Djokovic arrodilla a Nadal

Superlativo, el número uno desborda al balear, desdibujado en la final, y se convierte con siete títulos en el campeón más laureado de Melbourne, elevando su 15º trofeo en un grande: 6-3, 6-2 y 6-3, en 2h 04m

Djokovic celebra un punto durante la final con Nadal en Melbourne.JULIAN SMITH (EFE)

Lo que se presuponía como un espectáculo mayúsculo de doble dirección, quedó reducido a un monólogo escrito y firmado en solitario por Novak Djokovic. El serbio, número uno, ofreció un recital en la final contra Rafael Nadal (6-3, 6-2 y 6-3, en 2h 04m) y atrapó su 15º trofeo de un Grand Slam, el séptimo que obtiene en Australia y por lo tanto ya coronado como el tenista más laureado en Melbourne. Adelanta el serbio a Roger F...

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Lo que se presuponía como un espectáculo mayúsculo de doble dirección, quedó reducido a un monólogo escrito y firmado en solitario por Novak Djokovic. El serbio, número uno, ofreció un recital en la final contra Rafael Nadal (6-3, 6-2 y 6-3, en 2h 04m) y atrapó su 15º trofeo de un Grand Slam, el séptimo que obtiene en Australia y por lo tanto ya coronado como el tenista más laureado en Melbourne. Adelanta el serbio a Roger Federer y Roy Emerson, y amplía la diferencia entre él y el balear, 28-25 ahora en los cruces particulares. La pista dura es su reino y consiguió algo inédito hasta ahora: que el de Manacor se quedase en blanco, sin sumar un solo set, en el desenlace de un major.

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En 25 grandes finales, Nadal siempre había ganado al menos una manga, y en los siete encuentros previos con Djokovic en un episodio definitivo, el español nunca había sumado tan pocos juegos (8). Se le resiste Melbourne, donde triunfó hace 10 años y después ha cedido en cuatro finales. “Es el mejor nivel de tenis que he visto en mi vida”, expresó a pie de pista Nadal, rendido en un duelo que, a diferencia de los seis previos en el torneo, le exigió constantemente un ritmo diabólico.

De entrada, Djokovic abordó el partido como un alud y él se topó con un escenario que hasta ahora no había afrontado en esta edición. En dirección a la final, el balear se había medido a rivales sin colmillos, o bien a alguno (Stefanos Tsitsipas) al que apenas han comenzado a salirle los dientes. El serbio se montó sobre la pelota, sin hacer una sola concesión, cuchillo en mano todo el rato. Divisó a un Nadal titubeante y entumecido, agarrotado, tosco de movimientos y con una gestualidad extrañamente apagada. Se conocen demasiado bien. Levantar la cabeza y ver al otro lado de la red a Djokovic es otra historia, y más si está fino. Nole, el gran Nole, abruma al más valiente.

El balcánico restó profundo, volcado sobre la línea, y mordió cada bola como si no existiera un mañana. Desbordó por tierra mar y aire, en modo caníbal, como el Djokovic de los mejores tiempos. Desdibujó a Nadal, al que ya se le veían detalles muy significativos: esa derecha al aire, –incomprensiblemente al aire, solo él sabe por qué–, esa cabeza baja, esa mirada congelada hacia su box. Malas sensaciones, muy malas. Un puñetazo al cordaje porque no había manera de hincarle el diente al serbio, intratable con el servicio –pleno de primeros en el primer set (15/15), solo uno cedido con segundos (5/6)– y robótico a más no poder. Versión total. Excelso.

El grito propagandístico de Nole

Nadal se lamenta durante la final en Melbourne.WILLIAM WEST (AFP)

Maquinaba, encogía la pista el serbio a base de elasticidad y zancadas, como si fuera un hombre de chicle. No ofrecía una sola rendija y Nadal no daba con la respuesta. Con dos parciales en contra, la final se inclinó un mundo y entró en el terreno propagandístico, en esa dimensión que maneja como pocos el de Belgrado: dos breaks, otros dos mazazos y ya eran tres, cuando el mallorquín solo había cedido dos en todo el torneo; y Djokovic puño arriba, con los ojos inyectados en sangre, profiriendo un grito que se escuchó en todo Melbourne cuando Nadal erró con una derecha cruzada y cerrando con un ace la segunda manga. Mirada al frente, altiva y desafiante. Aquí estoy yo. Otra vez.

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Cada una de sus bolas estaba impregnada de ricina, cada uno de sus servicios suponía un rompecabezas. 12 juegos le costó al balear birlarle un punto devolviendo a su primer saque. Una quimera constante. Solo 9 errores, por los 28 de Nadal. Tercer parcial, otras dos dentelladas. Y Djokovic, un devorador de la estadística que ahora mismo se sabe muy superior, haciéndose más y más grande, gigante, inmenso. Un Djokovic de otro planeta, marciano, abrumador. Sin puntos débiles. Por momentos, abusando.

Hasta el choque, Nadal había edificado su progresión en el torneo sobre la evolución de su saque. Sin embargo, Djokovic destiñó todos los promedios. Del 81% con primeros y el 57,8% con segundos, Nadal pasó a cosechar solo un 51% y un 62%, respectivamente. Ni sudaba el serbio, agresivo (16 de 18 en la red) y vestido de ese Federer pétreo que no siente ni padece en la pista. Directo a por una victoria que le desmarca de Pete Sampras (14), comprime la carrera de los grandes –él 15, los tres últimos consecutivos; Nadal 17 y el suizo 20–, y refuerza la idea de que esta temporada puede reinstaurar la tiranía.

Consiguió Nole lo nunca visto en una cita de esta magnitud: anuló por completo a Nadal, diluido y rebasado. Desconocido y decolorado, porque no hubo color, no hubo épica. Asistió, pero no estuvo. No le dejó Djokovic, el Djokovic multiregistro que flota como una mariposa y pica como una abeja. Hoy día, Nole no tiene rival.

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