La generación Z al asalto de los ‘dinosaurios’ del deporte
Las vacas sagradas alargan sus carreras más allá de lo normal, pero los jóvenes nacidos con el cambio de siglo han iniciado su revolución cultural liderados por campeones como Max Verstappen y Jon Rahm
Bañados por la luz del crepúsculo que se agota, desde la arcoirisada crestería que cantaba barroco Pablo Neruda, los dinosaurios del deporte contemplan su reino, que creen interminable, tanto son capaces de alargar sus carreras, y se regocijan. Allí están todos los campeones a los que se respeta y admira por su longevidad, por su frescura mental aún, por su deseo de seguir siendo los mejores, por negarse a rendirse ante el tiempo que los devora, por su sumisión al enfoque científico técnico de la preparación que todo lo mejora, por su ética del trabajo.
Están los tres mejores tenistas de la historia, 60 grandes entre los tres, 20 cada uno, y siguen sumando, Nadal, Federer y Djokovic. El tenis es, bajo su reinado, un deporte de viejos. Nole, 34 años, es, a final de año, el número uno más viejo de la historia; Federer acaba de cumplir 40; Nadal, 35. Renquean y cojean y siguen marcando territorio. Como Serena Williams, la tenista de los 23 grandes, 40 años, como Federer. 31 tenistas de los 100 primeros de la ATP tienen más de 30 años, más que nunca, cuatro españoles entre ellos: junto a Nadal, Andújar (35), Bautista (33) y Ramos (33). Detrás de los tres grandísimos, 60 grandes, lo que equivale a 15 años seguidos sin más ganador de Wimbledon, Australia, Roland Garros o US Open que uno de ellos, varias generaciones de tenistas privados de sueños y recompensas grandes.
Ibrahimovic, 40 años, sigue goleando con el Milan (y en noviembre pasado se convirtió en el primer jugador de más de 38 años que marcaba al menos 10 goles en una de las cinco grandes Ligas). A los casi 37 años y en el United, Cristiano Ronaldo aún alcanza velocidades de sprinter joven en sus arrancadas: más de 32 kilómetros por hora le midieron en un partido en septiembre, pocas semanas antes de jugar su 184º partido con Portugal y batir el récord europeo de mayor número de internacionalidades (y 115 goles para el coleto). Leo Messi tiene ya 34 años, y sigue ganando Balones de Oro, negándoselos a los más jóvenes. Con 39 años, el delantero Jorge Molina, del Granada, ha hecho el triplete más veterano de la Liga. Ninguno más viejo en las cinco grandes ligas ha sido capaz de lograrlo.
Tom Brady, quarterback de los Buccaneers, ha conseguido a los 44 años, hace nada, el récord de yardas en la NFL.
En los Juegos de Tokio, el mismo día que regresó a la pista Simone Biles, la joven que simboliza que para la nueva generación el estrés, los abusos de los entrenadores, la reducción de la vida a dos polos, fracaso/éxito, se han convertido en obstáculos insuperables, se despide de la gimnasia Oksana Chusovitina, de 46 años, una soviética (a los 17, oro en Barcelona 92 por equipos) para la que nunca, ni para sus contemporáneas, existió el llamado problema de la salud mental.
España participó en los Juegos con Chuso García Bragado, que terminó la prueba de los 50 kilómetros a los 51 años, en su octava cita olímpica. Ningún atleta mayor que él. Y también en Tokio estuvo Alejandro Valverde (41 años), que sigue siendo el mejor ciclista español, el más viejo campeón del mundo (38 años), 20 veces entre los 10 primeros entre Giro, Tour y Vuelta. Y sigue dando pedales, y piensa ganar la Lieja, su quinta Lieja, el día que cumpla 42. Pau Gasol, a los 40 años, ganó una Liga ACB con el Barça, jugó la final de la Euroliga y con la selección acabó sexto en Tokio, y luego se retiró. En Tokio ganaron medallas Sandra Sánchez (40), Teresa Portela (39), Maialen Chourraut (38), Saúl Craviotto y Damián Quintero (37).
