FÚTBOL | Vuelta de los cuartos de final de la Liga de Campeones

El Madrid despliega toda su mística

El equipo de Del Bosque derrota al Bayern en un partido que recordó sus grandes noches europeas

Ahí, en un partido trepidante que desbordó todas las emociones que provoca el fútbol, estuvo el alma de la Copa de Europa, fascinante competición que permite duelos de este calado, con gran juego a veces, con errores superados por la pasión de todos los protagonistas, con un equipo que finalmente derribó la tenaz oposición del Bayern para llevarse una gran victoria. Ése fue el Madrid, que descargó varias trombas hasta alcanzar un triunfo que se le resistió más de lo debido. Pero hubo justicia con el vencedor y con alguno de sus protagonistas, especialmente Helguera, autor de un partido colosal...

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Ahí, en un partido trepidante que desbordó todas las emociones que provoca el fútbol, estuvo el alma de la Copa de Europa, fascinante competición que permite duelos de este calado, con gran juego a veces, con errores superados por la pasión de todos los protagonistas, con un equipo que finalmente derribó la tenaz oposición del Bayern para llevarse una gran victoria. Ése fue el Madrid, que descargó varias trombas hasta alcanzar un triunfo que se le resistió más de lo debido. Pero hubo justicia con el vencedor y con alguno de sus protagonistas, especialmente Helguera, autor de un partido colosal y decisivo en el gol que abrió las puertas de la eliminatoria.

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La trama del partido precipitó la ansiedad del Madrid, que comenzó a todo trapo, con las típicas ocasiones que deciden el resultado. Había desborde por los lados, intensidad en el ataque y un juego rápido que atravesaba las líneas del Bayern. El equipo alemán tuvo el aspecto de los equipos que han visto mucho, pero que han dejado atrás sus mejores años. Es decir, sufrió sin desencajarse con la primera embestida del Madrid. Otro equipo con menos oficio, hubiera sacado bandera blanca en esos momentos de fragor. El Bayern, no.

Resistió porque el Madrid no aprovechó tres ocasiones tempranas. Era el momento del arreón, donde importaba menos el dibujo que la voluntad de imponerse al Bayern sin reparar en gastos. Fueron momentos vibrantes que se repetirían en el comienzo del segundo tiempo, con el Madrid desatado y todo el mundo al abordaje. Fue antes, sin embargo, cuando el Madrid tuvo el partido a su alcance, en dos centros desaprovechados por Raúl y Morientes.

No eran dos pases cualquiera, eran dos goles. En otros días, Raúl no hubiera tenido problemas en dejar la pelota en la red. Pero no era su noche. No llegó a un venenoso centro de Solari, y tampoco llegó Morientes al de Figo. Lo de Morientes es más que preocupante. Cada vez está para menos cosas, sometido a una crisis que pone en entredicho su capacidad como delantero centro del Madrid. Se le ve angustiado y sin convicción.

Pareció durante todo el encuentro que la decisión estaría en los defensas, a la vista de las dificultades de los delanteros. Helguera y Hierro ofrecieron una actuación maravillosa frente a un equipo que funciona de la manera que menos quiere el Madrid, tradicionalmente débil frente a los pelotazos. Porque el partido comenzó con el temor al síndrome de Múnich, donde el monólogo de ollazos acabó por destruir a la defensa del Madrid. Esta vez, no. Hierro y Helguera actuaron con categoría y eficacia, hasta el punto de erigirse en la bandera del equipo en la apasionante segunda parte. Que Helguera fuera el autor del gol hizo justicia a su gran partido, a su instinto goleador y a la evidencia de que los delanteros desafinaban.

Mucho antes de ese gol, el partido trazó varias curvas. A la pujanza inicial del Madrid siguió un buen rato de juego, con una cierta facilidad para llegar al área del Bayern. Faltaron los remates cortos y los largos. No hubo tiros de media distancia para sacar a la defensa alemana, que también disfrutó de un par de héroes. Tanto Kovac, como Linke, con la ayuda del potente Kuffour, bloquearon todos y cada uno de los ataques del Madrid, especialmente en las situaciones más dramáticas.

Una cierta depresión siguió a las ocasiones desperdiciadas por Morientes y Raúl. Al Madrid le faltó un poco de aire y algunas ideas. Lo más notable fue el buen partido de Figo en el primer tiempo. Zidane pasó por más dificultades en ese periodo. No supo si ponerse a servir o pedir criada. O sea, si ayudar a Makelele, que tenía muchos problemas para sacar la pelota, o acercarse hasta la media punta para generar fútbol frente a la defensa. Poco a poco, el Bayern se recuperó y equilibró el partido.

La reacción del Madrid tuvo la incandescencia que necesitaba el equipo y la hinchada, que conectó rápidamente. Fue entonces, en una imponente segunda parte, cuando apareció el mejor Zidane. Abandonó sus precauciones y tomó posesión del juego. Un perfecto remate de Zidane salió escupido por la madera, síntoma del imparable ataque del Madrid y de lo que parecía una noche sin fortuna. Pero entonces llegaron los defensas al rescate: Roberto Carlos penetró por la izquierda, tiró el centro raso y Helguera marcó en el segundo palo.

Todo lo que sucedió después estuvo más relacionado con las emociones que con el juego. Era la Copa de Europa de toda la vida, la que convierte a esta competición en inigualable. El Madrid sentía que el gol no era suficiente. El Bayern sabía que un rechace, un cabezazo, cualquier cosa, le ponía en las semifinales. Y la gente no podía respirar. Chamartín estaba a punto de estallar de emoción, liberada finalmente por el gol de Guti, cierre de un partido que recordó punto por punto a las grandes noches europeas, donde el fútbol es un motor imparable de emociones.