Cuidado con el Real Madrid

Hay partidos que parecen desinflados y caen en el desinterés, no por aburridos sino porque conocemos el final: los blancos ganarán

Las percepciones son solo un impulso psicológico, pero crean ilusiones incontrovertibles y hasta mágicas. Una de ellas, ya universal, es que el Real Madrid vive siempre en la edad de oro. Es tal la fuerza de su leyenda que parece rico incluso cuando es pobre; ganador aun cuando pierde; grande, aunque tenga a media plantilla en la enfermería. Hay partidos que parecen desinflados y caen en el desinterés, no por aburridos sino porque conocemos el final: el Madrid ganará. Algún día ganará sin comparecer, por teléfono. Ese bestial...

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Cómo ganar por teléfono

Las percepciones son solo un impulso psicológico, pero crean ilusiones incontrovertibles y hasta mágicas. Una de ellas, ya universal, es que el Real Madrid vive siempre en la edad de oro. Es tal la fuerza de su leyenda que parece rico incluso cuando es pobre; ganador aun cuando pierde; grande, aunque tenga a media plantilla en la enfermería. Hay partidos que parecen desinflados y caen en el desinterés, no por aburridos sino porque conocemos el final: el Madrid ganará. Algún día ganará sin comparecer, por teléfono. Ese bestial prejuicio positivo que tanto bien le hace a la confianza de sus jugadores es el que, en tiempos de mediocridad, nos autoriza a decir: “Cuidado con el Madrid”. En el caso de que no cumpla con la expectativa, la brutal catástrofe provoca un ruido delirante que tiene una sola consecuencia: fortalece su grandeza. Como para no tomarse en serio las percepciones.

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Casi mito

Los prejuicios también sirven para subestimar. Ocurre con Casemiro, que por su facilidad para el quite le regalamos metáforas del tipo: “Camión de la basura”. Ser complemento de constructores de juego como Modric y Kroos, te condena al papel de hormigonera (otra metáfora), pero Casemiro es mucho más. En efecto, tiene capacidad para ajustar todos los tornillos flojos del equipo (y dale con las metáforas), pero su inteligencia lo ha convertido en determinante para encontrar las debilidades del rival y se le nota hasta en la cara que ha ganado poder de liderazgo. Personalidad que demuestra precisamente en los partidos más difíciles y en los momentos más críticos, incluso aportando goles. Si necesitamos validar su talento, no debiéramos olvidar que hablamos del medio centro titular indiscutible de la selección brasileña. Todo esto para confesar que, desde que supe que no estará en la vuelta frente al Atalanta, duermo peor.

Las expectativas

Aunque el fútbol se exprese con los pies, que es el sitio más lejano del centro de decisión, casi todo pasa por la cabeza. El carácter, la inteligencia, la astucia, la ambición, el coraje… son todos atributos del gran jugador escondidos en la caja negra del cerebro. En la afición cuentan, como hemos visto, la percepción, la sugestión, la ilusión, la decepción y todo el territorio emocional que moviliza el fútbol. Desde distintos lugares, jugadores y aficionados quieren y buscan lo mismo. Pero hay algo que los convierte en enemigos: la gestión de las expectativas. La afición las crea; el jugador las produce primero y las sufre después. Estar a la altura es el mayor desafío de todo jugador, pero creo que no existe, en la opinión pública, ni siquiera una idea aproximada de la tormenta mental que producen las expectativas disparadas. Esta semana choqué con un ejemplo.

Pelé

Rey plebeyo utilizado por la democracia y por la dictadura para aprovechar su indescriptible poder popular, Pelé ya tiene su documental en Netflix con el epicentro en México 70. Sin Argentina en aquel Mundial, me entregué a Brasil con 14 años, solo en la cocina de mi casa, donde acababa de entrar su majestad, la televisión. Desde entonces, seguramente porque la nostalgia pide exaltación, para mí Pelé es dios. Esta digresión autobiográfica viene a cuento para marcar un contraste atroz. Yo miraba aquellos partidos con una emoción cercana a las lágrimas, porque aquel equipo hacía del fútbol una obra de arte. Ahora descubro que las expectativas que el rey y los suyos creaban en mí y en millones de personas, tenían su contracara. Pelé cuenta que, cuando llegó al estadio, tuvo una crisis de llanto y, entre lágrimas, dice la gran frase del documental: “Lo mejor de la victoria no es el trofeo, es el alivio”. Increíble que los dos lloráramos por lo mismo desde lugares tan distintos.

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