Florentino y Bale: “In that order”
El galés podría haber sido un dios de Concha Espina como lo fueron Di Stefano, Don Amancio Amaro Varela, Hugo Sánchez, Raúl o Cristiano Ronaldo. Pero no quiso. O no pudo.
Pocas personas en el mundo habrán puesto más de su parte por reconciliar a Florentino Pérez con sus críticos que Gareth Bale. Más que un padre, el presidente del Real Madrid ha sido una madre para el galés, en ese orden o, como dirían el propio Bale e Iván Redondo, “in that order”. Todo se lo dio desde el minuto uno, la gloria a pedir de boca: lo acogió con la cartera en ristre, lo mimó, lo defendió a pluma y espada cuando arreciaron las primeras críticas y recelos, lo esperó, lo toleró y ni por esas ha conseguido del zurdo de Cardiff más compromiso que el exigible a cualquier trabajador de su...
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Pocas personas en el mundo habrán puesto más de su parte por reconciliar a Florentino Pérez con sus críticos que Gareth Bale. Más que un padre, el presidente del Real Madrid ha sido una madre para el galés, en ese orden o, como dirían el propio Bale e Iván Redondo, “in that order”. Todo se lo dio desde el minuto uno, la gloria a pedir de boca: lo acogió con la cartera en ristre, lo mimó, lo defendió a pluma y espada cuando arreciaron las primeras críticas y recelos, lo esperó, lo toleró y ni por esas ha conseguido del zurdo de Cardiff más compromiso que el exigible a cualquier trabajador de sus empresas con contrato en vigor y pocas posibilidades de crecimiento profesional.
Bale podría haber sido un dios de Concha Espina como lo fueron Di Stéfano, Don Amancio Amaro Varela, Hugo Sánchez, Raúl o Cristiano Ronaldo. Pero no quiso. O no pudo. Incluso puede ser que ni quisiera ni pudiera, que es algo habitual en esos hijos descalabrados a los que no les sale nada porque tampoco intentan gran cosa. Con sus continuas lesiones hemos pasado por todas las fases en este tipo de duelos sanitarios: preocupación al principio, lástima después, cierta incredulidad a mitad de acto, desconfianza a mares hacia el final y, desde hace un tiempo, la más absoluta pereza: cómo de fría tiene que ser la relación entre un futbolista y su hinchada para que a esta se le agote incluso la solidaridad con el herido. “Ni Convención de Ginebra, ni Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni gaitas galesas”, pensará cualquier aficionado merengue al enterarse de que Bale estará de baja las tres próximas semanas… Otra vez.
Más allá de un puñado de partidos gloriosos (que los ha tenido) y de los títulos acumulados (que no son pocos ni menores), lo que quedará tras la marcha de Bale es cierta sensación de incomprensión: la suya, hacia un club que no supo calibrar en toda su magnitud, y la de una afición que no terminó de comprender cómo puede ser que a cualquier persona del mundo le interesen otras cosas que no sean el fútbol y el Real Madrid. A imitación del deporte profesional americano, la idolatría ha virado de los clubes al propio deportista, que es el amo del cortijo incluso por encima del escudo al que representa: hoy están aquí y mañana están allá, no hay mayor drama en jugar para el Real Madrid o Los Angeles Lakers que hacerlo para el PSG o los Toronto Raptors; el peso de la historia palidece ante los ceros que anuncie el nuevo contrato, no hay más verdad que esa.
En un país como España, donde durante tantos años nos autoengañamos pensando que las grandes figuras del fútbol mundial recalaban en Madrid y Barcelona al reclamo de sus colores, no de su dinero, el efecto Bale ya forma parte de la historia porque empezamos a vislumbrar de qué palo va el nuevo orden. Y por eso se empeña Florentino Pérez hasta el exceso en sacar adelante el proyecto de la Superliga: para seguir fichando lo que le dé la gana y que sus detractores puedan odiarlo como se merece, también “in that order”.
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