Maldita incertidumbre

El deporte, simulado, en directo o a puerta cerrada, siempre provocó controversia, incluso en escritores como Eco y Galeano, pero nunca afrontó una situación como la actual con la Covid-19

El 1 de octubre de 2017, el Barcelona recibió a Las Palmas en un Camp Nou vacío.Albert Gea (Reuters)

Al fútbol, y al deporte, le mueve la incertidumbre y por tanto la posibilidad de un resultado inesperado o una situación imprevisible, terreno que curiosamente detestan quienes lo financian, los dueños del negocio, muchas veces ajenos a la propia naturaleza de la entidad, como se advierte en equipos de la LaLiga. La convivencia no resulta sencilla porque el dinero prefiere la certeza a la duda y hoy, en pleno año de la explosión del Big Data, la implantación del VAR y la discusión sobre la Superliga europea, no se sabe qué pasará con las competiciones suspendidas por el coronavirus que amenaza...

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Al fútbol, y al deporte, le mueve la incertidumbre y por tanto la posibilidad de un resultado inesperado o una situación imprevisible, terreno que curiosamente detestan quienes lo financian, los dueños del negocio, muchas veces ajenos a la propia naturaleza de la entidad, como se advierte en equipos de la LaLiga. La convivencia no resulta sencilla porque el dinero prefiere la certeza a la duda y hoy, en pleno año de la explosión del Big Data, la implantación del VAR y la discusión sobre la Superliga europea, no se sabe qué pasará con las competiciones suspendidas por el coronavirus que amenaza también la disputa de la Eurocopa y los Juegos de Tokio.

La actual situación supone un reto inédito también para la prensa deportiva, por la imposibilidad de contar acontecimientos que no se celebran, y también insólito para la industria del entretenimiento, cuyo relato se construye muchas veces a partir de lo que pudo ser o podía suceder, ya sea a partir de la interpretación de la realidad o de una virtualidad aceptada por su público, discusión que remite a La cháchara deportiva, uno de los artículos del libro La Estrategia de la Ilusión de Umberto Eco. Algunos de los ensayos del filósofo y escritor italiano también se refieren al fútbol, y en especial a los hinchas, a los que detestaba, como consta en un artículo publicado en El País.

“El deporte actual es esencialmente el discurso sobre la prensa deportiva (…) Si por una diabólica maquinación del gobierno mexicano y del senador Brundage, aliados con las cadenas televisivas de todo el mundo, las Olimpíadas no se realizaran, pero fueran relatadas día a día y hora a hora con imágenes ficticias, nada cambiaría en el sistema deportivo internacional, ni los comentaristas deportivos se sentirían defraudados. Por consiguiente, el deporte como práctica ha dejado de existir, o solo existe por razones económicas: solo existe la cháchara sobre la cháchara deportiva”, escribió en su artículo de 1986.

No hay constancia todavía de que se haya televisado un partido que no se ha jugado y, en cambio, se constata que la actividad gira indispensablemente alrededor del estadio, ya sea porque los partidos se juegan a puerta cerrada o en abierto, como pasó en el emocionante Liverpool-Atlético. El dilema entonces es diferente: el hincha o el espectador, el fútbol presencial o por televisión, una discusión especialmente interesante si se tienen en cuentas opiniones como las de Pablo Aimar a Página/12 en una entrevista concedida a Sebastián Varela y Ezequiel Scher: “Somos la última generación que ve partidos enteros”.

Aimar entiende que los jóvenes están más acostumbrados a “lo efímero, a los resúmenes, a ver en el celular los goles de todo el mundo. Son víctimas de este estímulo. El partido de la PlayStation dura 5 ó 7 minutos apenas”, concluye el hoy miembro del cuerpo técnico de Argentina.

El hincha o el espectador

La UEFA tardó en cancelar las competiciones porque atendía a los intereses económicos, a los ingresos de los clubes por los derechos de transmisión, y optó inicialmente porque los partidos que no se pudieran celebrar con normalidad se disputaran a puerta cerrada, como el Valencia-Atalanta. Jugar sin espectadores y con telespectadores no parece la mejor fórmula para el seguidor al que gusta ir a la cancha, ni tan siquiera para el turista que compra en la tienda del club, como advierte Jorge Valdano. “La ausencia de aficionados (…) lo deja sin su esencia, sin su alma”, escribió en su columna de EL PAÍS.

“¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío?” se preguntaba Eduardo Galeano. “Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada más vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa (…) Habla en catalán el cemento del Camp Nou y en euskera conversan las gradas de San Mamés”, añadía el escritor uruguayo en El estadio y el hincha. “El estadio del Rey Fahd, en Arabia, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir”.

Acabados los partidos a puerta cerrada, hoy tampoco se pueden ver en vivo por televisión, de manera que el fútbol en directo se apagó para unos y para otros, para románticos y adinerados, para periodistas de deportes y para los que entretienen; todos coinciden por una vez que la actual incertidumbre no conviene a nadie, ni siquiera a los que viven de las apuestas. Maldito Covid-19.

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