Y en el valle, a su vista, los jóvenes triscan hierba. Preparan su revuelta. Los viejos han cerrado su fuerte, han querido preparar a los jóvenes-jóvenes para fracasar, para quemarlos. Los han querido resignados, pero han hecho de ellos una suerte de revolucionarios, ante los que se asustan. Y a quienes les piden respeto por las normas, por las tradiciones, a quienes les auguran que se van a agotar muy jóvenes, tanto impulso, tanto deseo y rabia, tantas etapas quemadas, les responden que también empezaron muy jóvenes todos los viejos que les aconsejan ahora calma.
Desafío, riesgo y audacia
Lewis Hamilton (36 años) busca su octavo título mundial de F1, el campeonato que le permitiría romper el empate en la cima con Michael Schumacher. Su rival es Max Verstappen, un joven irreverente, bautizado con aceite de motor, hijo de piloto, criado para vivir deprisa y ganar más deprisa todavía, como todos los jóvenes de gran talento. A los 18 años, en 2016, ganó en Montmeló: nunca un piloto tan joven se había impuesto en un Gran Premio. Cinco años más tarde, a los 24 y dos meses, derrotó a Hamilton en la última vuelta del último Gran Premio, y ganó el Mundial.
Parece muy joven, pero no es ni siquiera tan joven como el británico cuando ganó su primer Mundial, 23 años y 300 días en 2008, ni siquiera tan joven como Sebastian Vettel cuando su primera coronación (23 años y 134 días) o como Fernando Alonso en 2005 (24 años y 58 días). Y Alonso, a los 40, sigue piloto y ambicioso.
No es tan joven como ellos, pero es diferente. Su generación, la generación Z, es otra cosa. A Verstappen y a otros campeones nacidos en la segunda mitad de los 90 y rondando los años 2000, nacidos digitales, nacidos ya sabidos, más que la edad les une una cierta despreocupación respecto a las tradiciones y a las llamadas leyes no escritas de sus deportes, en los que se proclaman únicos. Solo responden a los deseos de una afición que, como ellos, buscan que no sea la victoria lo único que cuenta, sino la forma en la que se consigue, desafiante, contra la lógica fijada por las rutinas, con riesgo y audacia. Sin medida.
El mismo año que Verstappen rompió los moldes de la F1, un golpe que ya anunció en su primer año en el circuito —”estoy aquí para ser el mejor”—, Jon Rahm (nacido tres años antes, en noviembre de 1994) ha ganado su primer grande, el Open de EE UU de golf, y ha acabado número uno mundial del deporte al que más le molestan los terremotos. Hace cinco años, un chaval aún de 22, Rahm ya llamaba fuerte a la puerta del golf profesional, cada golpe, una declaración de principios tan rotunda como solo puede serlo la de los jóvenes de su época, a los que une el mismo desprecio del riesgo. Nunca temen perder, solo tienen miedo a no ganar. “Quiero llevar al golf a otro nivel”, anunció en diciembre de 2016. En sus primeros cuatro años en la PGA ya terminó entre los seis mejores de un mundo que busca patrón acabada la era Tiger Woods. Tras el quinto año, ya es primero.
Más allá de su coincidencia generacional, la evolución de los dos, de Verstappen y Rahm. es muy similar: sin renunciar a su esencia, a su gusto por el riesgo, a su irreverencia deportiva ante los santones de su deporte, los dos han sabido encontrar una forma de jugar con los límites, de moldearlos, de dar con un buen timing a la hora de tomar decisiones, de no arriesgar siempre por arriesgar, aunque así lo parezca.
A las mismas señales generacionales responde también el tercer gran campeón del 21, el ciclista Tadej Pogacar, el número uno del mundo, que, a los 23 años recién cumplidos, ya ha ganado dos veces el Tour y dos monumentos, y corre de tal manera, y exhibe tal narcisismo disfrazado de ingenuidad, que Eddy Merckx, el Caníbal, el soberbio absolutista que durante 50 años se había negado a reconocer en ningún ciclista alguna virtud que le permitiera decir, este soy yo, ha debido claudicar.
