El fútbol y las manos

En las celebraciones del Mundial de 2010, a Fernando Torres se le escurre el trofeo y en este libro se cuenta la disparatada odisea para recuperarlo

Portada del libro Las Manos.

Una de las acciones que más se repiten en un partido de fútbol pone el balón en juego con las manos: los saques de banda. Y, sin embargo, tanto la acción en sí como las manos —a excepción del caso de los porteros— suenan a mal necesario o a infracción, respectivamente. Los saques de banda, de hecho, se convierten en una pequeña desgracia cotidiana. A pesar de que la precisión es mucho mayor con las manos que con los pies, calcular la altura, la velocidad o la distancia de forma precisa es casi una quimera. Especialmente en los partidos de aficionados. El saque de banda o la analogía de comerse...

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Una de las acciones que más se repiten en un partido de fútbol pone el balón en juego con las manos: los saques de banda. Y, sin embargo, tanto la acción en sí como las manos —a excepción del caso de los porteros— suenan a mal necesario o a infracción, respectivamente. Los saques de banda, de hecho, se convierten en una pequeña desgracia cotidiana. A pesar de que la precisión es mucho mayor con las manos que con los pies, calcular la altura, la velocidad o la distancia de forma precisa es casi una quimera. Especialmente en los partidos de aficionados. El saque de banda o la analogía de comerse un marrón. Es como si el cuerpo, preparado para jugar con las extremidades inferiores, desconectara de su parte superior y los brazos pasaran a ser una palanca sin capacidad alguna de precisión.

En Las manos (Candaya), novela de Miguel A. Zapata, las manos adquieren un protagonismo esencial por un motivo particular. Durante la celebración por las calles de Madrid de la victoria en la Copa del Mundo de 2010, a Fernando Torres se le escurre el trofeo (trofeo en el que, por cierto, también hay manos esculpidas) desde lo alto del autobús y la copa Jules Rimet desaparece entre la multitud. Mario Parreño, protagonista del libro, estaba presente en el momento en el que sucedió. Y se obsesiona con recuperar la estatua. Que ya viniera con algunas taras de serie ayuda en la misión, claro. Parreño es una persona que, ante las dudas, lanza un par de dados. Si sale par, es que sí. Y la mañana después de la desaparición de la copa sale un diez. No hay más opción que ir en su búsqueda.

Comienza entonces una disparatada odisea para recuperarla. Un viaje que lo llevará a Nueva York o a Fukushima y en el que aparecen extravagantes personajes —incluso por encima de la extravagancia de Parreño—. Y todo habrá empezado por no darle a las manos la importancia que se merecen, porque “si Torres hubiera sido consciente en algún momento de la existencia de esas manos suyas tan delicadas y aristocráticas, si hubiera tenido una sola vez la deferencia de darle a sus manos la importancia que se merecen, ni habría pasado lo que pasó, no se hubiese paralizado un país ni colapsado la legión de rotativas de los diarios de medio mundo”.

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