Djokovic, en la final y nuevo número uno

El serbio vence a Tsonga por 7-6, 6-2, 6-7 y 6-3 y se medirá a Nadal por la corona de Wimbledon

Al otro lado de la victoria (7-6, 6-2, 6-7 y 6-3 en semifinales al francés Tsonga), están el número uno mundial, que pierde Rafael Nadal, la primera final en Wimbledon y el sueño de lograr el primer título sobre hierba. Todo eso consigue Novak Djokovic, el primer serbio en asaltar el trono del tenis y el primer jugador en ese puesto que no es Nadal o Roger Federer desde 2004, tras un partido eléctrico, embarazado de golpes fascinantes y de decisiones en el alambre.

Tsonga arrancó en trance: rompió el primer saque del aspirante y empezó a bailar sobre la pista, mezclando el ballet con el...

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Al otro lado de la victoria (7-6, 6-2, 6-7 y 6-3 en semifinales al francés Tsonga), están el número uno mundial, que pierde Rafael Nadal, la primera final en Wimbledon y el sueño de lograr el primer título sobre hierba. Todo eso consigue Novak Djokovic, el primer serbio en asaltar el trono del tenis y el primer jugador en ese puesto que no es Nadal o Roger Federer desde 2004, tras un partido eléctrico, embarazado de golpes fascinantes y de decisiones en el alambre.

Tsonga arrancó en trance: rompió el primer saque del aspirante y empezó a bailar sobre la pista, mezclando el ballet con el rock, la sutileza con la fuerza, el arte con el instinto. Su propuesta no tuvo orden. Fue un canto al tenis sin ataduras, a la inspiración y las corazonadas. El número 19 compite sin entrenador que le ayude. Hace cosas brillantes. Otras, como dar reveses a una mano cuando ese golpe lo hace con dos, muy raras. Hoy consiguió algo impensable: a los 26 minutos, se lanzó sobre la hierba como si fuera un portero, recuperó la respuesta de Djokovic desde el suelo y ganó el punto. Tembló el estadio. Se levantó la gente de sus asientos. Hubo quien alteró el gesto en el Palco Real, lo nunca visto en Wimbledon, señal de su heroico momento.

El partido tuvo un puñado de esas jugadas, Zamora vestido de tenista, los dos rivales tirándose a por las pelotas como si fueran porteros de fútbol. La grada enloqueció. Aquello no era tenis, era un espectáculo de acrobacias y vuelos sin paracaídas. A Djokovic, sin embargo, no se le puede ganar con fuegos de artificio.

El serbio, sin los brillos de su inicio de curso, compitió esperando a que pasara el tsunami de Tsonga. Donde su banquillo demostró nervios, reclamándole a un espectador que apagara el móvil, levantándose constantemente o señalándose el reloj para decir que el rival tardaba demasiado en ejecutar el saque, él también exteriorizó sus frustraciones, pero como un vehículo para volver al partido. En cuanto consiguió leer el servicio del francés, el encuentro se convirtió en un martirio para Tsonga. El serbio empezó a procurarse puntos de break. Tsonga, a descontarlos con sartenazos. Llegó entonces el decisivo 5-4 de la primera manga. El número 19, sufriente por el lado del revés, que Djokovic le atacaba con saña, podía hacer suyo el primer parcial, dejar su sello en el partido. Perdió ese saque y con él se marchó el encuentro, al que quiso volver demasiado tarde, cuando rompió a su rival cuando este sacaba por el partido. La cuarta manga puso las cosas en su sitio tras un tie-break, el del tercer parcial, tremendo y emocionante, con Tsonga levantando dos puntos de partido y Djokovic nervioso por lo que había un juego.

Nole se encarama al número uno con todo merecimiento: ha perdido un solo encuentro en 2011, ha ganado a los mejores repetidamente (cuatro veces a Nadal, tres a Federer, contra el que cayó en París) y se ha mostrado intratable sobre cemento, arcilla y hierba. Le falta la final de Wimbledon. Ahí, contra Nadal, jugará libre de ataduras, con su sueño de niñez cumplido, libre para ganar su tercer grande, el primero fuera del Abierto de Australia.

Djokovic celebra su victoria ante Tsonga. El serbio es el nuevo número uno.GLYN KIRK (AFP)

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