“¿Por qué Djokovic iba a ser distinto?”
En la primera jornada del Abierto, los aficionados muestran su apoyo a la deportación de Nole
Jack Fisher y su hijo Saxon esperan pacientemente en la cola que da acceso al Melbourne Park, donde ayer todo fluía en un torneo que echaba a rodar horas después de haber perdido a su principal reclamo. Prácticamente a la misma hora que Novak Djokovic desembarcaba en Dubai del vuelo EK 409, de Emirates –viajó las 14 horas en una butaca de business porque no había disponibilidad en primera clase–, los primeros raquetazos del Abierto de Australia centraban la atención de los aficionados más madrugadores. “Me hubiera encantado poder ver jugar a Djokovic y este año no podrá ser, pero a mí l...
Jack Fisher y su hijo Saxon esperan pacientemente en la cola que da acceso al Melbourne Park, donde ayer todo fluía en un torneo que echaba a rodar horas después de haber perdido a su principal reclamo. Prácticamente a la misma hora que Novak Djokovic desembarcaba en Dubai del vuelo EK 409, de Emirates –viajó las 14 horas en una butaca de business porque no había disponibilidad en primera clase–, los primeros raquetazos del Abierto de Australia centraban la atención de los aficionados más madrugadores. “Me hubiera encantado poder ver jugar a Djokovic y este año no podrá ser, pero a mí lo que me gusta es el tenis y el cartel que queda es para disfrutar”, cuenta Fisher a EL PAÍS, tratando de quitarle hierro a la ausencia del número uno del mundo. Saxon, que tiene ocho años y asiste a su primer grande, mira a su padre con cierta cara de decepción por no ver en directo a Nole.
La resaca del caso Djokovic es de las que pueden pasar factura incluso a quienes se consideran ganadores del conflicto. Por más que el tribunal de las Cortes Federales validara la cancelación del visado del tenista serbio que activó el viernes Alex Hawke, el ministro de Inmigración australiano, al Ejecutivo que dirige Scott Morrison se le acumulan las preguntas sin respuesta de una causa que puede afectar a las elecciones previstas para el mes de mayo. Morrison, que tras conocerse el fallo del domingo sacó pecho y ensalzó la efectividad del sistema fronterizo del país, rebajó un poco el discurso al día siguiente, y de forma indirecta se dirigió a Djokovic para darle las pautas que debe seguir si quiere volver a disputar el Open el año que viene.
La ley de Inmigración Australiana es una de las más restrictivas del mundo. Eso explica el vértigo que le ha dado al Gobierno el proceso contra el jugador de Belgrado, que tras recibir una exención médica concedida por la Federación Australiana de Tenis estaba decidido a entrar en Australia y a defender su condición de campeón del Abierto, hasta que los policías le dieron el alto a su llegada al aeropuerto de Tullamarine. Sobre el papel, la cancelación de un visado en el país lleva implícita la prohibición de obtener otro, durante un periodo de tres años. Sin embargo, Morrison le dejó la puerta entreabierta a Djokovic, quien, eso sí, deberá vacunarse antes y completar el denso y farragoso papeleo que se le exigirá para recibir el salvoconducto necesario.
“No puedo decir nada que vaya a condicionar los movimientos del ministro (Hawke). Existe una prohibición [de entrada] de tres años, pero (Djokovic) también tiene la oportunidad de regresar en las circunstancias adecuadas, algo que será considerado en su momento”, declaró Morrison ayer. Desde la oposición al Partido Liberal que actualmente gobierna no esperaron tanto para poner en relieve las incógnitas que deja el asunto. La primera, la que nadie entiende todavía, es cómo pudo Djokovic subirse al avión que le llevó a Australia sin la documentación en regla, y es en este punto donde vuelve a emerger la famosa exención médica. “¿Cómo pudo Djokovic obtener el visado en primera instancia para volar? El hecho de que Inmigración no se pusiera en contacto con él antes de que viajara hasta aquí, sabiendo que no estaba vacunado, y a sabiendas de que cualquier problema para entrar traería mucho revuelo, es un error garrafal de liderazgo”, atizó Kristina Keneally, portavoz de Inmigración del Partido Laborista.
Para John Briggs y Anthea, su mujer, que han viajado a Melbourne desde Sídney para ver el debut de Rafa Nadal, la deportación de Djokovic era el único desenlace posible. “Aquí todos estamos vacunados y, de hecho, si queremos salir de Australia también estamos obligados. ¿Por qué iba a ser distinto con él?”, razona ella. Un poco más allá, Rod Hurley espera su turno para comprar un refresco que debe pagarse con tarjeta -dentro de la instalación no se permite el intercambio de monedas o billetes-. “Djokovic planteó un desafío desde el principio. Desde que colgó aquella foto en la que anunciaba que había recibido la exención, y que gracias a ella viajaría hasta aquí a pesar de no estar vacunado. Si se lo hubiera guardado para él, tengo la sensación de que todo habría pasado por debajo del radar”, opina Hurley.
Ya por la tarde, sobre las seis menos cuarto, tres decenas de manifestantes contrarios a la vacunación se congregan en el exterior de la instalación, portando pancartas en contra de la expulsión del tenista. En una de ellas se lee: ¨Que deporten a los dirigentes australianos por haber permitido que esta nación haga el ridículo¨.
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