Sangre, sudor y Conte
El entrenador del Inter, que estuvo a punto de fichar por el Real Madrid hace dos años, sostiene que el fútbol es trabajo, liderazgo e intensidad
Uno de los jugadores de aquella Juve todavía lo recuerda. El domingo anterior, el Parma había estado a punto de remontar un 2-1 y nadie se tomaba en serio la advertencia en el entrenamiento semanal. El míster les mandó a la ducha, cogió una silla y se sentó entre las dos puertas de los vestuarios. A medida que fueron saliendo ya vestidos de calle, Antonio Conte (Lecce, 51 años) seleccionó uno a uno los que debían volver a cambiarse y entrenar hasta las ocho de la tarde. Había vacas sagradas como Bonucci o Pirlo, que ...
Uno de los jugadores de aquella Juve todavía lo recuerda. El domingo anterior, el Parma había estado a punto de remontar un 2-1 y nadie se tomaba en serio la advertencia en el entrenamiento semanal. El míster les mandó a la ducha, cogió una silla y se sentó entre las dos puertas de los vestuarios. A medida que fueron saliendo ya vestidos de calle, Antonio Conte (Lecce, 51 años) seleccionó uno a uno los que debían volver a cambiarse y entrenar hasta las ocho de la tarde. Había vacas sagradas como Bonucci o Pirlo, que se agarró un enfado monumental. No fue una sorpresa. La disciplina y el esfuerzo no se negocian en sus equipos (a Pogba, por un retraso de 15 minutos en un entrenamiento, no se lo llevó a Pescara). Aquel tercer año en la Juventus ganaron el scudetto, pero la relación con el club descarriló en julio, en plena pretemporada. “No se puede ir a un restaurante de 100 euros con solo 10 en el bolsillo”, lanzó con su marcado acento salentino cuando vio que no le compraban lo que había pedido. Y ahí terminó todo.
El año pasado, tras su paso por el Chelsea -un campeonato- y la selección italiana, Conte aterrizó en el Inter de Milán. Su frustrado fichaje por el Real Madrid hace dos temporadas, cuando el club despidió a Julen Lopetegui y se encomendó a Solari para luego volver a Zidane, le dejó en el mercado con ganas de entrenar a un grande. El Bernabéu parecía su sitio natural después de que Florentino Pérez no hubiera superado un prolongado estado de melancolía provocado por la marcha de Mourinho, un entrenador con métodos y resultados parecidos. Pero Sergio Ramos le cerró las puertas del vestuario en las narices cuando su nombre comenzó a sonar con fuerza. “El respeto se gana, no se impone. Ahí están los entrenadores con los que hemos ganado títulos. La gestión de vestuario es más importante que el conocimiento de un entrenador”. Conte, que el año pasado dejó al Inter a un solo punto de la Juventus y es el favorito esta temporada para el scudetto -ahora está sexto a cinco puntos del Milan- después de haber reforzado la plantilla con nombres como Eriksen, Achraf y Arturo Vidal y de haber retenido a Lautaro Martínez, no opina igual que el central del Real Madrid.
Los equipos de Conte sudan, corren y crecen deprisa. Pero su ciclo suele tener estricta fecha de caducidad y despedidas conflictivas, como también descubrieron en Londres -o incluso a punto también el año pasado en Milán cuando perdió la final de la Europa League contra el Sevilla-. El periplo en la Juventus, que comenzó tres años antes cuando el entrenador fue a ofrecerse a casa del propietario, Andrea Agnelli, culminó en un extraordinario sainete. Los turineses cayeron aquel año eliminados contra el Galatasaray en la liguilla de Champions, cuando el club exigía mejores resultados en esa competición. Para remediarlo, al entrenador le prometieron fichajes que no llegaron, pero vio cómo la Roma se llevaba a Iturbe, un jugador por el que él había pujado (luego resultó ser un fiasco), y perdió la paciencia. El problema es que con los “10 euros” de la famosa frase que le sirvió de despedida, Massimiliano Allegri, su sustituto, volvió a ganar cuatro scudetti más y se plantó en dos finales de Champions contra el FC Barcelona y el Real Madrid. Aún así, Conte sigue siendo un ídolo en la Juventus. Pero, a veces, también motivo de burla frecuente en todo el país.
Media Italia se partía de risa con la formidable imitación del cómico Maurizio Crozza. Un acento sureño tan fuerte como su convicción de que el fútbol está hecho solo a base de trabajo, liderazgo e intensidad. Tozudo y obsesionado con la alimentación, antepone la disciplina y las reglas a cualquier capricho. Sea quien sea el que le esté desafiando. Pirlo, que hoy ocupa el mismo banquillo de la Juve, se fue una vez a la ducha tras un cambio en lugar de pasar por el banquillo, como Conte exigía. “La próxima vez al vestuario te vas con la pierna rota”, le soltó. Aprendió de Trapattoni, Lippi y Sacchi, sus tres grandes entrenadores. La finezza nunca fue su fuerte, pero la ambición por ganar es algo casi patológico, cuentan quienes le trataron en aquel periodo. Era igual en su etapa como centrocampista y capitán de la Juventus: una Champions y cinco scudetti. También como seleccionador, donde armó a la Nazionale más decente de los últimos años. La Eurocopa de 2016 fue su mejor obra: eliminó a España 2-0 en octavos de final y cayó en los penaltis con Alemania en cuartos. Este martes se enfrentará al equipo con el que hubiera querido culminar su carrera y a un entrenador en la cuerda floja, pero que ocupó ese puesto hace dos años.