El Real Madrid siempre vuelve
Le faltaba el pertinente atropello europeo a este Real Madrid para tomar conciencia de que su columna vertebral está molida
Más que un partido, lo de anoche en Stamford Bridge fue un bautizo: el de un gran equipo que ya hace tiempo se estaba yendo a otro que llega con serias intenciones de quedarse. Le faltaba el pertinente atropello europeo a este Real Madrid para tomar conciencia de que su columna vertebral está molida, de que ya no es una cuestión de reposo, paños de leche caliente y un masaje a cuatro manos en algún spa económico de las afueras. Aunque pueda sonar cruel y ventajista –el columnismo ...
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Más que un partido, lo de anoche en Stamford Bridge fue un bautizo: el de un gran equipo que ya hace tiempo se estaba yendo a otro que llega con serias intenciones de quedarse. Le faltaba el pertinente atropello europeo a este Real Madrid para tomar conciencia de que su columna vertebral está molida, de que ya no es una cuestión de reposo, paños de leche caliente y un masaje a cuatro manos en algún spa económico de las afueras. Aunque pueda sonar cruel y ventajista –el columnismo casi siempre lo es– la élite del fútbol europeo te exige algo más que unas ruinas bellísimas, un buen puñado de hermosos recuerdos y una imitación en latón de tu escudo de armas. “Los del Chelsea se están paseando por Pompeya”, escribió el escritor Ángel del Riego en su cuenta de Twitter a mitad de partido. ¿Y quién soy yo para llevarle la contraria a uno de los autores de La biblia blanca: Historia sagrada del Real Madrid? Nadie, que es casi lo mismo que nada.
No recuerdo la última vez que vi a Sergio Ramos jugar noventa minutos. En cambio, a Modric y a Kroos los hemos visto demasiadas veces, incapaz su entrenador, por unas cosas o por otras, de restarles kilómetros en las piernas y cicatrices en la cara. Si los éxitos de estos últimos años se explicaron sobre la base de estos tres grandes nombres, el ocaso no debería ser despachado aludiendo al pobre desempeño de otros: la jerarquía consiste precisamente en eso, en que se note. Ayer se adivinaron demasiadas cosas, pero no del modo en que a los madridistas debiera parecerles deseable. Una de ellas, quizás la más prodigiosa de todas, es que Zidane está dispuesto a morir en la misma hoguera que los suyos, empeñado en modificar todo lo necesario para que en la alineación quepan los grandes generales de siempre. ¡Y solo faltaría que hiciese lo contrario, él que tardó en arder como futbolista varios años!
No se trata solo de una cuestión de edad, despliegue físico o talla. Eso está muy bien para las discusiones de cafetería, incluso para algunos platós de televisión, pero Zidane debería ser el primero en reconocer que un viejo soldado sigue siendo un valor seguro cuando se le ofrecen las armas adecuadas. Las del Chelsea son modernas, de carácter colectivo, mientras que las de su Madrid parecen haber quedado anquilosadas en el tiempo del duelo a muerte bajo el sol. Se lo demostró el Mancherter City el año pasado y se lo ha refrendado el equipo de Tuchel en estas semifinales para que no le quede ninguna duda. Luego está lo anecdótico, que también puede tener su importancia, pero no deja de ser eso, anecdótico.
Se reía Hazard al final del encuentro, felicitando a sus antiguos compañeros, y una facción ultraortodoxa y aparatosa del madridismo montó en cólera, no digo yo que sin razón. El fútbol moderno ha perdido liturgia, seriedad y una serie de valores que antes se daban por asumidos. Pero el Madrid no dice adiós a la élite europea porque Hazard sea más o menos discreto en el melasudismo desplegado tras la derrota, sino porque vive confundido por sus propias tautologías. “El Madrid siempre vuelve”, dice una de ellas. Y seguramente sea así, pero primero tiene uno que irse, a ser posible dando un portazo: desde ese punto de vista, el Real Madrid hizo ayer, exactamente, lo que se le pedía y necesitaba.
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