Bulimias de estar por casa

Quizás se deba al desquicie temporal creado por la pandemia y sus confinamientos, pero noto que la programación de las editoriales aún anda un poco manga por hombro

Un momento de la película 'La gran comilona', 1973.United Archives / Cordon Press

1. ‘Mariesca’

La sección de mi atrabiliaria biblioteca dedicada a Javier Marías continúa creciendo a ritmo incontenible: todavía recuerdo cuando los lomos de sus primeras novelas ocupaban escasos centímetros de estantería, muy cerca alfabéticamente de las de Juan Marsé, Carmen Martín Gaite o Augusto Martínez Torres, por poner tres ejemplos entonces cercanos. En aquel tiempo mi biblioteca era todavía un proyecto de lectura manejable y además yo me sentía inmortal, con una existencia matusalénica (vivió 969 años, según Génesis, 5-27) por delante para leer todos los que ya...

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1. ‘Mariesca’

La sección de mi atrabiliaria biblioteca dedicada a Javier Marías continúa creciendo a ritmo incontenible: todavía recuerdo cuando los lomos de sus primeras novelas ocupaban escasos centímetros de estantería, muy cerca alfabéticamente de las de Juan Marsé, Carmen Martín Gaite o Augusto Martínez Torres, por poner tres ejemplos entonces cercanos. En aquel tiempo mi biblioteca era todavía un proyecto de lectura manejable y además yo me sentía inmortal, con una existencia matusalénica (vivió 969 años, según Génesis, 5-27) por delante para leer todos los que ya tenía y los que vendrían después. Ahora, 40 años más tarde, y desvencijadas las megalomanías de juventud, mi biblioteca es un proyecto de locura inmanejable, y la sección “javiermarías” ocupa dos estanterías de doble fila que guardan no solo sus novelas, ensayos y libros de artículos en diferentes formatos (bolsillo incluido), sino también una muestra bastante completita de las traducciones efectuadas a lenguas conocidas o ignotas, con sus cubiertas ilustradas a veces con motivos horrorosos o, cuando menos, pintorescos. Y no solo eso: Marías es, entre los autores de su generación, uno sobre los que más estudios se han publicado (no hablo, claro, de tesis, de tesinas, o de actas mimeografiadas de congresillos universitarios); bueno, pues también los guardo, igual que conservo, todos juntos, los 37 volúmenes de la colección Reino de Redonda, el sello editorial que fundó y que dirige con su mujer, Carme López. Calculo que pronto tendré que buscar más espacio (antes de arrojarme por la ventana para que quepan más libros): Alfaguara publicará en primavera su nueva novela — larguísima, creo— con el título de Tomás Nevinson, que si les resulta conocido es porque así se llama el marido de la inolvidable Berta Isla en la novela del mismo título, publicada en 2017. Por lo demás, la bibliografía mariesca puede aumentar exponencialmente si, de una vez y sin que sirva de precedente, obtiene en este o en próximos años el Nobel de Literatura (a pesar de ser blanco y no pertenecer a ninguna minoría sexual, hasta donde yo sé). Entre los últimos libros de Reino de Redonda —que publicará en primavera un volumen con casi todas las entrevistas que concedió William Faulkner—, les recomiendo muy vivamente Notas para una ficción suprema, de Wallace Stevens (prólogo de José Carlos Llop), recuperando la traducción del propio Marías, originalmente publicada hace más de 30 años (ya somos todos muy mayores) en la mítica revista Poesía, de Gonzalo Armero y Diego Lara. De entre los trabajos sobre su obra, el último que he podido hojear es Javier Marías. El estilo sin sosiego, de José Antonio Vila Sánchez, publicado por las Prensas de la Universidad de Zaragoza. Y, en cuanto a su vecino de estantería Augusto Martínez Torres, acabo de terminar Tuberculosis (Huerga & Fierro), su novela más ambiciosa, en la que la voz narradora (un profesor) cuenta a su amante (y alumna) su propia historia, marcada por la peripecia trágica de dos hermanos gemelos idénticos, su padre y su tío, durante la guerra y la posguerra.

2. Arte

Quizás se deba al desquicie temporal (y espacial, por cierto) creado por la pandemia y sus confinamientos, pero noto que la programación de las editoriales aún anda un poco manga por hombro recuperando los meses del Gran Encierro, lo que me crea cierto desconcierto. En esta ocasión me refiero a la estupenda colección Grandes Temas, de Cátedra, que cada día me recuerda más, por el campo que intenta cubrir, a la hoy escasamente alimentada Alianza Forma, otro sello del mismo grupo Anaya. Casi de sopetón, a lo largo de septiembre, me llegaron tres volúmenes de la serie: Arte desde América Latina, de Gerardo Mosquera; El imaginario español en las exposiciones universales del siglo XIX, de Manuel Viera, y No solo Velázquez, del gran especialista Jonathan Brown, que es el único que me ha dado tiempo a leer parcialmente, y que recoge una serie de artículos y trabajos dispersos (selección de Estrella de Diego y Robert Lubar Messeri) sobre el arte español desde el Barroco a Goya (especialmente, sobre la pintura, pero también sobre el mecenazgo y el coleccionismo real). En todo caso, se trata de libros ilustrados, de contenido denso, que requieren una lectura sosegada y suelen estar dirigidos a público universitario. De ahí mi sorpresa ante la acumulación de novedades en tan escaso lapso de tiempo. Bueno, resulta que Grandes Temas sigue echando humo: en octubre acaba de aparecer Guía visual de la arquitectura en el mundo antiguo, un muy apetecible volumen (pueden ver y leer el primer capítulo, dedicado a la arquitectura prehistórica, en la página web) coordinado por Lorenzo de la Plaza, con dibujos de José María Martínez y textos de Javier Lizasoain.

3. Gastronomía

Ignoro cómo llevarán ustedes los encierros (por no hablar del vergonzoso quilombo institucional-sanitario montado sobre su necesidad o no), pero yo los soporto muy mal. A mí la angustia me ha dado siempre por comer y, ahora que es tan difícil hacer ejercicio, mi bulimia se desmadra más de lo habitual, así que trato de no inflarme de hidratos ni de malas grasas, entre otras cosas porque tengo muy grabadas en la memoria las imágenes de La gran comilona (Marco Ferreri, 1973, guion del genial Azcona), en la que los personajes trataban de suicidarse comiendo a dos (o tres) carrillos. De niño odiaba el pescado, pero ahora me parece manjar de dioses. Por eso he convertido Todo el pescado, de Josh Niland (Planeta), un precioso volumen profusamente ilustrado que cuenta cómo elegirlo, prepararlo y comerlo, en mi libro de cabecera. Y, de hecho, este sábado (hoy para ustedes) me prepararé, siguiendo su receta, un cassoulet que venga Dios y se lo coma.

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