Un monstruo depredador devora el Tour de Francia en los Alpes
Ataque lejano de Tadej Pogacar, que destroza a todos los rivales, alcanza el maillot amarillo y permite que el belga Dylan Teuns gane la etapa
Llegando a los Alpes, el invierno cae sobre el Tour de Francia. Dylan Teuns gana la etapa. El belga acaba tiritando. Temblando, aterido, maldice el agua helada que le empapa, que empapa la carretera y convierte el descenso final de la Colombière en una tortura. Se juega la vida rozando el precipicio en cada curva. “Ha sido terrible”, dice el escalador belga que ya ganó, un día de calor tremendo, en la Planche des Belles F...
Llegando a los Alpes, el invierno cae sobre el Tour de Francia. Dylan Teuns gana la etapa. El belga acaba tiritando. Temblando, aterido, maldice el agua helada que le empapa, que empapa la carretera y convierte el descenso final de la Colombière en una tortura. Se juega la vida rozando el precipicio en cada curva. “Ha sido terrible”, dice el escalador belga que ya ganó, un día de calor tremendo, en la Planche des Belles Filles hace dos años, y cuarto de hora después de terminar aún tirita. Su mirada es la mirada alucinada de quien ha ido al más allá y ha sido capaz de regresar, o la de quien, a lo Hemingway, que se pegó un tiro hace 60 años y un día, derriba de un disparo a un oso pardo que intenta atacarle por la espalda en las Montañas Rocosas.
El sarcasmo macho del escritor norteamericano le vendría bien a Teuns, y a todo el pelotón que se congela en los Alpes después de un día de ciclismo salvaje en el que se han sentido devorados de manera humillante por un monstruo depredador. Se oye por ahí, podrían decir todos, que a un tal Tadej Pogacar le han regalado el peluche gigante de un león amarillo como los que dan en las casetas de tiro de las ferias por tener buena puntería con una escopeta de perdigones, y un jersey amarillo a juego, y todo por atacar a 32 kilómetros de la meta y devorar a todos los que le oponían. Manga corta, nariz colorada de adolescente, pelos alborotados de diablillo, amarillos, Pogacar, 22 añitos, pedalea bajo una carpa nada más terminar la etapa, y se ríe. Bromea. Y hay algo de cruel en esa sonrisa, algo inhumano. Nadie puede reírse tras una etapa así.
A nosotros, por sobrevivir en los Alpes heladores y oscuros no nos dan nada. Nuestros disparos verdaderos, reales, humanos, no tienen premio. Lo pueden decir los trabajadores de siempre y los campeones heridos, Geraint Thomas y Primoz Roglic, y también Alejandro Valverde, que ataca y se va en la fuga definitiva, y bajando un puertecillo se empapa y se queda helado, empieza a tiritar y se descuelga esperando algo de abrigo, pero el abrigo no le calienta, y sufre como nunca antes, quizás. Se rinde en el Tour el murciano. Acaba en la grupeta de los últimos, a más de media hora de Teuns, acompañando a Thomas y Roglic y a 100 más, que han dicho basta. Así asalta las primeras montañas el Tour, un pelotón que es una manada de caballos salvajes, incontrolables.
Ataques desde el primer kilómetro. Intensidad desmesurada. Velocidad que derrota a medio pelotón, cansado de la paliza caliente de Le Creusot, nada más empezar. Atrás se quedan ya el galés que ganó el Tour del 18 y el esloveno que perdió el Tour del 20, quien, con absoluta dignidad, sin gafas, la mirada limpia y triste, el dolor lacerante del coxis siempre, se queda solo, se descuelga poco a poco, y solo, a la vista de todos los espectadores, y no se esconde, se va rezagando, perdiendo de vista.
Y muchos más. Mathieu van der Poel, aún de amarillo, intenta aguantar un poco más pero también cede (acabó a casi 22 minutos). Habla con Pogacar, y Pogacar dice que le dijo que esperaba que fuera él quien se quedara con su maillot amarillo. No hace falta que añada su deseo de que no sea su sombra quien lo herede, porque cuando el nieto de Poulidor dice uff, hasta aquí he llegado, fue bonito mientras duró, Wout van Aert, que marchaba a 30s en la general, aún ataca, busca fugas, pelea. No sabe hacer otra cosa hasta que revienta. Pero, soberbio, lobo solitario, no busca protección ni ayuda en ningún grupo. Pelea solo. Pedalea solo. Llega solo (a 5m 45s) y orgulloso de haber luchado. Sigue segundo en la general, a 1m 48s de Pogacar.
Se fugan 20. Se descuelgan 100. Cuando recorren las gargantas del Bronce, ascendiendo el primer puerto de primera de todo el Tour, a 50 kilómetros de la meta, en el grupo de Pogacar solo quedan 40, los más fuertes. Rui Costa y Davide Formolo tiran del grupo, los últimos gregarios del esloveno, marcan el ritmo en la subida del col de Romme, la más dura del día, y Pogacar, así lo cuenta luego con un tono cortante, que no admite réplica, y sus respuestas en la sala de prensa son como sus ataques, asesinas, escucha a sus espaldas el lamento de los Ineos, que no suben a gusto. “Y entonces decidí que tenía que irme”, dice. “Bueno, por eso, y también para vengarme del día anterior, cuando todos corrieron contra mí. Decidí que sería yo quien correría contra todos. Mi equipo no tendría que trabajar más. La mejor defensa es el ataque”. Ataca lejano, como ningún ganador del Tour ha atacado desde hace 50 años.
Nada más entrar en Nancy sur Cluses, a 32,8 kilómetros de la meta, Pogacar sale de la segunda fila del grupo, a la espalda de los suyos, sin mirar atrás. Con tres pedaladas hace un hueco de 10 metros que solo Richard Carapaz, atento, generoso, indomable, suicida, se atreve a cerrar. Los demás miran para otro lado. El ecuatoriano, tan peleón como cualquiera, aguanta a la rueda de Pogacar como puede. Un kilómetro más tarde, a tres de la cima del Romme, ya no puede más. Pogacar se va solo, ávido, glotón, Merckx redivivo, tan caníbal como el belga, y como él, va atrapando uno a uno a todos los de la fuga, que desesperados pedalean bajo el agua, sufriendo en la cara el agua como desde un aspersor escupen las ruedas de los coches y las motos que aceleran para pasarlos. Sienten a sus espaldas el aliento del monstruo. Se giran para verlo llegar. Pogacar los pasa veloz sin mirarlos siquiera. Uno tras otro devora a todos, los pasa, los despoja de vida, y deja en su estela solo sus huesos bien limpios. Y todo en una ascensión y media, medio Romme y la Colombière, encadenadas con un mínimo descenso. Solo se le resiste Teuns, que se arriesga en el descenso para ganar la etapa. Pogacar no necesita arriesgarse. Ha dejado al Tour seco, sin esperanza.
“Pero que nadie diga que he matado el Tour”, dice, defendiéndose como si se le acusara de un crimen, el ciclista que ganó el Tour pasado vistiendo solo de amarillo el último día. “No he matado el Tour, lo siento”. Seguramente Urán (a 4m 46s en la general), Vingegaard (a 5m), Carapaz (a 5m 1s) o Mas (a 5m 15s) no piensan igual, aunque queden 13 etapas, Ventoux y Pirineos y todo.
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