Badosa y la ola de la felicidad
La catalana, hundida hace dos años, se confirma como revelación y aspira al primer título femenino español en Indian Wells: “Estoy demostrando que pertenezco a este nivel”
En primavera, al otro lado del teléfono, una voz firme que todavía carraspea a primera hora de la mañana sirve de síntesis para razonar un despegue con todas las letras, edulcorado ahora en el desértico paisaje de Indian Wells, donde Paula Badosa (doble 6-3 a Ons Jabeur) luce y se erige como la primera mujer española que puede conquistar el preciado trofeo californiano, tras los intentos frustrados de Conc...
En primavera, al otro lado del teléfono, una voz firme que todavía carraspea a primera hora de la mañana sirve de síntesis para razonar un despegue con todas las letras, edulcorado ahora en el desértico paisaje de Indian Wells, donde Paula Badosa (doble 6-3 a Ons Jabeur) luce y se erige como la primera mujer española que puede conquistar el preciado trofeo californiano, tras los intentos frustrados de Conchita Martínez en las finales de 1992 y 1996: “El verdadero cambio no son los resultados, sino que he pasado de ser una tenista que le pegaba bien a la pelota a una tenista de verdad. Ahora lo soy”.
Hablaba entonces Paula Badosa de cómo los nubarrones habían ido quedando poco a poco atrás, de que el tren perdido en los cuartos de Roland Garros significaba otra enseñanza y de que, por fin, se reconocía como aquella jugadora a la que siempre aspiró a ser: ni Sharapovas ni ínfulas. Sencillamente, Badosa. Es decir, una pegadora de rompe y rasga que en un intervalo de año y medio ha pasado de tener un pie fuera del circuito a pisar con fuerza en la zona alta del circuito. De acelerón en acelerón, pero no sin giros, siempre arriesgando.
“He pasado por momentos muy duros en mi vida. Sufrí una depresión y ansiedad cuando era muy joven, pero nunca he dejado de creer. Ha sido una montaña rusa y he vivido muchos momentos, pero estoy demostrando que pertenezco a este nivel”, respondía ayer cuando certificó la cita por el título con Victoria Azarenka (22.00, Teledeporte) y se le planteaba si aún quedaba en ella algún rastro de aquella adolescente que ganó el Roland Garros júnior con 17 años y luego se hundió: “Todo es completamente diferente”.
Y lo es, pero no lo es. La española, nacida en Nueva York y criada en el atractivo enclave de Begur, la Costa Brava, se dirige allí hacia adonde los especialistas advertían cuando esa niña empuñaba y exhibía velocidad de bola con una naturalidad fuera de lo normal. Tras dos años perdida en un laberinto emocional, Badosa se situó ante el espejo e hizo examen. Decidió renovar su entorno y, si no partir de cero, sí al menos edificar sobre unos cimientos completamente diferentes. Es decir, pico y pala, y el resto a base de fluir.
“Cuando eres feliz rindes mejor. Eso es lo que más me ha hecho progresar en mi tenis y en mi vida”, enfatizaba esta misma semana, prolongación de un ejercicio formidable en el que además de consolidar las bases profesionales propias de una tenista de élite está correspondiendo a todas esas voces que hace varios años advertían de que el tenis español contaba con un as en la manga, porque Badosa (23 años) no es de las que pasan de puntillas sino de las que prefieren dejar huellas. Pueden dar constancia Ashleigh Barty (1ª), Aryna Sabalenka (2ª), Iga Swiatek (4ª) o Barbora Krejcikova (5ª), cuatro de las cinco mejores del circuito a las que ha tumbado en este año de su explosión.
Campeona en Belgrado (su primer título profesional) y semifinalista en Lyon, Charleston y Madrid, dispone ahora en Indian Wells de la ocasión de hacer historia y de lograr aquello que se le negó a Conchita dos veces, la última hace 25 años, contra la alemana Steffi Graf. Eso sí, actúa Badosa a su manera. En su día prescindió de Xavi Budó, el técnico que relanzó su carrera tras encontrarse un “juguete roto”, y hace solo dos meses finiquitó su vínculo con Javier Martí, el madrileño que la liberó definitivamente y que le asesoró durante once meses, sin una argumentación específica.
El plan comenzó con una transformación física evidente –alcanza el 1,80, su cuerpo se ha fibrado y cada vez tiene mayor capacidad para prolongar los esfuerzos continuados en los peloteos– y continuó reforzando lo evidente: para bien o para mal, el punto debe pasar por ella. “He conseguido que muchos partidos dependan de mí, y ese es el objetivo”, explica antes del cruce con la veterana Azarenka, de 32 años y a la que contemplaba con admiración cuando la bielorrusa defendía el número uno y se adueñaba de un par de majors entre 2012 y 2013.
“La he visto jugar muchas finales. Es muy intensa, pelea hasta la última bola, así que será complicado. Pero me gustan este tipo de partidos”, lanza sabiendo que si hoy gana ascenderá hasta la undécima posición del ranking (partió 2021 como la 70ª) y que el éxito le permitiría luchar por una plaza para el Masters femenino, en el que se reunirán del 10 al 17 de noviembre las ocho mejores de la temporada. En todo caso, soberbia escalada la de ella: “Estoy muy orgullosa de mí misma”.
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