La revolución era posible
Superman López convierte la subida final al col de La Loze en una lucha de uno contra uno, gana la etapa y hace sufrir a Roglic y Pogacar, que resisten delante en la general
Miguel Ángel López es Superman porque de chaval unos con cuchillos le quisieron robar la bici y él se enfrentó a ellos y herido llegó a casa, pero en bicicleta. Superman tiene un hijo que se llama Jerónimo como el jefe indio porque Superman es un guerrero y admira a los guerreros, a los que no se resignan, a los que luchan aun sabiendo que van a perder.
Superman lloraba el día de descanso porque su espíritu se ahogaba en el Tour anestesiado por la banana mecánica del Jumbo, y sentía que se traicion...
Miguel Ángel López es Superman porque de chaval unos con cuchillos le quisieron robar la bici y él se enfrentó a ellos y herido llegó a casa, pero en bicicleta. Superman tiene un hijo que se llama Jerónimo como el jefe indio porque Superman es un guerrero y admira a los guerreros, a los que no se resignan, a los que luchan aun sabiendo que van a perder.
Superman lloraba el día de descanso porque su espíritu se ahogaba en el Tour anestesiado por la banana mecánica del Jumbo, y sentía que se traicionaba a sí mismo, y a la afición, al ciclismo, porque no atacaba y formaba parte del pelotón de seguidores, de los que se miran y se marcan y calculan y piensan en defender su posición antes que intentar mejorarla.
Superman llega al col de La Loze, donde la civilización, los chalets lujosos y los apartamentos de una estación de esquí de pijos que se hizo noticia porque bajando sus laderas se la dio Schumacher esquiando, se han quedado atrás, debajo, y en la memoria de los de Méribel el Tour es una tormenta de granizo en el 73, y Thévenet, Ocaña y Fuente la desafían y la derrotan.
Casi 50 años más tarde, sol de septiembre y ese calorcillo, la tormenta la desata Superman, y es un ataque de nostalgia. Pese a las banderas eslovenas, mayoritarias entre una afición amontonada, se siente en casa, en su Pesca, a más de 2.000 metros de altitud en el altiplano de Boyacá, camino de la laguna de Tota, donde, a 3.000 metros, pesca truchas con su amigo Carapaz y sube por una carretera parecida, estrecha, pegada al relieve de la montaña, con toboganes, subibajas, y muros, subidas que conoce de subir a los campos a sacar patatas, a trabajar con su familia, campesino, y son como la de La Loze, que está asfaltada para ciclistas nada más, y no como las subidas regulares pensadas en la eficiencia de los vehículos.
Y Carapaz, que creció ordeñando las vacas de su abuelo, también está por allí, gozando los últimos kilómetros de su escapada eterna en un paisaje de páramo, de hierba rala y oxígeno escaso, y ahí florece su alma, y de Superman el espíritu, que cuando faltan 2.600 metros para el final ataca y parece que no ataca, porque de repente el mundo conocido, la física de los elementos que parecían tan fijados este Tour como los planetas en el cielo, se transforma, y antes que una aceleración de Superman tras una largada experimental de Kuss, el último de los de Roglic —"le dije que atacara para ver cómo reaccionaban todos y medir sus fuerzas", dice el líder esloveno—, más parece que Roglic y Pogacar se detienen en su órbita y que voluntariamente le dejan irse al colombiano guerrero.
Están pegados a la brea, tan dura es la pendiente, y tan grande es el Cafarnaúm en que se transforma el Tour, caos, desorden, libertad, ciclismo antiguo, cada uno con lo suyo hasta donde pueda. Lucha de voluntades y de inteligencias.
La revolución era posible, solo hacía falta voluntad temeraria, y la de Superman, debutante en el Tour a los 26 años, después de brillar alto en Giros y Vueltas, es tremenda, es su fuerza, y su capacidad para acelerar en lo más duro, y le lleva hasta la cima, donde le lloran los ojos y se santigua, y espera que uno a uno, sin aliento, vayan llegando todos los que han tirado la calculadora a la cuneta tratando de seguir vivos.
Roglic, no, Roglic no deja la calculadora. Sube sufriendo y midiendo, y suspira aliviado en la cima. No solo ha cedido solo 15s (19s con la bonificación) al irreverente Superman, y su sobrenombre nunca antes estuvo tan justificado, sino que ha sacado otros 15s (17s con las bonificaciones) a su ternerito Pogacar, que por primera vez en el Tour se ha soltado de su ubre.
La revolución ya no es posible. Roglic habla en la conferencia y dice que lo peor ha pasado, que había tenido pesadillas con la subida de La Loze, tan diferente de todas las que había hecho, y que es feliz porque ya ha arrancado su perfil del libro de ruta. Vuelve a mirar la general y ve que tiene a Pogacar a 57s y a Superman a 1m 26s, y piensa en la contrarreloj del sábado. Superman, eso dice, solo piensa en llegar a París feliz y a tirar de las orejas a su patrón, Vinokúrov, que cumple años. Su ambición quizás la azuce el jueves el plateau sin asfaltar de Glières, otra subida antigua en los territorios de la Resistencia. “Pero si quisiera ganar el Tour necesitaría llegar a la contrarreloj del sábado con al menos un minuto de ventaja”, se disculpa Superman, que no se ve capaz, y eso que ya sabía que la tercera semana sería la decisiva, la que pone a prueba la capacidad de recuperación y la resistencia antigua, la que separa a los grandes de los muy grandes.
Landa también quiere organizar una revolución, y organiza en la Madeleine y hasta Méribel una batalla entre sus papayas, pues de fruta tropical es el color de su maillot Baréin, y el de sus fieles Pello, Caruso, Colbrelli, Poels, y las bananas de Roglic, que siguen tranquilos el ritmo de los de Landa, y se frotan las manos, mientras el alavés comienza a asfixiarse poco a poco, y llegado el momento se queda atrás, ya sin rueda que seguir, como todos los que sacan fuerzas de donde pueden y oxígeno de la nada para terminar.
El presidente Macron sigue a la fuga en el coche rojo del jefe del Tour y cuando le enfocan las cámaras saca un gel hidroalcohólico del bolsillo y se lava las manos. Unos minutos más atrás, los Bahréin de Landa persiguen a la fuga acelerando y cuando la cámara enfoca al alavés se ve su mirada de nostalgia, su cansancio. Llegado el momento de la batalla y el vuelo de Superman, Landa, el esperado, no está. “Me he desinflado en la parte final y no solo no he podido con el Jumbo sino con el resto. No he tenido el mejor día”, dice el mejor español en la general (7º, a 3m 27s). “Era el día para atacar. Había que probar fuesen cuales fuesen las sensaciones. Cuando tiraban Pello y Caruso a mí me estaba costando, pero también piensas que los demás sufren. Había que intentarlo. El podio es complicado, pero la etapa del jueves después de la fatiga de Loze puede ser caótica. Veremos qué pasa. Es complicado".
“Quien no arriesga no gana”, sentencia el segundo español en la general, Mas (8º, a 4m 18s), que vestirá el jueves maillot blanco como líder putativo de los jóvenes. El real, Pogacar, estrena lunares de rey de la montaña.