TRIBUNA LIBRE

La escala de la sirena

Para avisar de alteraciones de las mareas, no hay en otras ciudades un dispositivo sonoro tan singular como el de Venecia

La plaza de San Marcos de Venecia, inundada el pasado noviembre por el 'acqua alta'.AFP (MARCO BERTORELLO)

Pareciendo emerger como un espejismo, Venecia no es sin embargo una erección contra natura, sino la expresión emblemática de la capacidad humana de conocer lo que la naturaleza permite, y transformarla en consecuencia. No soy de los que albergan esa nostalgia, tan común en nuestra época, de un estado pretérito en el que supuestamente estaríamos reconciliados entre nosotros y con el entorno natural. Nuestra relación con la naturaleza tiene necesariamente un aspecto conflictivo, del que solo con inteligencia podemos salir bien parados. La naturaleza responde a una necesidad implacable que no per...

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Pareciendo emerger como un espejismo, Venecia no es sin embargo una erección contra natura, sino la expresión emblemática de la capacidad humana de conocer lo que la naturaleza permite, y transformarla en consecuencia. No soy de los que albergan esa nostalgia, tan común en nuestra época, de un estado pretérito en el que supuestamente estaríamos reconciliados entre nosotros y con el entorno natural. Nuestra relación con la naturaleza tiene necesariamente un aspecto conflictivo, del que solo con inteligencia podemos salir bien parados. La naturaleza responde a una necesidad implacable que no permite milagros: se deja desvelar (por la ciencia), pero nunca someter ni violar. Explotar sus posibilidades internas de transformación es lo único que (mediante la técnica) el hombre puede hacer. Pues bien:

Una inteligencia plena de mesura posibilitó esa Venecia que efectivamente los ojos estupefactos de un niño ven como milagrosa transformación del agua misma. La inteligencia dispuso la urdimbre y trama que constituyen los centenares de puentes lagunares, mediante los cuales agrestes islas dispersas se erigieron en lo que vendría a ser la ciudad. Prodigioso tejido, custodiado con mimo en el suceder de las generaciones a fin de mantener un ámbito privilegiado para el hombre, sin herir el entorno natural que sirve de soporte. Pues si se intenta ir más allá, la naturaleza pone al osado en su sitio. De sentirse violentada, o simplemente ignorada, la naturaleza se rebela haciendo inviable la persistencia de esa honra al espíritu humano que es Venecia.

La inteligencia compensa en el ser humano lo frágil de su animalidad, y de ello Venecia es un símbolo

Integrante esencial de la atmósfera sonora de Venecia es el resonar de las campanas en las torres eclesiásticas, alguna de las cuales, así la de San Marcos, es de hecho un emblema de la ciudad. Pero en ocasiones el sonido emitido puede sorprender, pues se trata de señales de alarma para prevenir de la subida de la marea, la temida acqua alta. Como todas las localidades marítimas, Venecia se halla marcada por la alternancia entre pleamar y bajamar. Pero, para advertir de posibles alteraciones del fenómeno, no en todas hay un dispositivo sonoro tan singular como el de Venecia.

Curioso el evocador nombre de sirena (dado en 1819 por su inventor el físico francés Cagniard de la Tour) para un artefacto llamado a alertar. Para los oídos de los venecianos el sonido de las viejas sirenas electroacústicas era usual. Pero la frecuencia de acentuadas mareas hizo necesario sustituirlas por un sistema digital mayormente operativo, completando el conocido sonido con un segundo, menos lúgubre pero más inquietante, que puede incluir hasta cuatro “notas” en escala. Tranquilidad si al sonido convencional sigue una sola y prolongada nota, pues el nivel no sobrepasará los 110 centímetros. Una segunda nota, más alta que la anterior, anuncia 120 centímetros. Inquietud si aparece una tercera, pues son ya 130 centímetros…, y decidida alarma si se introduce una cuarta, ya que el nivel superará los 140 centímetros y, como mínimo, la vida cotidiana se verá fuertemente alterada.

Se ha hablado mil veces de potenciales causas de los nuevos y reiterados fenómenos: la alteración del entorno lagunar por las grandes naves que en tantos lugares son hoy signo de la reducción de antiguos puertos de mar a avenidas de ocio; el fracaso del sistema de protección llamado MOSE, cuyas compuertas han sido incapaces de evitar la calamidad del pasado noviembre; el crecimiento exponencial de aseos que supone la conversión de los palacios en hoteles, con multiplicación de desagües difícilmente compatible con el equilibrio entre estructura lagunar y estructura urbana, lo cual quizás más que con l’acqua alta tiene que ver con la calamidad simétrica llamada acqua bassa… Pues bien:

Para los 50.000 ciudadanos de Venecia que perseveran en el mantenimiento de sus costumbres, celebraciones y lugares de encuentro cotidiano, hay un interno combate: intentar que la emisión de notas múltiples por la nueva “sirena” no apague el ánimo. Pues a partir de la tercera nota y el consiguiente temor de que, una vez más, la cotidianeidad quede interrumpida, surgirá quizás la tentación de trasladar el propio domicilio a terra ferma, acentuando así la sustitución de habitantes de Venecia por contempladores, quienes, en su deambular, tendrán aún menos oportunidades de captar algún rescoldo del alma de la ciudad. Alma cuya presencia ni siquiera barruntan aquellos que, desde las inmensas naves que perturban los zattere, agitan febrilmente unas cámaras ávidas de imágenes asténicas.

La inteligencia compensa en el ser humano lo frágil de su animalidad, y de ello Venecia es un símbolo. Mas entonces, la dificultad para hacer viable el mantenimiento de esa profunda civilización (con espejo en la sencilla riqueza de su vida cotidiana) es signo de la magnitud de nuestra estulticia. Prudente la advertencia de Horacio a todos aquellos que quisieran ignorar su propio fondo: “Expulsa la naturaleza con una furca, retornará siempre”.

Víctor Gómez Pin es filósofo. Premio Internazionale per Venezia (Istituto Veneto di Scienze Lettere ed Arti 2009).

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