Terry Fox, el activista deportivo contra el cáncer con su Maratón de la Esperanza
El joven deportista canadiense, con una pierna amputada por la enfermedad, se dedicó a recaudar fondos corriendo por el país para concienciar e investigar sobre el cáncer
La perseverancia de Terry Fox le permitió alcanzar sus metas deportivas en la adolescencia y en la juventud. Ningún amigo tenía la paciencia suficiente como para pasarse horas y horas solucionando cualquier problema o llegando al final de un juego. Tal vez esta cualidad lo convirtió en una persona algo solitaria, pero forjó en él un carácter competitivo y ganador que le sirvió para superarse en el deporte y también en la vida.
El diagnóstico de un osteosarcoma en su rodilla derecha y la posterior amputación de la pierna cuando apenas tenía 18 años, lejos de convertirse en un trau...
La perseverancia de Terry Fox le permitió alcanzar sus metas deportivas en la adolescencia y en la juventud. Ningún amigo tenía la paciencia suficiente como para pasarse horas y horas solucionando cualquier problema o llegando al final de un juego. Tal vez esta cualidad lo convirtió en una persona algo solitaria, pero forjó en él un carácter competitivo y ganador que le sirvió para superarse en el deporte y también en la vida.
El diagnóstico de un osteosarcoma en su rodilla derecha y la posterior amputación de la pierna cuando apenas tenía 18 años, lejos de convertirse en un trauma significaron un acicate para él. Por un lado, para seguir practicando deporte y, por otro, para concienciar a todo el mundo sobre la enfermedad y a la vez recaudar fondos para la investigación del cáncer. El sufrimiento que había conocido en otros pacientes en el hospital durante su tratamiento de quimioterapia lo animaron a intentar recorrer el país de oeste a este con un maratón diario a pesar de sus nuevas limitaciones con el objetivo de recaudar al menos un dólar canadiense por cada ciudadano y completar alrededor de 8.000 kilómetros.
No pudo completar su reto porque el cáncer volvió a aparecer y se convirtió en irreversible. Terry Fox falleció antes de cumplir los 23 años pero su legado del Maratón de la Esperanza continúa vivo cada año en multitud de países y ha logrado recaudar desde 1981 más de 800 millones de dólares (más de 675 millones de euros). Su ejemplo y su tesón traspasaron fronteras y los reconocimientos y homenajes le llegaron desde todos los rincones y sectores de Canadá y también del resto del mundo.
Fox no quiso ocultar la enfermedad, sino darle visibilidad y normalidad, y lo logró con una iniciativa que sigue vigente en todo el mundo para seguir avanzando en la investigación y conseguir curar cualquier tipo de cáncer.
Terrance Stanley Fox nació el 28 de julio de 1958 en Winnipeg, capital de Manitoba, en Canadá. Recibió su nombre de dos tíos, por parte de madre y de padre, que se llamaban así, aunque todo el mundo lo llamó siempre Terry. Fue el segundo de cuatro hermanos, de los que solo la pequeña fue mujer. Su padre trabajaba como guardagujas en la Compañía Nacional Ferroviaria, mientras que su madre se dedicó en cuerpo y alma a la educación y el cuidado de los menores en casa en los primeros años y, posteriormente, trabajó en una papelería.
A mediados de la década de 1960 su familia se mudó de Winnipeg a Vancouver y luego a Port Coquitlam, donde pasó el resto de su vida. Terry Fox era un chico tranquilo, perseverante y paciente con lo que se proponía. Era un gran competidor en cualquier deporte, pero sobre todo le gustaba el baloncesto. No era hábil ni tenía estatura, pero a pesar de las invitaciones de sus profesores para practicar otros deportes como lucha o atletismo, siempre quiso jugar al baloncesto.
Empezó siendo el último reserva y sin apenas jugar un minuto, pero en los veranos practicó y mejoró tanto que se convirtió en imprescindible en el equipo e incluso en el último año de la escuela secundaria recibió el título de Atleta del Año.
Después de graduarse Fox ingresó al programa de Kinesiología en la Universidad Simon Fraser, de Burnaby, en el otoño de 1976. Su objetivo era convertirse en profesor de Educación Física y seguir practicando deportes, así que fue aceptado en el equipo universitario de baloncesto.
El 12 de noviembre de 1976 Terry Fox tuvo un pequeño accidente automovilístico por un despiste. Salió ileso salvo una pequeña herida en la rodilla que tardó en cicatrizar y cuyo dolor fue en aumento. El 3 de marzo de 1977 le dieron un diagnóstico inesperado: en lugar de un ligamento desgarrado, que Fox pensó que era el problema, tenía un tumor maligno. Le diagnosticaron sarcoma osteogénico, un tipo raro de cáncer que es relativamente más probable que se desarrolle en hombres jóvenes que en mujeres. A fines de la década de 1970, el tratamiento consistía en amputación, seguida de quimioterapia para garantizar que no hubiera propagación de células cancerosas.
Una semana después del diagnóstico fue operado y rápidamente se acostumbró a las muletas y recibió fisioterapia para caminar con una prótesis en la pierna. Su optimismo fue alabado por todos y poco después de la operación volvió a practicar su deporte favorito, el baloncesto, pero ahora en silla de ruedas, llegando a ganar tres títulos nacionales con su nuevo equipo y convirtiéndose en una pieza fundamental.
Los 16 meses de quimioterapia que recibió le marcaron profundamente por los muchos niños pequeños que conoció y cuyos casos eran más graves que el suyo. Allí se dio cuenta de la difícil situación de las víctimas del cáncer y de la necesidad de encontrar curas para las diversas formas de la enfermedad.