“Pogacar es el nuevo Caníbal”, ha dicho Merckx. No es una proclamación tan sencilla como parece. El dios Merckx podía haber elegido a Remco Evenepoel, belga y niño (año 2000), que ha convertido cada una de sus carreras en un desafío a los puristas del cálculo y el metrónomo; o a otro belga, Wout van Aert, o al neerlandés Matthieu van der Poel, los más viejos de los Z. Pogacar, llegado a la cima desde la remota (ciclísticamente) Eslovenia, es la punta del iceberg de una nueva cultura del ciclismo, de campeones tremendamente individualistas, dueños de la tecnología y de una preparación única, y de una mentalidad que desdeña la rutina.
Inquietos. Como Verstappen, como Rahm. Como el atleta noruego Jakob Ingebrigtsen, campeón olímpico de 1.500m a los 20 años (nació en septiembre de 2000) y, fruto de una preparación familiar (su entrenador es su padre) e independiente, especialista también en fondo y en cross. El atleta que va a lo suyo y no rinde cuentas a nadie encabeza otra banda de jóvenes de su edad que en el vacío estadio olímpico de Tokio dejaron este agosto a medio mundo salivando.
Yulimar, Cerezo, Gavi...
Si el talento y la capacidad se les supone, la audacia les diferencia de los campeones de otras épocas: otro noruego, Karsten Warholm (de febrero de 1996) corrió en el año cinco carreras de 400m vallas, y en dos de ellas batió un récord del mundo que databa del 92 y se creía inabordable; el sueco Mondo Duplantis (noviembre del 99), ya plusmarquista mundial de salto con pértiga a los 20 años, se proclamó campeón olímpico a los 21, y también deslumbraron Yulimar Rojas (octubre del 95), campeona olímpica y plusmarquista mundial de triple salto; Athing Mu (junio de 2002), oro en 800m, y se sabe que será capaz de batir los récords mundiales de 400m y 800m, Sydney McLaughlin (agosto del 99), campeona olímpica y plusmarquista mundial de 400m vallas…
No solo Rahm, vasco madurado a su manera en Arizona. El nuevo estilo, la nueva cultura deportiva de la generación Z (aquellos nacidos a partir de mediados de los años 90), competidores sin telarañas en la cabeza, sin resabios ni miedos, también da más frutos en España.
De Murcia, de donde es Valverde, el viejo, llega Carlos Alcaraz, el joven (mayo de 2003) prodigio de precocidad que ha terminado el año 32º del mundo y afila su raqueta para el asalto a las vacas sagradas de su deporte. En los Juegos, Alberto Ginés, un extremeño de octubre de 2002, se proclamó campeón olímpico en la novísima especialidad de escalada, y la complutense Adriana Cerezo (noviembre de 2003) fue plata en taekwondo. Y el ganador del Giro sub-23, Juan Ayuso (septiembre de 2002) ya empezará en un mes en el WorldTour a demostrar que el fin de la travesía del desierto del ciclismo español está cercano.
Son prodigios que han estallado en deportes habitualmente silenciosos, pero también la explosión Z se ha repetido en el más ruidoso, en el fútbol, con la irrupción en la selección española, de la mano sin miedo de Luis Enrique de una cuadrilla de talentos que podría ser llamada la generación de los diminutivos: Dani (Olmo), Pedri, Gavi… En 2021, Dani (mayo del 98) y Pedri (noviembre de 2002) han sido la cabeza visible de un equipo que jugó las semifinales de la Euro (y solo perdió con la campeona vieja Italia en los penaltis) y la final olímpica.
Gavi (agosto 2004) se unió para jugar la final de la Liga de Naciones, que perdieron por la mínima ante la Francia de Mbappé, justamente el futbolista Z (diciembre del 98) que más posibilidades tiene de fracturar el dominio insolente de la pareja Cristiano-Messi en las últimas dos décadas.
Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.