Nadal enlaza rodaje, derrotas e incógnitas

El español cede contra Shapovalov en su segundo compromiso en Abu Dabi (7-6(4), 3-6 y 10-6) y gana kilometraje, pero protege el pie dañado en la recta final del duelo

Nadal golpea de revés durante el partido contra Shapovalov en Abu Dabi.GIUSEPPE CACACE (AFP)

A él, que le asoma la vena competitiva siempre que hay un marcador de por medio, ya sea al parchís, en el ping-pong y por supuestísimo en la pista, le escuece la derrota (7-6(4), 3-6 y 10-6 frente a Denis Shapovalov) por más que se trate de una exhibición. Es la segunda en veinticuatro horas, pero la lectura final y la amplitud de miras, dice Rafael Nadal, es positiva porque su estancia navideña en Abu Dabi perseguía básicamente un objetivo: “Está cumplido. He jugado dos partidos y he estado más o menos cuatro horas en la pista en los dos últimos días”. Eso sí, con el matiz pone en situación y...

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A él, que le asoma la vena competitiva siempre que hay un marcador de por medio, ya sea al parchís, en el ping-pong y por supuestísimo en la pista, le escuece la derrota (7-6(4), 3-6 y 10-6 frente a Denis Shapovalov) por más que se trate de una exhibición. Es la segunda en veinticuatro horas, pero la lectura final y la amplitud de miras, dice Rafael Nadal, es positiva porque su estancia navideña en Abu Dabi perseguía básicamente un objetivo: “Está cumplido. He jugado dos partidos y he estado más o menos cuatro horas en la pista en los dos últimos días”. Eso sí, con el matiz pone en situación y contextualiza, precisa dónde está: “Quizá demasiado duro después de tanto tiempo…”.

Es decir, a Nadal le quedan unos cuantos peldaños para parecerse a Nadal, y no ya el de su mejor versión, sino aquel que aspira a competir la próxima temporada (ya a la vista, sin tregua el mundo del tenis) contra el pelotón de jóvenes y nuevos aspirantes que se postulan para acabar con el tiránico dominio de los veteranos. Cedió en el primer simulacro ante Andy Murray, tras casi medio año sin guerrear, y volvió a caer frente a Shapovalov, en otro ensayo que más allá del resultado sirvió de baremo físico: el pie izquierdo, que le apartó de la competición desde el 6 de agosto por la hoffitis crónica que sufre, resiste. Ahora bien, hay asterisco. Volvió a avisar.

En el desempate definitivo, el número seis interrumpió primero una carrera horizontal para responder a un ganador, y después recogió la pierna y controló la pisada al ir a cazar en diagonal una volea de Shapovalov. A partir de ahí, se protegió.

Ahora, el español regresará a casa para evaluar la dolencia y, si procede, seguir rodándose. Si hay luz verde, posteriormente se desplazaría a Melbourne para disputar un torneo preparatorio (del 3 al 9 de enero) que ofrecería una pista bastante más fidedigna de en qué condiciones podría aterrizar en el primer grande del año, que arranca el día 17. En cualquier caso, Nadal no confirmó su participación en el Open de Australia y abandonó el emirato con un regusto agridulce: se probó y aumentó la carga de trabajo, pero a su vez escasea el tiempo y el doble examen le sitúa ante una realidad compleja.

”Ha sido una buena semana, tengo que estar satisfecho. Este es un primer paso y espero estar listo para Australia”, expresó el campeón de 20 grandes. “Debo hablar con mi equipo y luego tomaré una decisión. Mi deseo es ir, pero veré cómo se siente el cuerpo después de estos días intensos. En este punto de mi carrera, tengo que sopesar cada movimiento con cuidado, porque sé por lo que estaba pasando”, amplió el de Manacor, que este sábado se inclinó tras 2h 04m.

El duende no se pierde

Poco o nada tiene que ver Shapovalov (22 años) con Murray (34). El escocés es la pausa, la táctica, la trinchera y el método, mientras que el canadiense, dinamita en la raqueta, vértigo de inicio a fin, plantea todo lo contrario. No le interesa pelotear y propone una ruleta rusa constante, con puntos a tres o cuatro tiros y tenis de una sola dirección. Eso, unido a su condición de zurdo y el dinamismo –no se sabe nunca por dónde puede salir, golpes y recursos ofensivos de todos los colores–, incomodó a Nadal desde la primera bola e introdujo al balear en un túnel de dudas durante casi todo el primer parcial.

El mallorquín, acostumbrado a tener la situación bajo control, se enfrenta en este enésimo retorno a la circunstancia de tener que subirse a un tren en marcha que, además, circula cada vez más rápido. La nueva hornada ha soltado el freno de mano, se ha desprendido de complejos y encara a los gigantes con decisión. No le falta a Shapovalov, que arrancó con el turbo y atacó el primer turno de servicio del rival para arrebatárselo y desviarle hacia ese callejón de incertidumbres. El zarpazo le permitió manejar el set inicial prácticamente a su antojo, con acelerones y frenazos en seco que castigaron a Nadal.

Al campeón de 20 grandes se le escapaba algún que otro aspaviento y marcaba el gesto tras el error: “¡Así Rafa, así”. No era día para florituras ni para disfrutar, pero sí para competir. Eso no se pierde. No en su caso. A remolque, sin dominar el timing y por momentos desordenado, le arrastró el torrencial eléctrico del canadiense (14º del mundo) y apostó sencillamente por resistir, a su manera, clavando con fe el piolet para no ceder a los tirones. Así sobrevivió, y así se destapó el duende. Cuando más fea se le había puesto la historia, cuando Shapovalov amenazaba con cerrar, golpeó.

La ayuda de la cinta, una bola mal tocada por el canadiense y otra mala interpretación le brindaron su primera opción de break. Bingo, y de ahí al desempate. Y en ese territorio, el áurea de Nadal, beneficiado también por el pinchazo anímico del adversario, al que de repente todo le iba en contra, hasta el público. No gestionó bien el chico las palmas al balear, mosqueado también con un espectador que aplaudía su error, pero en el segundo set acabó recomponiéndose e impuso otra vez el ritmo, excesivo a estas alturas para un Nadal sin kilometraje ni chispa.

Se le hizo largo al mallorquín, que encajó la rotura (para 5-3) y en el super tie-break ya había perdido todo el fuelle, pendiente sobre todo de no forzar para no lastimarse el pie dañado.

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