El tiempo perdido
No se trata solo de cambiar el juego, sino la vida consentida en el vestuario, y renovar los liderazgos
Acostumbrado a ser un club razonablemente victimista, el Barcelona se ganó la admiración del mundo el día en que pasó a ser un equipo admirado por su capacidad de anticipación, incuestionable desde que consiguió que su vida girara alrededor del desacomplejado Johan Cruyff. El mérito consistía en ir un paso por delante de los demás, sobre todo en las decisiones estratégicas, aquellas que se referían al juego, expresadas en un estilo muy definido, y también en las que afectaban al comercio de la marca B...
Acostumbrado a ser un club razonablemente victimista, el Barcelona se ganó la admiración del mundo el día en que pasó a ser un equipo admirado por su capacidad de anticipación, incuestionable desde que consiguió que su vida girara alrededor del desacomplejado Johan Cruyff. El mérito consistía en ir un paso por delante de los demás, sobre todo en las decisiones estratégicas, aquellas que se referían al juego, expresadas en un estilo muy definido, y también en las que afectaban al comercio de la marca Barça, pocas tan simbólicas como su acuerdo con Unicef. Ninguna figura personificó mejor la innovación azulgrana que Guardiola por culer, por representante de la Masia y por apóstol de Cruyff.
Guardiola salió a destiempo del Camp Nou, igual que Zubizarreta, por no hablar del controvertido adiós de Valverde o la rendición del irreductible Luis Enrique. La mayoría de las decisiones se han tomado de manera extemporánea, tanto en el banquillo, por el que también han pasado Tito Vilanova, Tata Martino, Quique Setién y Koeman, como en el palco, que ha visto a desfilar a Rosell, Bartomeu y dos presidentes de la comisión gestora como Adell y Tusquets. El Barcelona dejó de ser innovador para pasar a ser reactivo hasta que intentó recuperar los años perdidos con el regreso de Laporta. La consigna electoral fue la de volver al paraíso con una pancarta colgada en el Bernabéu.
Laporta, sin embargo, también ha dejado correr el reloj sorprendentemente mientras se consumía el Barça hasta el punto de que una medida tan consecuente como la de destituir a Koeman, derrotado por su propia obra, ha generado un desgaste que no es fácil de asumir en el Camp Nou. El presidente ha jugado con el entrenador saliente y también con el entrante simplemente porque intenta metabolizar el cruyffismo en ausencia de Cruyff sin percibir que la genialidad de Cruyff consistía en discrepar de Cruyff. “Cruyff nunca se habría conformado con ser solo cruyffista”, explica quien mejor le conoció desde el asombro, que no sumisión, como es el escritor Sergi Pàmies.
Laporta ha dudado y tardado tanto tiempo que ahora mismo no se sabe si apuesta decididamente por Xavi o ha claudicado de la misma manera que Cruyff aceptó a Guardiola cuando no pudo convencer a Van Basten. Así que ahora le corresponde al presidente generar las mejores condiciones para favorecer el éxito de Xavi después de asumir que es el punto de encuentro de la mayoría de familias barcelonistas por su pasado como jugador y capitán del mejor Barça.
La ilusión de Xavi es la misma que mostró Koeman cuando aceptó la dirección del equipo azulgrana después del 2-8 de Lisboa. El neerlandés ha sido víctima de sus defectos y también del desamparo del Camp Nou. Ningún club devora a sus ídolos como el Barcelona. Tampoco ha habido una excepción con Koeman. El héroe de Wembley fue despedido en un avión igual que al capitán del Dream Team se le dio la baja en una jardinera del aeropuerto de Atenas después de la dolorosa caída ante el Milan.
Zubizarreta salió de forma intempestiva del Barça. Tampoco ha partido bien Koeman. Y más extemporánea resultó la marcha de Messi. Merecían las figuras azulgrana un mejor trato, más respeto y dignidad, y por tanto a Laporta le conviene activar la memoria no solo para recordar cómo se gana sino también para evitar la derrota en la cancha y en las oficinas del Camp Nou. Ahora le toca atender a Xavi y canalizar su entusiasmo en un momento muy delicado porque no se trata solamente de cambiar la rutina del juego sino la vida consentida en el vestuario, necesitado de una renovación de liderazgos desde que se prescindió de Messi.
Aseguraba Cruyff que ser entrenador del Barcelona suponía destinar el 60% del tiempo a batallas con la junta, con la prensa “y con todo eso que resulta asqueroso”, como el entorno, y “el 40% restante a disfrutar con el juego”, una apreciación que no extrapolaba al Ajax.
La tarea del futuro técnico precisará del apoyo decisivo del presidente, que se ha reservado precisamente el papel de actor deportivo después de que la caja haya quedado a resguardo de las manos de los avalistas y de Ferran Reverter. El socio perece resignado y confiado en el consejero delegado por más dudas que tenga sobre las intenciones de Goldman Sachs. La rueda del dinero solo se activa, sin embargo, con la pelota, de manera que los economistas precisarán de los deportistas y especialmente del ingenio de Xavi.
Laporta ya no puede improvisar ni especular más cuando se cumple justamente un año de la dimisión de Bartomeu. Un tiempo perdido en que el Barcelona, falto de autoridad y credibilidad, ha ido a remolque en la Liga y en la Champions. El club se ha descapitalizado tanto futbolísticamente, después de exportar el estilo Barça, que ahora necesita recuperar a quienes se supone conocen la pócima como Xavi.
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