Pasársela a Adama
Las últimas actuaciones del extremo catalán superan con creces el límite de lo humano, tan superior a las defensas rivales que uno se pregunta cómo se puede perder un partido con Traoré
A la selección española le ha brotado una estrella prácticamente de la nada, medio escondido en uno de esos equipos a los que nuestros padres parecen incapaces de ponerles nombre sin forzar la boca hasta tontear con el ictus: el Wolverhampton Wanderers. Es una de las realidades que no se deben obviar a la hora de calibrar las posibilidades reales del conjunto dirigido por Luis Enrique, con apenas media docena de futbolistas enrolados en los dos grandes transatlántico...
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A la selección española le ha brotado una estrella prácticamente de la nada, medio escondido en uno de esos equipos a los que nuestros padres parecen incapaces de ponerles nombre sin forzar la boca hasta tontear con el ictus: el Wolverhampton Wanderers. Es una de las realidades que no se deben obviar a la hora de calibrar las posibilidades reales del conjunto dirigido por Luis Enrique, con apenas media docena de futbolistas enrolados en los dos grandes transatlánticos de la LaLiga y cuyo delantero centro titular acaba de fichar por un recién ascendido a la Premier League. En el Estadio Olímpico de Kiev, donde en 2012 se plantó con aquel equipo imperial de los xaviniestas para enlazar su tercera corona consecutiva, apareció la nueva España con una delantera compuesta por un chico de 17 años, el nueve del Leeds United y su citada estrella de nuevo cuño: Adama Traoré.
Desde hace unos cuantos años, nuestro país exporta hacia las islas británicas toneladas de calabacines, camareros, personal sanitario y jóvenes talentos futbolísticos a los que sus clubes de origen no pueden –o simplemente no quieren– retener. Muchos de ellos se quedan en un susurro, derribados por los rigores de una cultura futbolística que exige algo más que promesas, pero otros arraigan con fuerza y son capaces de enriquecer una despensa en la que Madrid y Barcelona apenas aparecen ya como meros vendedores de excedentes. Adama es uno de ellos, desalojado del Camp Nou por cuatro perras y renacido –o quizás habría que decir reinventado– lejos de los focos y el terciopelo que suelen acompañar a la élite doméstica. Ahora que el Barça viene de anunciar un millonario acuerdo con Goldman Sachs para financiar la remodelación de su estadio, resulta inevitable pensar que sobre la espalda titánica de Traoré bien podría construirse una tribuna.
Sus últimas actuaciones superan con creces el límite de lo humano, tan superior a las defensas rivales que uno se pregunta cómo se puede perder un partido en el que Adama no hace otra cosa más que colocarte en ventaja jugada tras jugada, incursión tras incursión. Aunque, bien pensado, eso mismo le sucedió a Alemania en la Segunda Guerra Mundial: no supo aprovechar el impulso inicial de su blitzkrieg, de la guerra relámpago, que es la alegoría militar más aproximada a lo que el extremo catalán ofrece actualmente sobre un terreno de juego, paradójicamente. “Te crea peligro de la nada”, dijo de él un Jose Mourinho que lo sufrió en carne propia el pasado mes de diciembre. Aquel mismo día, un medio británico reveló que, nada más terminar el partido, varios jugadores del Tottenham se dirigieron a su técnico para pedirle que pusiese en práctica una de las reglas de oro del fútbol moderno: si no puedes con tu enemigo, fíchalo.
Y qué duda cabe de que habría hecho bien –Mourinho y cualquiera–, visto lo visto. La cotización de Adama irá aumentando al ritmo salvaje de sus latigazos mientras Luis Enrique, el único que puede darse el lujo de convocarlo a coste cero, deberá decidir si complicarse la vida o aplicar el viejo método que tan bien le funcionaba al entrenador Smiley en aquel capítulo de El Príncipe de Bel-Air: pasársela a Will.