Neymar Jr. vuelve a ser Ney en Barcelona

La recuperación del apelativo del tiempo feliz del brasileño en el Barça apunta a la cercanía de su regreso al Camp Nou

Neymar, después del partido PSG-Rennes.FRANCK FIFE (AFP)

Cuenta el periodista Luis Pousa, en una fantástica columna publicada esta misma semana en La Voz de Galicia, que "Ney" sigue siendo uno de los nombres más recurrentes entre los chuchos gallegos, una costumbre bautismal que se incrusta 200 años en el tiempo, hasta julio de 1809. Los ejércitos napoleónicos, comandados por el mariscal Michel Ney, eran derrotados en la batalla de Ponte Sampaio, a orillas del río Verdugo, en Pontevedra, y su frustración la pagaron un buen puñado de aldeas que el militar francés y sus hombres se fueron encontrando a su paso mientras se batían en retirada ca...

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Cuenta el periodista Luis Pousa, en una fantástica columna publicada esta misma semana en La Voz de Galicia, que "Ney" sigue siendo uno de los nombres más recurrentes entre los chuchos gallegos, una costumbre bautismal que se incrusta 200 años en el tiempo, hasta julio de 1809. Los ejércitos napoleónicos, comandados por el mariscal Michel Ney, eran derrotados en la batalla de Ponte Sampaio, a orillas del río Verdugo, en Pontevedra, y su frustración la pagaron un buen puñado de aldeas que el militar francés y sus hombres se fueron encontrando a su paso mientras se batían en retirada camino de Lugo. “La Galicia popular decidió entonces vengarse”; explica Pousa, “poniéndole su nombre al perro de la casa”. Alguno hizo tanta fortuna que incluso se ganó una estatua conmemorativa en una conocida plaza de A Coruña.

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A Neymar Jr. se le concedió el apelativo cariñoso de Ney al poco de aterrizar en Barcelona. Aquel era un equipo que se recitaba a base de diminutivos, como los protagonistas de Al salir de clase y, claro, a Ney empezamos a tratarlo como el macarrita adorable al que no sabes si aplaudir o reprender, siempre bordeando el precipicio. El precio de su traspaso era todavía un misterio —muchos sostienen que todavía lo es—, se hacía rodear de una guardia de corps ataviados con ropa de verano y gorras de béisbol, enervaba a los rivales con sus técnicas malabares, rezaba a dios con devoción y, lo más importante de todo, había dejado a Florentino Pérez en la estacada por jugar al lado de Messi, Xavi, Iniesta y compañía. Desde un punto de vista formal, todo en él parecía accesorio y, sin embargo, su fútbol desprendía tantos quilates que la afición se regodeaba en la continuidad que Ney ofrecía ante una hipotética retirada de Messi. Y entonces sucedió lo impensable.

Sobre su espantada y fichaje por el PSG se escribió tanto que uno llegó a temer por la posibilidad de que el brasileño no llegase a disfrutar del triunfo pleno de su obra, muy en la línea de John Kennedy Toole y otros desgraciados maestros de la literatura. Dejaba Barcelona Ney convertido otra vez en Neymar Jr., un bellaco que intercambiaba felicidad por dinero sin pensar en el relato, en aquella historia de hombres con apelativos cariñosos que combatían el mal vestido de blanco, que jugaban a competir porque con semejantes nombres no se va a una guerra más allá del patio del colegio. Y lo hacía, además, enfrentándose a la directiva, denunciando al club que se condenó a sí mismo por las irregularidades de su fichaje y amenazando, se decía, el reinado de Messi, quizás la mayor de las afrentas. Tal fue el tumulto institucional y sentimental que provocó su salida que nadie podía imaginar, apenas dos años después, la posibilidad de su regreso.

La cosa parece ir realmente en serio cuando desde diversas tribunas, siempre bien informadas, vuelve a sonar el nombre de Ney como denominación de origen, casi olvidado el Neymar Jr. con el que se le castigó al destierro emocional por alta traición. Alguien podría pensar que es una manera de humillar al club francés, como hacemos los gallegos con nuestros perros y el mariscal aquel de Napoleón, pero mucho me temo que es la prueba definitiva del rumbo timorato que parece haber adoptado el Barça de hoy: un club desnaturalizado, falto de valores e identidad, de orgullo, infantilizado hasta el extremo. Que nadie se sorprenda si algún se despierta y se lo encuentra todo mojado: a fin de cuentas, la sabiduría popular está ahí para algo.

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