Valverde se queda a 1s del maillot rojo en La Covatilla

El norteamericano Ben King logra su segundo triunfo de etapa un día en el que los favoritos apenas se atacan y Simon Yates se pone de líder a su pesar

Benjamin King celebra su victoria.JORGE GUERRERO (AFP)

Hubo hace siglos un cardenal inquisidor a quien le parecía demasiado humilde su apellido, Guijarro, y cuando trepó por la curia se lo cambió por Silíceo, una traducción de piedra tan rimbombante y culta, un falso sinónimo tan soberbio como el propio obispo, un ídolo de la España oscura, o como el maillot rojo de líder que se le escapa a Valverde por un segundo, el que le aventaja Simon Yates, el mismo inglés impulsivo que dominó avasallador el 90% del Giro pasado.

Y no se sabe si el resultado alegra a alguno de los dos, que se lamentan pero no. Valverde dice que le habría gustado vestir...

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Hubo hace siglos un cardenal inquisidor a quien le parecía demasiado humilde su apellido, Guijarro, y cuando trepó por la curia se lo cambió por Silíceo, una traducción de piedra tan rimbombante y culta, un falso sinónimo tan soberbio como el propio obispo, un ídolo de la España oscura, o como el maillot rojo de líder que se le escapa a Valverde por un segundo, el que le aventaja Simon Yates, el mismo inglés impulsivo que dominó avasallador el 90% del Giro pasado.

Y no se sabe si el resultado alegra a alguno de los dos, que se lamentan pero no. Valverde dice que le habría gustado vestirlo, pero mejor así, para que su equipo no se agobie con su peso; Yates dice que es un placer tenerlo pero que no lo esperaba , no lo buscaba y no sabe qué hacer con él, y a su equipo no le gusta organizar al pelotón. La Vuelta no es el Tour, donde cualquiera mataría por ir un día de amarillo. La Vuelta es cruel, la carrera sobria: aquel que se cree por encima cae. No puede haber prisa. Yates es el cuarto líder en nueve días, tras los olvidados Dennis, Kwiatkowski, que cedió en La Covatilla más de lo que se creía, y Molard.

Cuando trepan ágiles, como sin esfuerzo, por las carreteras de la sierra de Gredos de asfalto áspero y abrasador, los ciclistas favoritos, el nudo de la Vuelta, comparten con el clérigo pomposo y dañino el sentimiento de la soberbia. Se sienten superiores a cualquier mortal, a cualquier no ciclista, a quien compadecen porque nunca sentirá lo que ellos sienten, pero cuando las ruedas de su bici rebotan dolorosamente sobre los guijarros —humildes como los cantos de León Felipe, las piedrecitas que sirven de munición para las hondas, del empedrado de la calle de Candelario hermoso, tan empinada—, mientras botan, “cantos que ruedan por las calzadas, por las veredas”, temen pinchazos o averías o caídas y se sienten marionetas.

Y así escala La Covatilla y su viento, con fuertes chepazos, símbolo de su voluntad, el pobre Mollema que sufre y sufre y, condenado a ser segundo, de nuevo, no alcanza al virginiano Ben King, pese a tenerlo ahí, al alcance de la mano, y ya no puede más, no puede evitar que King, feliz, vuelva a ganar como ganó hace unos días en la Sierra de Alfaguara, siendo el más fuerte de una escapada a la que los equipos fuertes, sin capacidad de control sin descabalarse, le dan aire. “No es necesario acelerarse para convertir el día en un examen serio”, se dicen entre sí los directores, que creen saber cómo están los suyos pero no cómo van los rivales, y quieren descubrirlo, y no escuchan los lamentos de los aficionados, tan exigentes, que siempre quieren que los mejores estén delante siempre. “Hoy es día de ir a rueda y ver qué pasa al final”.

Los ciclistas se niegan a olvidar la humildad de su menester, no pueden hacerlo sin traicionarse, sin traicionar su origen. Y cuando el viento juega con ellos en la subida a La Covatilla, donde sufre Miguel Ángel López, llamado Supermán, vuelven a maldecir y a sentirse débiles, y a rebelarse, como Supermán, hijo de campesinos de Boyacá, en Colombia, que ataca después de haberse descolgado, y salta a frenarle rapidísimo Nairo, campesino de Boyacá, también, que justo unos metros antes se ha sentido fatal y, humildemente, le ha pedido ayuda a su compañero Richard Carapaz, hizo de campesinos de Ecuador, que le conforta y devuelve al buen lugar.

“Pero tienen ventaja”, se queja Simon Yates. "Son colombianos y a 2.000 metros vuelan". Y después vuelve a atacar López, y también el holandés Kelderman, que ama el viento y los guijarros, y resiste al sol. Y Nairo vuelve a frenarlos, pero no sigue y prolonga su ataque, y no lo hace porque su compañero Valverde y su maillot verde no haya podido aguantar los ataques, se para, confiesa, porque tampoco está para ir más lejos. Son los dos últimos kilómetros, los menos empinados, el lugar en el que los más fuertes pueden hacer más daño, y Valverde, tan exuberante hasta ahora, no está con ellos, y recuerda luego que a él, desde la primera vez que llegó a la estación de esquí de Béjar, y era un niño de 22 años, la subida se le indigestaba. Perdió 24s respecto al trío Nairo-Kelderman-López, y el liderato por 1s, pero perdió menos que Pinot, Kruijswijk y Gallopin (25s), que Aru (40s), que De la Cruz y Mas, aún tierno y sin golpe de pedal (52s) y que Kwiatkowski (2m 4s), quien cede a su compañero De la Cruz el liderato del Sky. El lunes, descanso.

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