Zidane, contempla tu obra

Primero vemos el relámpago y después oímos el trueno. En el Madrid, primero se oye el ruido y después se ve la luz

Zinedine Zidane saluda a Karim Benzema tras cambiarle en el clásico.JuanJo Martín (EFE)

Benzema fue acusado siempre de jugar solo para los benzemistas; puesto a elegir entre convertirse él en alguien del gusto de la mayoría, o convertir a la mayoría en el gusto de él, Benzema emprendió el camino más divertido. El resultado pudo apreciarse este sábado en su talón; el punto débil de Aquiles, el mejor guerrero de la mitología, es el punto fuerte de Benzema, el tipo acusado históricamente de no sudar: para qué sudar si puedes hacer sudar a los demás. Todo ello ocurrió cuando la tormenta empezaba a llegar a Valdebe...

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Benzema fue acusado siempre de jugar solo para los benzemistas; puesto a elegir entre convertirse él en alguien del gusto de la mayoría, o convertir a la mayoría en el gusto de él, Benzema emprendió el camino más divertido. El resultado pudo apreciarse este sábado en su talón; el punto débil de Aquiles, el mejor guerrero de la mitología, es el punto fuerte de Benzema, el tipo acusado históricamente de no sudar: para qué sudar si puedes hacer sudar a los demás. Todo ello ocurrió cuando la tormenta empezaba a llegar a Valdebebas, donde se jugaba un clásico en el que, cuando había pelotazos al aire, se podía ver el tráfico de los alrededores.

Es sabido que el trueno se produce al mismo tiempo que el relámpago, pero primero vemos el relámpago y después oímos el trueno. En el Madrid, sin embargo, primero ocurre el ruido y después la luz. O sea, Valverde dando pisadas de animal grande en el centro del campo, partiendo líneas del Barça como si fuesen palillos, y después Benzema iluminándolo todo; de espaldas, que es como se enciende el área pequeña. Le siguió un gol de pinball de Kroos, y el Madrid pudo ejecutar el partido con un disparo al poste otra vez de Valverde. Tres en la primera parte hubiera sido una tumba para el Barça, sensibles como son los dos equipos a las grandes goleadas del eterno rival (a las grandes goleadas en general), pero el Madrid no mató. Se entretuvo con la lluvia, especialmente Vinicius, arma mortífera que, quizá por la edad, empezó a saltar en los charcos.

Acaba de publicarse un libro magnífico, El blues de los agujeros negros, de Janna Levin, en el que se cuenta a propósito del científico Joseph Webber que estuvo a punto de morir cuando su portaviones naufragó en la Segunda Guerra Mundial. ¿Saben por qué estuvo a punto de morir? Porque llegó a una isla y allí un mono le tiró un coco que casi se lo lleva por delante. Así el Madrid, que se empezó a encerrar abrumado por el Barça y por el chaparrón, y cuando empezó a tomar aire tras superar el naufragio le destrozó un mal rebote en el área que metió Mingueza con la rodilla. Ahí empezó otro partido que amenazaba otro naufragio y otro coco, que estrelló el Barcelona en el larguero en el último disparo.

Llegado el momento de hablar de la suerte hablemos de Zidane, entonces. Le protegió el azar del 2-2 al hombre divino, algo que tiene el mérito justo. La primera parte fue de él porque la ganó en la pizarra, moviendo la orquesta que había arrasado a Klopp (Modric, Casemiro y Kroos) para arrasar después a Koeman, al que le colocó ladinamente al Pajarito Valverde, que juega con los pulmones por fuera, de cuarto centrocampista, quinto defensa y tercer delantero. La obra de Zidane es vasta y delicada, sobre todo teniendo en cuenta que entró en el club después de dos incendios, uno de ellos a mitad de temporada. De todos los entrenadores, el francés es el más parecido al pulpo, un ser inteligentísimo que, minutos antes de que haga erupción el volcán, se mueve a toda velocidad por el mar buscando un refugio que le ponga a salvo. Todos los peces lo miran como a un loco, y solo cuando se desprenden toneladas de piedras camino al océano entienden al francés. No es suerte, es inteligencia; no es flor, son ocho vidas que se reproducen si se las cortas.

Todos los volcanes que amenazan al Madrid los conjura Zidane minutos antes de que sea tarde buscando refugio en la victoria. No a cualquiera sino a los grandes, a los que hay que mirar a los ojos en los momentos límite de la temporada. Así ha sido muchas veces, así está ocurriendo este año. Con una espina dorsal, la de las cuatro Champions, que envejece manteniendo en pie al resto, dando luz al corpus blanco, esa luz que en este Madrid de una época que languidece se ve, al contrario que en la naturaleza, después de oír el sonido.

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