Llegó Nadal, llegó la luz

El mallorquín resuelve su estreno en París con una consistente actuación ante Gerasimov, aunque le cuesta desbordar con el ‘drive’. “No voy a poner excusas con las bolas”, comenta tras el 6-4, 6-4 y 6-2

Nadal sirve durante el partido contra Gerasimov en la central de París.MARTIN BUREAU (AFP)

Condescendiente, París se porta bien y, de repente, como si estuviera escrito, va despejando la tarde y aclarando poco a poco el cielo para recibir al tenista que tantas buenas tardes ha brindado a la Chatrier. Tras varios días de perros, sin sol, sin luz ni una gota de buen tiempo que llevarse al cuerpo, aleja las nubes del Bois de Boulogne y despeja el camino a Rafael Nadal, que deseaba un respiro meteorológico y lo encuentra en el momento preciso y el lugar idóneo: pisa la arena, tira de oficio y resuelve su estren...

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Condescendiente, París se porta bien y, de repente, como si estuviera escrito, va despejando la tarde y aclarando poco a poco el cielo para recibir al tenista que tantas buenas tardes ha brindado a la Chatrier. Tras varios días de perros, sin sol, sin luz ni una gota de buen tiempo que llevarse al cuerpo, aleja las nubes del Bois de Boulogne y despeja el camino a Rafael Nadal, que deseaba un respiro meteorológico y lo encuentra en el momento preciso y el lugar idóneo: pisa la arena, tira de oficio y resuelve su estreno en esta anómala edición otoñal con un 6-4, 6-4 y 6-2 ante el aguerrido Egor Gerasimov.

Al que asiste se le cae el alma a los pies, por eso de que esto no es Roland Garros, no el verdadero desde luego, sino más bien un sucedáneo porque el torneo en estas circunstancias pierde una buena cuota de esencia. En cualquier caso, “es lo que toca, es lo que hay”, se repite Nadal desde que pusiera el primer pie en la Ciudad de la Luz, la semana pasada, dispuesto a emprender el desafío de cazar a Roger Federer y colgarse otro laurel más en París, el 12+1, que no 13. Él y la superstición. De momento, el campeón de 19 grandes ya ha dado el primer paso reduciendo a un bielorruso que guerrea como si estuviera en la pista dura de Bercy, luego quedan seis.

Aunque el tiempo acompaña, el mallorquín termina con la nariz y las orejas rojizas, porque París es buena, pero no ingenua y adereza el desempeño con el fresquito. Pese a que Gerasimov, un tallo de 1,96, haya ganado únicamente seis partidos en arcilla y circunscriba su tenis al cemento, no vuelve la cara en ningún momento y no se achanta en los peloteos. Nadal arranca, se aplica, entra poco a poco en calor e insiste, erre que erre, porque las dichosas bolas de Wilson de las que tanto se habla y se escribe, entremezcladas con la humedad, pesan lo suyo y obligan al de Manacor a masticar cada punto.

Esto es lo que hay, esto es lo que toca.

Para ganar esta edición de Roland Garros, seguramente le toque remar más que de costumbre. La temperatura y la fisionomía de las nuevas pelotas ralentizan el juego y este se hace más plomizo. Poco rastro de la derecha demoledora que dibuja efectos por aquí y por allá, y que se aproxima hacia al rival con los colmillos a la altura de los hombros. El debut de este año destapa una nueva realidad: tiros más planos, menos definitivos y mucha más paciencia. A Nadal, lógicamente, le cuesta desbordar con el drive y compensa a golpe de insistir y repensar los puntos una, dos o tres veces. El látigo funciona bien, pero los azotes de las Wilson portan algodón.

Lo contemplan las 200 o 300 personas escasas que observan desde las tribunas. Techo abierto, apenas se escuchan ruidos, nada del jaleo y el jolgorio característico de la caliente central francesa. Un desarrollo aséptico (2h 05m) que el español va resolviendo a base de buen hacer y una propuesta sólida: la bola no corre como antes, pero él ha cumplido con su parte y se desplaza bien, fresco de piernas y correcto en los movimientos. Los cimientos no faltan, a pesar de que jamás hubiera llegado en una situación similar a su torneo fetiche.

Certero, Nadal, citado en la segunda estación con otro pegador de rápida, el estadounidense Mackenzie McDonald, suelta el primer aguijonazo en el quinto juego del primer parcial, y otro en el cuarto del segundo. 2-0 y la clásica brecha abismal. Sin embargo, Gerasimov no se lo pone fácil y quiere marcharse con la satisfacción del deber cumplido. Su destino está claro, pero tiene arrestos para arrebatarle al menos una vez el servicio, aunque recibe réplica y el ganador le pone el lazo a una victoria, la primera acompañada de luz artificial, que a estas alturas y en estas circunstancias estrambóticas exigía más eficacia que brillos.

No es mal punto de partida.

“No puedo permitirme jugar pasivo”

Spain's Rafael Nadal answers questions of journalist via a video connection in an empty press conference room after his first round match of the French Open tennis tournament at the Roland Garros stadium in Paris, France, Monday, Sept. 28, 2020. (AP Photo/Christophe Ena)Christophe Ena (AP)

Satisfecho, pero exigiéndose como siempre, Nadal comentó a los periodistas que el plan salió más o menos como lo intuían él y su equipo.

“Necesito estar con todos los sentidos despiertos para jugar este torneo. No es un Roland Garros como los otros que he jugado, sino con condiciones completamente distintas, con lo cual, tengo que ir dando pasos en una dirección que me ayude. Creo que he hecho un partido correcto, sin buscar grandes cosas, pero sin jugar mal. Ha sido un primer partido lógico y positivo. Solo hay una manera de mirar este torneo, paso a paso y entrenamiento a entrenamiento, día a día”, introdujo.

“No jugamos nunca un torneo de tierra sobre estas condiciones. Hoy, que no hacía viento, hacía diez u once grados... El otro día [en la rueda de prensa previa al evento] no me quejé, sino que expuse una situación. Se juega en las mismas instalaciones, pero es completamente distinto a los anteriores”, insistió; “hay que estar preparados para aceptar todas las condiciones; simplemente dije que estas condiciones no me favorecen, pero esto no me quita ni un ápice de ilusión, motivación o compromiso a la hora de ir a pista cada día”.

Respecto a la incidencia de su derecha, señaló: “Si no juego profundo, al final es mi error. Las bolas son las que son, y soy yo el que me tengo que adaptar. Otra cosa es que si de por sí no es una bola muy viva y además le añadimos el frío y la humedad, hace que sea mucho más difícil generarle efectos. Pero en ningún momento voy a poner excusas con las bolas, de si hago las cosas mejor o peor”.

Y zanjó: “Con estas condiciones, lo único que no puedo permitirme es jugar de un modo pasivo; necesito que todos los golpes lleven una intención y tengan una intensidad alta, porque en cuanto baja la bola deja de hacer daño”.

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