La tercera semana que ansía Nairo

El colombiano dispone de cuatro etapas en los Alpes para hacer temblar a un líder que se ve más fuerte que nunca

Nairo Quintana (i) asciende el Mont Ventoux junto a Chris Froome.Michael Steele (Getty Images)

En vez de aplicarse la maquinilla de esquilar sobre sí mismo, Nairo Quintana ha ido a la peluquería en Berna, achicharrada por la canícula. Se ha hecho un corte juvenil que, combinado con su menudencia, su risa alegre, su pantaloncito corto y su camiseta holgada, le da un aire tan de niño que hace casi imposible creer que en su pecho late el corazón del monstruo que le habita, el depredador que se proclama. Tampoco ayudaría mucho a esa correspondencia un recuerdo de lo ocurrido en el Tour las dos primeras semanas, las de la incapacidad del colombiano para algo más que ir a rueda de un Froome d...

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En vez de aplicarse la maquinilla de esquilar sobre sí mismo, Nairo Quintana ha ido a la peluquería en Berna, achicharrada por la canícula. Se ha hecho un corte juvenil que, combinado con su menudencia, su risa alegre, su pantaloncito corto y su camiseta holgada, le da un aire tan de niño que hace casi imposible creer que en su pecho late el corazón del monstruo que le habita, el depredador que se proclama. Tampoco ayudaría mucho a esa correspondencia un recuerdo de lo ocurrido en el Tour las dos primeras semanas, las de la incapacidad del colombiano para algo más que ir a rueda de un Froome desencadenado cuesta abajo, en abanicos y contrarreloj y contra el viento. Sin embargo es así. Nairo es un depredador que ha ganado un Giro y ha terminado segundo en dos Tours en los que el inglés terminó pidiendo la hora agotado y temblando, pero ganando. Este año le toca cambiar el último verbo. Y en ello cree. "Hay que jugarse el todo por el todo", dice, y sonríe con su sonrisa de chico muy seguro de sí mismo, y añade: "Estoy como el año pasado".

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El día de descanso Froome pasa por la lavandería del equipo a una hora más tranquila que los días de etapa y pasea junto al lago tan pintoresco que ofrece vistas a su habitación de hotel. En los ojos lleva el azul del agua y del cielo que deslumbra y en el corazón la alegría del turista de verano. En la cabeza discurre el Tour como una película que ya ha visto dos veces —el amarillo que tan bien luce en su torso y tres minutos detrás, la amenaza— y sabe cómo acabará, y no le importa volver a protagonizar, pues es un poco infantil y le encantan los finales felices. "De Nairo nunca me fiaré, pero este año no me hará sufrir su tercera semana, la de su fuerza", dice: "Estoy mejor que el año pasado. Me he preparado para llegar fuerte la última semana, y lo he conseguido".

Son, podrían ser si aceptamos los encasillamientos, la vitalidad contra la ciencia, y los Alpes de fondo.

Al Tour le quedan cinco etapas que son cuatro si se resta la del paseo por los Campos Elíseos. Las cuatro se disputan en los Alpes, alrededor del Mont Blanc que todo lo observa, y son durísimas: dos llegadas en alto, una meta tras el descenso del terrible Joux Plane en Morzine y una contrarreloj corta y muy intensa, aun sin llegar a ser cronoescalada. Y a los ciclistas debería quedarles decenas de ataques en las piernas y en su voluntad, pues llevan dos semanas ahorrándolos y dejándolos para cuando hagan falta, que es siempre el día siguiente. Los Pirineos han pasado sosos y del Ventoux ventoso solo se recuerda la carrera de Froome sin bicicleta.

¿Y por qué no ataqué?

"Y no ataqué el domingo en el Jura porque no lo necesitaba y no tiene sentido gastar en gestos inútiles fuerzas que luego se puedan necesitar", dice Froome, que debe su ventaja a la contrarreloj del viento y ya estableció su táctica defensiva a rueda de su hombre, el gigante holandés Wouter Poels. "Tengo al segundo, Mollema, a casi dos minutos, y a Yates, que no me preocupa, y a Quintana, a tres. No está mal".

"Y yo pude haber atacado el domingo, sí", dice Nairo, el killer que no se achanta y no se deprime pese a que el año que más fuerte se sentía se encuentra como todos los años, lejos del amarillo, pues razona y analiza y calcula que todo se debió al viento y la contrarreloj, no a su falta de forma. "Pero no lo hice porque hasta meta había un descenso peligroso y no tiene sentido correr riesgos y atacar solo porque la gente quiera que lo hagas y para dar espectáculo sin más. Hay que atacar con sustancia. Hay que atacar para hacer daño".

Froome se viste siempre de amarillo en los Pirineos, los puertos de su director, Nico Portal, y a A Nairo le gustan los Alpes, su aire y su luz, sus recuerdos y sus puertos, como los del miércoles, la Forclaz en la que Anquetil engañó a Bahamontes, y casi seguido, la presa de Emosson que el colombiano descubrió en abril con nieve, y disfrutó como un niño. Soñando ya con el sol de julio.

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