El fútbol se cruza de brazos ante la violencia de género
Si todos los casos protagonizados por futbolistas hubieran sido actos de racismo estaríamos viviendo, y con toda razón, una polémica colosal
Hace una semana, uno de los jugadores más prometedores de Inglaterra y del Manchester United, Mason Greenwood, fue arrestado como sospechoso de violación, agresiones y amenazas después de que una joven de 19 años publicara en Instagram imágenes y grabaciones acusándole. El jugador, de 20 años, fue puesto en libertad bajo fianza tres días después mientras prosiguen las investigaciones. El club le ha apartado del equipo hasta que se aclare la situación.
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Hace una semana, uno de los jugadores más prometedores de Inglaterra y del Manchester United, Mason Greenwood, fue arrestado como sospechoso de violación, agresiones y amenazas después de que una joven de 19 años publicara en Instagram imágenes y grabaciones acusándole. El jugador, de 20 años, fue puesto en libertad bajo fianza tres días después mientras prosiguen las investigaciones. El club le ha apartado del equipo hasta que se aclare la situación.
Benjamin Mendy, defensa francés del Manchester City, compareció el miércoles ante el juez, que le comunicó que ya son nueve las acusaciones que recaen contra él, incluidas siete por violación, tras ser denunciado por cuatro mujeres. Las agresiones se habrían producido entre octubre de 2020 y agosto de 2021, cuando fue arrestado. El jugador, de 27 años, salió en libertad provisional a principios de enero tras pasar cinco meses en prisión preventiva.
Ese mismo miércoles, el equipo femenino del Raith Rovers anunció que abandona el club, cuyo primer equipo milita en la segunda división escocesa, en protesta por la decisión de fichar a David Goodwillie, un jugador de 27 años que en 2017 tuvo que pagar una indemnización a una mujer por haberla violado junto con un compañero de equipo. Goodwillie nunca fue procesado, pero la mujer, Denise Clair, renunció a su derecho al anonimato para reclamar daños y perjuicios en un histórico proceso civil. Los futbolistas fueron condenados a pagarle 100.000 libras.
El Raith Rovers había justificado el fichaje por razones “estrictamente futbolísticas”, pero la protesta del equipo femenino, que provocó un gran revuelo y fue secundada por la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, obligó a sus dirigentes a dar marcha atrás en 24 horas y pedir excusas.
Esas cosas, obviamente, no pasan solo en el Reino Unido. Hace apenas dos semanas, la última instancia judicial de Italia ratificó la sentencia de nueve años de cárcel emitida en 2017 contra el jugador brasileño Robinho por una violación perpetrada mientras jugaba en el Milan. Robinho, de 37 años, vive en Brasil y no puede ser enviado a Italia porque la legislación brasileña no contempla la extradición de sus nacionales. Pero corre el riesgo de ser detenido y extraditado si viaja a alguno de los más de 70 países que sí tienen convenio de extradición con Italia, incluidos los miembros de la Unión Europea, Argentina y Estados Unidos, por ejemplo. En España, el entrenador del Rayo femenino, Carlos Santiso, jaleó una violación en grupo.
La violencia sexual no siempre puede ser probada en un tribunal y muchas veces depende de la palabra de la presunta víctima y el presunto agresor. Precisamente por eso muchos casos acaban en absolución y muchísimos más ni siquiera llegan a los tribunales o ni tan solo son denunciados: la policía y la opinión pública tienden a creer más al jugador que a unas mujeres, a menudo muy jóvenes, de las que sospechan que “algo querían”.
Pero si todos esos casos de violencia contra mujeres cometidos (o presuntamente cometidos, en los casos de Greenwood y Mendy) por futbolistas hubieran sido actos de racismo estaríamos viviendo, y con toda razón, una polémica colosal. La violencia de género apenas genera indignación en el mundo del fútbol. Quizás porque el racismo suele ser cosa de hinchas pero esos abusos a mujeres los cometen la principal materia prima del fútbol: los futbolistas. Quizás precisamente por eso hay tantos jugadores que se sienten intocables y con derecho a hacer lo que se les antoja.
“La Premier y la Federación deben poner en marcha una política contra la violencia de género”, exigen las activistas de Level Up, una organización que se define como “una comunidad de feministas del Reino Unido cuya misión es acabar con todo tipo de injusticias de género”. “En la actualidad, la Premier no tiene ninguna política ni procedimientos disciplinarios o de investigación para los jugadores acusados de violencia de género”, denuncian.
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