Terry Fox leyó un artículo en una revista sobre Dick Traum, que había corrido el maratón de la ciudad de Nueva York con su pierna protésica. Esta historia le resultó inspiradora y le dio a la idea de correr por Canadá para recaudar fondos para la investigación del cáncer. A principios de 1979 comenzó a entrenar por su cuenta y participó en un maratón, en el que llegó último. En ese momento decidió su próximo reto de recorrer el país, de oeste a este con maratones en favor de la investigación del cáncer.
El recorrido sería de 8.530 kilómetros y corriendo 30 millas (48 kilómetros) por día, podría salir de St. John’s el 12 de abril de 1980 y llegar a Port Renfrew el 10 de septiembre, en un periodo que le permitiría evitar la mayor parte del frío. Pidió ayuda por carta a todos los estamentos y organizaciones y recibió algunas respuestas que le permitieron ponerse en marcha. Ford donó una autocaravana, Imperial Oil aportó el combustible y Adidas le proporcionó el calzado.
Su protésico le construyó una prótesis utilizando un amortiguador, pero a Fox no le gustó este dispositivo y volvieron a una pierna protésica más tradicional, aunque con algunas modificaciones para afrontar carreras de larga distancia (de acero inoxidable para impedir que se oxidara con el sudor del corredor). El entrenamiento le resultaba muy duro porque la presión adicional que ejercía, tanto en su pierna izquierda como en su muñón, le producía hematomas, ampollas y un dolor intenso.
La Sociedad Canadiense del Cáncer (CCS) propuso el nombre de Maratón de la Esperanza a la iniciativa y el reto de recaudar un millón de dólares. Fox comenzó su reto y fue ganando gradualmente apoyo para su causa durante su recorrido. Los medios de comunicación se empezaron a interesar por su gesta y era recibido como un héroe en las localidades a las que llegaba. Por la tarde ofrecía charlas con alumnos y en más de una ocasión tuvo que desviarse del recorrido previsto para cumplir con estos compromisos.
Al llegar a Ontario, el 1 de septiembre, Terry Fox se sintió más débil de lo habitual y experimentó frecuentes mareos. Después de sufrir un intenso dolor en el pecho pidió ver a un médico. Las pruebas determinaron que el cáncer se había extendido y tenía un tumor en cada pulmón. El del pulmón izquierdo, del tamaño de un puño, estaba demasiado cerca de su corazón para ser operable. La quimioterapia fue la única solución.
Al día siguiente anunció en rueda de prensa que tenía que abandonar su maratón por un tiempo, pero se comprometió a continuar tan pronto como pudiera. Regresó a casa con su familia y comenzó el tratamiento. Había completado 5.373 kilómetros, un promedio de 42 por día, y había recaudado 1,7 millones de dólares. A partir de ese momento, las donaciones se incrementaron y Fox empezó a recibir cartas y telegramas de aliento y apoyo de todo el mundo. El expresidente de los Estados Unidos Gerald Rudolph Ford y el Papa Juan Pablo II se encontraron entre los simpatizantes, al igual que miles de canadienses. Muchos periódicos sugirieron que él había hecho más por la unidad nacional que nadie.
La cadena de televisión CTV organizó rápidamente un telemaratón de cinco horas que se emitió el 9 de septiembre y recaudó 10 millones de dólares. El 1 de febrero de 1981, Fox logró su sueño de recaudar un dólar por cada canadiense; el país tenía 24,1 millones de habitantes en ese momento y el Maratón de la Esperanza había recaudado 24,7 millones de dólares.
El 18 de septiembre de 1980 Fox se convirtió en la persona más joven en recibir la Orden de Canadá. El 21 de octubre, el primer ministro William Richards Bennett le concedió el más alto honor en Columbia Británica, la Orden del Consejo; el 22 de noviembre, la Sociedad Estadounidense del Cáncer le otorgó la Espada de la Esperanza; el 18 de diciembre su hazaña atlética fue reconocida con el Premio Lou Marsh, otorgado por representantes de los medios deportivos canadienses al Mejor Atleta del Año del país; y el 23 de diciembre fue elegido como el Canadiense del Año por la Asociación de la Prensa del País.
Fox acordó actuar como asesor del guion de una película que se iba a producir sobre él, y le dijeron que se lanzaría un sello y se erigiría una estatua en su honor. Durante este tiempo, por sugerencia de Isadore Sharp, se acordó que los hoteles Four Seasons y la Asociación del Cáncer organizarían una carrera anual de recaudación de fondos en lugares de todo Canadá. La Carrera de Terry Fox se convertiría en una tradición.
Terry Fox murió el 28 de junio de 1981, un mes antes de cumplir 23 años. Su muerte recibió cobertura mundial y las banderas ondearon a media asta, un honor generalmente reservado para políticos y líderes gubernamentales.
El legado de Terry Fox es su tremendo éxito en la recaudación de fondos y sus logros en favor de la investigación del cáncer. En la actualidad, personas de todas las edades participan en las carreras locales anuales que se llevan a cabo en su memoria. Gracias al dinero recaudado a través de la Fundación Fox se han producido avances considerables en el tratamiento de diversos cánceres, entre los que destaca el hecho de que ahora el sarcoma osteogénico puede tratarse sin amputación. Otra parte de su legado tiene que ver con la cultura de la solidaridad, ya que no solo inspiró a las personas a participar activamente en la recaudación fondos, sino que fue el primero en hacerlo a través de una iniciativa deportiva que se expandió después por todo el mundo y que hoy se emplea para multitud de causas.