Una trampa inesperada condena a Thomas y Mas

Una caída a seis kilómetros provoca que dos de los favoritos pierdan sus opciones. Schachmann gana su segunda etapa

Maximiliam Schachmann entra victorioso en el santuario de Estíbaliz.David Aguilar (EFE)

En cualquier momento de cualquier carrera puede llegar la sorpresa, o la debacle. Los últimos kilómetros de la tercera etapa de la Itzulia se recorren por una carretera estrecha, camino del santuario de Estibaliz, pero la trampa llega unos metros antes, en la última curva ancha, bien trazada, a pocos metros de entrar en el fregado del tramo decisivo. En Arkaute, el pueblo en el que se forman los agentes de la Ertzaintza, que son quienes viajan por delante del pelotón.

Max Schachmann, el líder, circula entre los primeros del pelotón, protegido por sus compañeros. No ve nada, “sólo escuch...

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En cualquier momento de cualquier carrera puede llegar la sorpresa, o la debacle. Los últimos kilómetros de la tercera etapa de la Itzulia se recorren por una carretera estrecha, camino del santuario de Estibaliz, pero la trampa llega unos metros antes, en la última curva ancha, bien trazada, a pocos metros de entrar en el fregado del tramo decisivo. En Arkaute, el pueblo en el que se forman los agentes de la Ertzaintza, que son quienes viajan por delante del pelotón.

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Max Schachmann, el líder, circula entre los primeros del pelotón, protegido por sus compañeros. No ve nada, “sólo escuché el ruido”. La carrera cambió de golpe.

Unas horas antes, nadie se lo espera. En Murgia, el pueblo de Mikel Landa, acampa el Cofidis. Los auxiliares friegan el camión de las bicicletas. Hace un rato que han salido los ciclistas para la faena del día, a ganarse el jornal, como han hecho el resto de los equipos. Es, tal vez, el único momento de calma de quienes se quedan en la retaguardia después de atender a los corredores que ya están camino de la salida. Un café tranquilo, un momento de charla.

El resto es el ajetreo habitual de cada carrera. Mientras Guajardo, el locutor, un ordenador en el cerebro, que se conoce a todos los participantes y su palmarés, desmenuza a quienes se acercan al control de firmas, los jalea, los anima, les ofrece un aliciente moral para hacer su trabajo, en los autobuses los directores dan la charla táctica, planean en la pizarra lo que va a suceder en la carretera, aunque luego, posiblemente, pasará otra cosa, porque una vez que se ponen a dar pedales, lo que ocurre es imprevisible. Casi siempre, al margen de las rutinas habituales, la perorata previa a la etapa tiene la misma eficacia que la que puede recibir un jugador antes de entrar a un casino en Las Vegas. La ruleta va a su bola. Como la etapa.

La jornada, lo sabe casi todo el mundo, hasta Alaphilippe, que ha ojeado el libro de ruta la noche anterior, termina en el santuario de Estibaliz, a las afueras de Vitoria, un promontorio en la ruta de Estella y la sierra de Urbasa, un accidente en la llanada alavesa. Tradición, encuentro, fe, oración, reflexión, arte anuncia un cartel a la entrada del santuario; el único bar que se encuentra abierto tiene un nombre desconcertante: Pintxos y libros. Parece una broma, similar a la de la jornada anterior en la que la taberna en la que se agolpaban los seguidores de la carrera se denominaba Envidia cochina.

Alaphilippe escucha la charla en el autobús, quién sabe si atiende lo que dice su jefe Davide Bramati, o está a sus cosas. Un rato más tarde, mientras el pelotón empieza a desperezarse, los primeros acompañantes de la carrera –periodistas, auxiliares–, que llegan a Estibaliz, repiten lo mismo: es una llegada para el francés, puede ser su segunda victoria: dos kilómetros de ascensión hasta la meta, ni muy dura ni muy suave, la etapa que hubiera disputado Alejandro Valverde de estar en el País Vasco; la que le viene de maravilla a su sucesor in péctore.

Pero lo que se planea en la pizarra casi nunca se reproduce en la carretera, y Alaphillipe, que circula por la izquierda, en la zona cabecera del pelotón, no se imagina que, a falta de seis kilómetros, y en una curva abierta, sencilla para trazar, va a perder sus posibilidades de ganar la etapa y posiblemente, la carrera. Por el tropezón de otro compañero, que hace el afilador y tumba a medio pelotón. Algunos caen en la acequia, otros se estrellan en el asfalto.

Tampoco Geraint Thomas lo tenía previsto; ni Jonathan Castroviejo, que le protege. El ciclista de Getxo, vizcaíno hasta que Pablo Casado aseguró hace una semana que su pueblo estaba en Gipuzkoa, tuvo que ser trasladado a un hospital alavés, después de pasarse unos minutos en el suelo. Llevaba un collarín en el cuello.

La etapa se convierte en un destrozo. Por delante, Max Schachmann, que sólo ha escuchado un dramático catacrac, se pone delante del grupo y gana la etapa con una suficiencia insultante, y empieza a abrir diferencias con sus perseguidores, que dudan, porque el berlinés no estaba entre los elegidos cuando les explicaron la Itzulia en la pizarra. Jon Izagirre aguanta el duelo y es segundo en la General. Enric Mas, que aparece casi dos minutos después y con el hombro al aire y el maillot roto, es uno de los damnificados; Geraint Thomas, el último ganador del Tour pierde 5,56m. Yates aguanta en la General a 1,41m. Mikel Landa es noveno, a 1,16m. La curva de Arkaute ha cambiado la Vuelta al País Vasco.

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