Columna

Messi por Hleb

Supongo que todavía recordarán ustedes el gol que Dani Alves le marcó al Sporting de Gijón hace diez días. Fue tal la convicción que tenía el jugador brasileño de que iba a marcarlo que entró a la jugada con una potencia y decisión tan grandes que ya sólo le faltó agujerear la red. En la retransmisión televisiva, Valdano comentó que hay goles sutiles, laboriosos, casuales. El de Alves, dijo, había sido un gol determinista. Nada tan cierto. Alves estuvo en todo momento convencido de que era un gol que en algún lugar ya estaba escrito, y la prueba es que entró a marcar como si ya supiera que lo ...

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Supongo que todavía recordarán ustedes el gol que Dani Alves le marcó al Sporting de Gijón hace diez días. Fue tal la convicción que tenía el jugador brasileño de que iba a marcarlo que entró a la jugada con una potencia y decisión tan grandes que ya sólo le faltó agujerear la red. En la retransmisión televisiva, Valdano comentó que hay goles sutiles, laboriosos, casuales. El de Alves, dijo, había sido un gol determinista. Nada tan cierto. Alves estuvo en todo momento convencido de que era un gol que en algún lugar ya estaba escrito, y la prueba es que entró a marcar como si ya supiera que lo había marcado. ¿Quién puede evitar un gol así, un gol determinista?

A Valdano sólo le faltó añadir que el Barça de esta temporada ha leído ya su destino y juega con honda convicción determinista. Como se sabe, todo evento es el resultado inevitable de las acciones precedentes. De acuerdo a esto y si uno es determinista, es posible predecir cualquier evento futuro. Por ejemplo, el Barça ganará la Liga. Que la ganará se nota en partidos como el del Betis cuando, tras una mueca de fastidio por la contrariedad de dos goles en contra -el Betis del sábado hizo una alucinante exhibición de su creencia en el azar-, el equipo barcelonista se enfunda el mono de trabajo y pasa a restaurar lo que nunca debió ser desatado tan bética y frívolamente: el nudo determinista.

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Por eso parecen más ridículos que nunca ciertos esfuerzos mediáticos por hacer creer a los ilusos que se acortarán distancias con el Barça y se podrá dar de tal modo la vuelta a la tortilla blaugrana que ésta, aunque las leyes físicas lo impidan, se convertirá en un glorioso merengue. Eso es algo tan ridículo como la teoría de que Robben es el mejor jugador del mundo. Cuando esa teoría pasó a ser patética, se lanzó entonces el rumor de que Messi ficharía por el Real Madrid. Y cuando se desinfló ese ridículo globo y ya no sabiendo a dónde mirar, se comparó entonces a Raúl -con la excusa del número de goles marcados con la camiseta blanca- a Di Stefano. Me pareció grave que el madridismo se hiciera ese absurdo daño a sí mismo. Por la misma regla de tres, podríamos decir que Raúl es un buen jugador, pero del viejo régimen mientras que el verdadero heredero en el fútbol español del argentino Di Stefano -al que el Barça fichó y el régimen de aquel momento mandó al Madrid- sería el argentino Messi.

De momento, digan lo que digan, es indesligable Messi del podio mundial en el que está su equipo. Se vio en el campo del Betis de forma diáfana. Y es que, del mismo modo que sin Deco y Ronaldinho el Barça no habría ganado la Champions League, el Barça de hoy en día, si le falta Messi y en su lugar juegan Hleb y Keita, por muy bien entrenado que esté, no es el mejor del mundo. Para serlo, le harían falta otros suplentes. Se vio en Sevilla el sábado en la primera parte. Sólo la aparición de Messi y el lujo añadido del fanático determinismo de a pie de los jugadores barcelonistas enderezó las cosas. Visto esto, creo que convendría para la temporada que viene, en primer lugar, reforzar la plantilla con otros jugadores de gran nivel (Cesc, van Persie, Jonás Gutiérrez y Villa) y, por otra, sabiendo que la fuerza del determinismo no va estar ayudándonos siempre, reservar energías y prescindir, por ejemplo, de la Copa del Rey, que a fin de cuentas no interesa (salvo este año) y, además, es organizada por cómplices de los potentados que, sin escrúpulos, nos inyectan el virus Fifa que el sábado, con determinismo y alevosía, nos restó dos puntos.

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