Mourinho: excusas y desencanto

No es escenario Old Trafford, la casa del club más poderoso del mundo, para ir presumiendo de pobre

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José Mourinho, en el partido ante el Brighton.DAVID KLEIN (REUTERS)

Apenas un par de jornadas, ese es el tiempo que ha necesitado José Mourinho para que la cúpula del Manchester United sucumbiese a la tentación de ratificarlo en el cargo, una anomalía que se explica desde la responsabilidad, pero también desde una cierta acumulación de desencantos. Ya son dos las temporadas simulando un combate doméstico poco creíble, tan alejado de los campeones respectivos que el título liguero no parece tanto un reto a...

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Apenas un par de jornadas, ese es el tiempo que ha necesitado José Mourinho para que la cúpula del Manchester United sucumbiese a la tentación de ratificarlo en el cargo, una anomalía que se explica desde la responsabilidad, pero también desde una cierta acumulación de desencantos. Ya son dos las temporadas simulando un combate doméstico poco creíble, tan alejado de los campeones respectivos que el título liguero no parece tanto un reto a conquistar como un objetivo a vigilar. Cuesta creer que precisamente él, acostumbrado a lucir rango de emperador en las tarjetas de visita y autoproclamar su naturaleza especial, se vea obligado a interpretar el papel de detective modesto en los últimos tiempos, el viejo sabueso golpeado por la vida que se sube a un taxi y ordena al conductor que siga a ese otro coche.

En términos matemáticos, la derrota en Brighton no supone más que un pequeño traspiés valorado en tres puntos, una pérdida asumible con treinta y seis jornadas por disputarse más un buen puñado de balas en la recámara, incluidas las de la Liga de Campeones. En lo sentimental, imagen y resultado se convierten en aceleradores de una desilusión arrastrada, tal vez enfermiza, de nuevo presente el equipo lánguido que saluda el paso de los trenes bala desde su ventana. La situación, reversible por el potencial de la plantilla y la experiencia del técnico, se recrudece ante las comparaciones con el vecino de enfrente, un equipo famélico y exuberante que no regala un solo domingo a la incertidumbre de si volverán —o no— las dichosas golondrinas. “Todavía es agosto”, pensarán los aficionados del United para bien o para mal.

“Si Guardiola fuera el entrenador del Manchester, odiaría lo que se está viendo, todo sería diferente. Pero para Mourinho lo más importante son los resultados”, se lamentaba Paul Scholes este mismo verano. La suya fue una afirmación que se desacreditaría en nuestro país con dos brochazos despectivos (“lírico, finolis”) y alguna perogrullada de manual (“al campo se sale a ganar, no a divertirse”), pero en Inglaterra todavía se respeta la opinión de las grandes leyendas, y Paul Scholes ha grabado su nombre en el trofeo de la joyería Garrard & Co en once ocasiones. “Si algún día es entrenador, espero que tenga el 25% del éxito que yo he tenido. El 25% de veinticinco títulos son seis, no estaría mal”, respondió un Mourinho que nunca ha sentido un especial respeto por la historia viva, más allá de la suya propia. Quizás sea ese el motivo por el que acostumbra a proteger su presente y futuro mirando al pasado, un salvoconducto perfecto para quien necesita ganar tiempo en medio de la zozobra.

A la vuelta de la esquina espera ya el Arsenal de Unai Emery, que es equipo propicio para la resurrección, pero también para lo contrario. Será la primera oportunidad de enmendar un comienzo de campeonato errático o comenzar a abonar con excusas el previsible final, la otra especialidad de un técnico que ha ganado mucho pero que nunca pierde del todo. “El crack es demasiado barato y yo tengo demasiado dinero como para consumirlo”, le espetó una vez la malograda Whitney Houston a una periodista que la interrogaba sobre una posible adicción a dicha sustancia. Es el tipo de evasiva que cabría esperar de una diva como ella, pero en su exabrupto flota, aunque triste y macabra, una buena lección para el técnico portugués: no es escenario Old Trafford, la casa del club más poderoso del mundo, para ir presumiendo de pobre.

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