La Juve, el Toro y el ladrón de caballos
La historia de los dos clubes de Turín, que disfrutaron de las tretas del turbio director general Luciano Moggi en distintos momentos, son vasos comunicantes
El fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y el árbitro siempre pitaba penalti a favor de la Juventus. Una desgracia que los aficionados rivales explicaban de forma estadística: la mitad de Italia es de la Vecchia Signora, así que cruzarse con un colegiado amigo era probable. Los juventinos, convencidos —con razón— de que la otra mitad del país les odia, lo atribuían a su grandeza. Gianni Agnelli, el último monarca italiano desde que los Saboya se exiliaron en 1946, explicó de forma más clara el fenómen...
El fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y el árbitro siempre pitaba penalti a favor de la Juventus. Una desgracia que los aficionados rivales explicaban de forma estadística: la mitad de Italia es de la Vecchia Signora, así que cruzarse con un colegiado amigo era probable. Los juventinos, convencidos —con razón— de que la otra mitad del país les odia, lo atribuían a su grandeza. Gianni Agnelli, el último monarca italiano desde que los Saboya se exiliaron en 1946, explicó de forma más clara el fenómeno describiendo a Luciano Moggi, el hombre a quien entregó el timón del barco en 1994: “El caballerizo del rey debe conocer a todos los ladrones de caballos”. Poco después, la chapuza de ese mismo caballerizo corrompiendo árbitros mandó a la Juve a la Serie B a purgar pecados. Justo el año en que el Toro recuperaba la categoría.
La historia de los dos clubes de Turín, que también compartieron en diferentes momentos a Moggi y su afición por entrar en cuadras ajenas, son vasos comunicantes. El Toro fue el mejor equipo de Italia en los años 40. Un huracán de juego y títulos que ganó cinco scudetti seguidos, alimentó a la Nazionale con 9 de sus 11 titulares y se coronó como el Grande Torino. Pero el 4 de mayor de 1949 el Fiat trimotor en el que la plantilla regresaba a casa tras jugar un amistoso en Lisboa se estrelló contra la basílica de Superga sin dejar supervivientes y liquidando una era. Dos años antes, el avvocato Agnelli había sido elegido presidente del club que compartiría estadio años más tarde con el Toro y se dedicó a construir un equipo campeón. Las aficiones se sentaban los domingos alternos en la misma grada. Pero ya eran muy distintas.
Los anuncios de los pisos en Turín advertían en los años 60 de que no aceptaban a napolitanos, a calabreses o a terroni (paletos) en general. Muchos hinchas de la Juve eran empleados de la FIAT, que daba trabajo a miles de personas llegadas del sur. El club representó una vía de integración en una sociedad que les miraba con recelo. También en el resto de Italia. Las tardes en las que viajaban al Olímpico de Roma, una pancarta se lo recordaba siempre: “Juve in trasferta, Calabria deserta”. La tesis xenófoba venía a señalar también una realidad: la composición de su grada era obrera y sureña. Pero nunca se libró del aura de equipo del poder del norte, el de una nueva monarquía transfigurada en los Agnelli y un imperio que transformó Italia. El Toro, en cambio, siguió siendo su antítesis y el club de la ciudad.
La crisis económica, la desigualdad en el reparto de los derechos televisivos y las reglas darwinistas del show han ampliado más la brecha entre los equipos en Italia. El derbi de la Mole —por la Mole Antonelliana, el edificio más alto de Turín— es el mejor ejemplo. El Toro ha ganado dos veces el cruce en 25 años. El último fue el 26 abril de 2015 (cuando la Juve ya tenía el scudetto en el bolsillo). Para el anterior había que rebobinar hasta el 9 de abril de 1995. Pero este año tocaba. La Juve, en plena transición con Pirlo, había ganado cinco partidos y empatado cuatro. El peor arranque en años. Los granata empezaron marcando; aguantaron, se asustaron y les comieron en los últimos minutos. Un clásico este curso. Hubo un tiempo en que Paolo Pulici, ídolo del Torino, se limpiaba las botas antes de pisar el campo con alguna bandera de la Juventus. Ahora, lamentan los aficionados, los jugadores corren a pedir la camiseta a la estrella rival cuando termina el partido. El sábado volvió a hacerlo el centrocampista Jacopo Segre con Dybala. “Ci avete rotto il cazzo” (algo así como “Nos tenéis hasta los huevos”), dejaron escrito los tifosi granata en el estadio tras la derrota (2-1).
El orgullo del Toro empieza y termina hoy en Belotti. El gallo es un tremendo delantero que podía haber jugado en cualquier equipo del mundo y decidió quedarse en Turín (este sábado le cosieron a faltas y estuvo a punto de colar en la escuadra una volea). El club atraviesa una de sus peores rachas desde 2005, cuando descendió a la Serie B y entró en quiebra. El empresario Urbano Cairo, un Berlusconi de baja intensidad propietario del canal 7, Il Corriere della Sera o La Gazzetta dello Sport, rescató a la formación, pero sin grandes resultados en la cancha. Tampoco en los derbis. Esta vez, VAR mediante, incluso anularon un gol a la Juve. La semana en la que la fiscalía investiga a un dirigente blanquinegro por la “farsa” del examen de Luis Suárez para la nacionalidad italiana, la afición del Toro ni siquiera pudo desempolvar viejas historias sobre caballos robados para justificar otra derrota.