo contra Neymar, a quien siempre ha mirado como su gran ídolo, y con quien se le mide en Brasil. Y también en choque cultural que percibía entre el PSG y su dinero ilimitado proveniente de Qatar, y el Madrid, en el que aprecia el peso de la historia y la tradición.
Eso también sedujo a Valdano cuando entró al vestuario blanco: “Había una transmisión de valores directa. Había que ganar, no había ninguna otra obligación. Y no ganar era vergonzante”, dice. “Los jugadores son una cadena de transmisión de esos valores. Lo han sido Juanito, Camacho, Raúl...”.
Cuando acabó el partido contra el PSG y los jugadores terminaron de celebrar con la grada, una cámara siguió a Luka Modric, 36 años, en su camino al vestuario. El croata se fue deteniendo con sus compañeros, en una especie de ceremonia en la que tenía un gesto para cada uno, para cuando ya no esté. “De puta madre”, le dijo a Vini, después de abrazar a Camavinga. “Muy bien”, a Militão, después de abrazar a Alaba. Y también un “de puta madre” a Rodrygo, a quien añadió: “Así siempre. ¡Siempre!”.
Semana y media más tarde, cuando el sorteo emparejó al Madrid con el Chelsea en cuartos, Rodrygo publicó en Twitter un vídeo tomado desde la grada del Bernabéu de los jugadores celebrando el 3-1 al PSG. La remontada fundacional de su generación blandida como un exorcismo contra los ingleses.
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