La Copa da alas al Barça

El equipo azulgrana, tan plagado de suplentes como eficaz desde las bandas, juega un duelo muy serio frente al Murcia

Aleix Vidal marca el tercero para el Barcelona. Manu Fernandez (AP)

Nadie se fijó en él. Iba de verde, llevaba guantes y de vez en cuando bebía de un botellín de agua que colocó al lado del poste izquierdo de la portería que defendía. También se pegaba caminatas de adelante para atrás y vuelta a empezar. Pero para que los jugadores del Murcia vieran algo más que la silueta de Cillessen, debían otear el horizonte y aguardar a un milagro porque por un lado el Barça no fallaba y por el otro, su técnico, demasiado timorato, prefirió perder con dignidad antes que con la ambición de marcar un gol en el Camp Nou.

Necesitaba el Murcia una gesta homérica porque ...

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Nadie se fijó en él. Iba de verde, llevaba guantes y de vez en cuando bebía de un botellín de agua que colocó al lado del poste izquierdo de la portería que defendía. También se pegaba caminatas de adelante para atrás y vuelta a empezar. Pero para que los jugadores del Murcia vieran algo más que la silueta de Cillessen, debían otear el horizonte y aguardar a un milagro porque por un lado el Barça no fallaba y por el otro, su técnico, demasiado timorato, prefirió perder con dignidad antes que con la ambición de marcar un gol en el Camp Nou.

Necesitaba el Murcia una gesta homérica porque debía endosarle al Barça tres goles mínimo, por lo que se presuponía que no sería un equipo rácano sino que trataría de jugar al abordaje, con una presión avanzada que incomodara la salida rival. No fue así, quizá porque el equipo pimentonero carece de pie y fútbol para someter a los azulgrana, que anoche fueron ese chico de la pandilla que se trae la pelota de casa y escoge quién puede o no jugar con ella en el patio. De hecho, se contaron con los dedos de la mano las veces que los futbolistas del Murcia cruzaron la divisoria con el balón controlado. Resulta que Salmerón ordenó a los suyos que se abrigaran en su área y saltaran como un resorte para lanzar las contras; anhelo que no se cumplió porque el Barcelona se tomó el duelo como tocaba, con profesionalidad y entrega. Valverde, siempre de pie, dio ejemplo.

Con la eliminatoria vista para sentencia, el técnico pudo atender a las cargas y sobrecargas de su plantilla y así oxigenar las piernas de los que juegan casi todo, como Messi o Ter Stegen. Así que revolvió cada línea para dar cabida a jugadores con falta de ritmo —Vermaelen y Digne en defensa; Denis en el medio; y Alcácer y Deulofeu arriba—, además de savia nueva del filial como Oriol Busquets, que comparte apellido y posición con Sergio, y Aleñá, que sigue repiqueteando a la puerta del primer equipo pero está a la cola porque se mantiene el overbooking de centrocampistas (nueve para tres posiciones) a la espera de que Arda Turan haga mutis por el foro en la ventana invernal.

Ninguno de los niños dio el cante, todo lo contrario. Oriol Busquets jugó con personalidad y criterio, pendiente de evitar las posibles contras adversarias; Aleñá reclamó más protagonismo y balón, cómodo en la repartición del esférico, aunque poco presente en el área opuesta; y David Costas cumplió con acierto el escaso trabajo que tuvo. El jolgorio estaba en la otra parte del campo.

Sin Messi de enganche, Valverde recuperó la vieja fórmula, esa que pasa por las bandas y en la que los extremos juegan bien abiertos para absorber la pelota y tirar diagonales hacia dentro o pisar la línea de fondo. Aleix Vidal actuó por la derecha, infatigable trabajador tanto en la presión como en los desmarques, inspirado en el quiebro en corto aunque con los pies torcidos para el remate. Hasta que Semedo dobló por su lado y puso un centro a la cabeza que Vidal festejó con alegría comedida, quizá porque era el tercero del Barça. El segundo no fue suyo, pero casi, porque se deshizo de un rival por el carril y sacó un centro que Piqué, atrevido porque sabía que le tocaba relevo, remató a la red. Aunque también hubo agitación y alegría por la izquierda, donde Deulofeu hizo buenas las palabras de Valverde. “Se lo juega a todo o nada”, señaló el técnico. Y anoche, no escuchó el rien ne va plus sino que de buenas a primeras exhibió su velocidad y dribling, con un zigzag que redondeó con un pase a un Vidal que perdió la pelota en el control. En el despeje, sin embargo, la zaga pimentonera lo chutó hacia el medio, hacia donde estaba atornillado un Alcácer que está de dulce porque como si fuera el Rey Midas, todo lo que toca se convierte en oro. Así, puso la cabeza y el gol.

No cambió de táctica el Murcia y el Barça se divirtió de lo lindo, con más goles que festejar. Uno de Denis Suárez, que de nuevo puso el play y la pausa al duelo; y otro de Arnaiz, que salió del banquillo para volver a explicar que su relación con el gol no es casual. El encuentro dio para todo, desde un mar de luces de móviles que embellecieron las gradas esqueléticas del Camp Nou, una ola que animó el cotarro y hasta un pelotazo a un cámara que le tiró de la silla pero que tras levantar el pulgar se llevó la ovación de la noche. Era la Copa, un duelo sin chicha ni limoná por la diferencia abismal entre los dos equipos. Pero mientras el Murcia esperó a verlas venir, el Barcelona jugó con intensidad y vigor, con fútbol y, por una vez, con alas.

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