Morir de éxito

El batacazo alemán evidencia que en el fútbol hay ciclos que se estiran mucho más de la cuenta

El seleccionador Low, después de la derrota ante Corea.Matthew Ashton (Getty)

Ni siquiera la solvente Alemania se ha librado de morir de éxito. Ni siquiera la atemorizadora Alemania ha podido eludir el endémico mal de tantos campeones: sufrir de actualidad durante cuatro años, los que separan el testamento de un título de su posterior defensa. A veces, la celebridad confunde. Se pierde la perspectiva del mañana por la creencia de que el ayer es un vitalicio cheque al portador. De repente, mientras otros evolucionan para escalar al trono, el campeón se endominga ante el espejo ajeno a su inv...

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Ni siquiera la solvente Alemania se ha librado de morir de éxito. Ni siquiera la atemorizadora Alemania ha podido eludir el endémico mal de tantos campeones: sufrir de actualidad durante cuatro años, los que separan el testamento de un título de su posterior defensa. A veces, la celebridad confunde. Se pierde la perspectiva del mañana por la creencia de que el ayer es un vitalicio cheque al portador. De repente, mientras otros evolucionan para escalar al trono, el campeón se endominga ante el espejo ajeno a su involución hasta que fallece de realidad.

El tortazo, tan real como inopinado, no pasa necesariamente por que se cruce en el camino un adversario con jerarquía. Basta con una Corea para evidenciar que una dinastía, por alemana que sea, está ya pasada de rosca. Solo así explica su dispersión en el campo, su falta de hueso defensivo, su fractura en medio campo y su fogueo en ataque. A los técnicos les cuesta descabalgar a los que les han encumbrado. Pero no son los únicos nostálgicos. El pueblo extrema su adoración a los ganadores y la celebridad de éstos impide que florezca otra cepa, taponada por los totémicos. Y de llegar algún becario para refrescar al espinazo por lo general nunca se le quita la cara de soldado raso (el pujante Brandt, por ejemplo). No siempre hay algún bizarro visionario capaz de aprobar un ere azulgrana para Ronaldinho, Deco y Eto'o.

En el fútbol hay muchos ciclos que se estiran más de la cuenta, caso de las selecciones y sus cuatrienios Mundiales. No se da la extraordinaria y conmovedora eternidad de Federer y Nadal. No hay club o selección que resista en lo alto del Himalaya sin renovarse. Como muestra, no solo la Champions ha tenido que esperar 27 años para que se repita un ganador (del Milan 89-90 al Madrid 2016-2017). En los Campeonatos del Mundo no se da el caso desde Italia en 1934 y 1938 y Brasil en 1958 y 1962. Y de forma muy diferente. En la Azzurra solo Ferrari y Meazza fueron titulares en las dos finales. Lo de Brasil fue único. En las ediciones de Suecia y Chile, ocho jugadores estuvieron de inicio en el gran día (Gilmar, Djalma Santos, Didi, Zagallo, Garrincha, Nilton Santos, Zito y Vavá). Y hubieran sido nueve si a Pelé no le caza un checo en la primera fase.

En Rusia, Alemania ha jugado contra Alemania. Ya lo hicieran contra sí mismos Brasil en 1966, Francia en 2002, Italia en 2010 y España en 2014. Veamos. Del éxito al batacazo todos hicieron el viaje con la misma muda prácticamente, el mismo regimiento de jugadores. La Canarinha del Mundial de Inglaterra, al que llegó con las victorias del 58 y 62, cayó en la primera fase con la Portugal del glorioso Eusebio y dos equipos sin pedigrí: Hungría –nada que ver con la de Puskas y Hidegkuti del 54- y Bulgaria. Los bleus de Zidane y Henry se la pegaron en Corea y Japón 2002 tras su éxito como local cuatro años antes en una primera fase en la que fueron incapaces de marcar un solo gol a Senegal (0-1), Uruguay (0-0) y Dinamarca (0-2).

Peor aún le fue a Italia en 2010, destronada en la madrugada del torneo por rivales como Paraguay (1-1), Nueva Zelanda (1-1) y Eslovaquia (2-3). El inicio de España en Brasil 2014 fue más crudo, contra la Holanda a la que noqueó en la final de la edición anterior en Sudáfrica. En el Arena Fonte Nova de Salvador de Bahía, en los equipos titulares la Roja envidó con siete de los de la final africana (más con Pedro en el segundo acto); la Naranja solo con cuatro. A España el segundo tiempo se le hizo eterno. En media hora encajó cuatro crochés y se despeñó (1-5). Ya no tuvo remedio contra Chile (0-2) y lo mismo dio su 3-0 a Australia.

Joachim Löw y su cibernético sanedrín de asesores que ven el fútbol a través de un Pentium lanzaron un mensaje contradictorio en el preámbulo de Rusia 2018. Al tiempo que excluyeron a Götze, héroe goleador en Maracaná, prescindieron de Leroy Sané, el desequilibrante y fresco extremo que ha acunado con tino Pep Guardiola en el Manchester City. Ni el ayer (Götze) ni el hoy (Sané). Pero por encima de todo y de todos, Neuer.

El estupendo portero-capitán fue alistado como titular indiscutible pese a llevar todo el curso de enfermería en enfermería y pese a competir con el no menos estupendo Ter Stegen, de parada en parada toda la campaña. Y no deja de ser sintomático que el colosal derrumbe germano ante Corea –la del Sur, no la del Norte que fundió a Italia en 1966- llegara con un cante de Neuer como improvisado pavo real de extremo regateador. O que Müller haya parecido más mexicano, sueco o coreano que alemán. Özil, más atento al futuro de Erdogan, se ha dado un paseíllo por Rusia, Khedira ni eso y a Mario Gómez, exprimido desde el paleolítico, ya no le alcanzan sus 190 centímetros.

¿Y Kroos? El tiempo corre y corre. El triunfo inmortaliza pero no garantiza la perpetuidad. Por eso, hasta el gran Kroos o el sublime Iniesta pueden dar un mal pase en dirección contraria.

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