El oficio de Bañeres

El periodista de Lleida fallecido ayer a los 72 años fue un referente. Cuando se jubiló, elpais.cat publicó el artículo de Ramon Besa que se reproduce

Enric Bañeres, segundo por la izquierda, entre Lluís Canut, Miguel Rico y Toni Clapés en plena tertulia en TV3.

Enric Bañeres ha dejado de escribir, así de golpe, como quien deja de fumar. El jueves firmó su último artículo en Mundo Deportivo, Permitan que les diga, ya hace tiempo que no publica en La Vanguardia y el lunes se despidió también de la tertulia del Basté en RAC-1. Lo hizo con discreción, mucha dignidad y al mismo tiempo con una grandeza que ya no recordaba en nuestro oficio: “Ya llevo más de 40 años en el trabajo y cuando llegas a los 70, como es mi caso, sólo puede haber un punto final”. Y añadió: “No tengo contactos, no estoy implicado con la actualidad, mis opi...

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Enric Bañeres ha dejado de escribir, así de golpe, como quien deja de fumar. El jueves firmó su último artículo en Mundo Deportivo, Permitan que les diga, ya hace tiempo que no publica en La Vanguardia y el lunes se despidió también de la tertulia del Basté en RAC-1. Lo hizo con discreción, mucha dignidad y al mismo tiempo con una grandeza que ya no recordaba en nuestro oficio: “Ya llevo más de 40 años en el trabajo y cuando llegas a los 70, como es mi caso, sólo puede haber un punto final”. Y añadió: “No tengo contactos, no estoy implicado con la actualidad, mis opiniones son las que puede tener cualquier persona que se toma un café en la barra de un bar y cada vez me cuesta más escribir los artículos”.

Una declaración para quitarse el sombrero, porque huye de cualquier concesión, y más del populismo, y nos reconcilia con el trabajo y la vocación de servicio, algo que olvidamos desde que los periodistas aspiramos a ser más importantes que las noticias con la excusa de que hoy ya se sabe todo y ya no hay exclusivas sino filtraciones. Nos engañamos para justificarnos y damos la culpa a los demás. Bañeres da a entender que aspira a recuperar el anonimato para hacer lo que le dé la gana, sin estar pendiente de lo que dicen los otros, ahora que seguramente ya no tiene tanta ilusión por el oficio, y recuerda por otra parte cuáles son las funciones del periodista: estar informado para informar a los que quieren ser informados.

Sus textos eran referentes, de lectura obligada, porque daba noticias y te obligaba a espabilarte y a profundizar en tus convicciones para dudar, reafirmarte o desdecirte

Ya quedan pocos periodistas como Bañeres. Ya sé que habrá quien celebre su jubilación. No ha sido nunca un hombre fácil: había quien lo tenía por un sectario y un pedante, otros lo consideraban un cínico, y también habrá quienes, tras analizar su gran trayectoria, lo acusarán de haber cambiado de bando en un momento de su vida, como si se pudiera pasar del Tele/eXpres al Grupo Godó como si nada. Las redes sociales tampoco le hicieron ningún bien cuando se le quiso identificar como nuñista anticruyffista y antiguardiolista y no tuvieron en cuenta sus libros y obras enciclopédicas, ni su docencia como profesor de periodismo en la UIC.

Todavía recuerdo un artículo suyo, ¿Quién le niega una asistencia a Michael Jordan?, que me sacó de quicio por su mala leche, escrito para hacerse notar. A menudo hemos sostenido opiniones opuestas porque miramos el fútbol de manera diferente y no puedo decir que soy amigo suyo, pero me costará acostumbrarme a su ausencia porque nos hacía mejores a todos. Sus textos eran referentes, de lectura obligada, en Barcelona y en Madrid, y en los periódicos europeos, porque daba noticias y te obligaba a espabilarte y a profundizar en tus convicciones para dudar, reafirmarte o desdecirte. A mí me hizo ver lo bueno que era Xavi después de que yo lo negara por comparación con Guardiola; suerte tuve de él.

Nunca agradeceré bastante a Bañeres cómo me enseñó a partir de la exigencia, de la responsabilidad, del ejercicio del periodismo

Inteligente, escribía mucho y muy bien, tenía una ironía fina y era un gran polemista. Puedo dar fe porque durante un tiempo protagonizamos un intenso mano a mano en La Gradería, de Radio Barcelona. Aquel programa, dirigido por Sergi López, en 1996, fue pionero en el género de las tertulias deportivas cuando aún se debatía y se discrepaba. Discutimos mucho sobre Núñez y Cruyff, la controversia era permanente cada lunes, y la gente, aficionados radicales hoy añorados como Martín Martínez, llamaban a la emisora para dar su opinión. Aprendí mucho, más que nunca en la vida, porque si no estabas algo preparado, si no te habías documentado e informado, Bañeres te ridiculizaba hasta hacerte llorar; le maldije mil veces.

Nunca agradeceré bastante a Bañeres cómo me enseñó a partir de la exigencia, de la responsabilidad, del ejercicio del periodismo. Aprendí a ir a las tertulias con una libreta por miedo de quedarme en blanco, a pensar y apuntar mis reflexiones, a argumentar para no sufrir, a escuchar antes de hablar, a diferenciar entre discrepar y odiar. Tengo un recuerdo inolvidable de aquellas jornadas agotadoras, y más ahora, cuando muchas veces vamos a la radio o en la televisión a darle al pico, darnos importancia y perdonar la vida a los demás, por no hablar de los que se tiran los trastos a la cabeza, como si fuera una comedia, un espectáculo, un reality show lleno de gritos.

Lo recuerdo con nostalgia y gratitud cuando aquellas trifulcas dialécticas se han convertido en una trituradora de carne, como dijo Segurola: “Ahora no son debates, son otra cosa, nada que ver con la argumentación de Enric”

Me estremece tanto el periodismo de tesis, aquel que hace ver que lo sabe todo y resulta que nada se cumple, como el de la mentira, el que difama y acusa sin pruebas, sólo por joder, y en cambio me interesa el que propone opiniones diferentes, incluso antagónicas, sin faltar al respeto. A los periodistas de prensa escrita nos fueron muy bien las tertulias porque hasta entonces nos enfrentábamos a un folio en blanco y decíamos lo que nos daba la gana. El micrófono, en cambio, nos obligó a contrastar las opiniones antes de publicarlas, a ser más cuidadosos, a argumentar de manera sólida, y también a sabernos comportar sin perder los nervios, lo que no quiere decir que desde entonces hayamos aprendido.

Lo recuerdo con nostalgia y gratitud cuando aquellas trifulcas dialécticas se han convertido en una trituradora de carne, como dijo Santiago Segurola: “Ahora no son debates, son otra cosa, nada que ver con la argumentación de Enric”. Bañeres se las ha tenido con mucha gente, últimamente con Joan Maria Pou, otro periodista al que le gusta contrastar, preguntar, discutir, polemizar, un buen representante de una escuela que evoluciona sin olvidar las raíces de este oficio que ha defendido Bañeres con un humor tan fino que el lunes le permitió decir en Can Basté: “Me habéis hecho una pequeña degustación de mi obituario”. Muchos nos hemos mayores con el gusanillo periodístico de Bañeres. Lo deja porque dice que no tiene contactos y no está implicado con la actualidad. Y yo me pregunto: ¿Cuántos periodistas no deberíamos dejarlo si fuéramos consecuentes con el espíritu de trabajo como ha hecho él? Muchas gracias, admirado maestro Enrique.

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