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Columna

Elizabeth Holmes, la gran trilera de Silicon Valley

Lo terrorífico del documental 'The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley' es que su historia habla de nosotros: es un espejo que refleja el mundo empresarial en el que vivimos

Lo terrorífico de The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley, el nuevo documental de Alex Gibney para HBO, no es la historia que cuenta (la estafa enorme de una empresaria que iba a ser la nueva Steve Jobs y resultó ser una trilera con ínfulas), ni la voz de ultratumba de la protagonista, Elizabeth Holmes, ni sus ojos enormes y saltones que miran fijamente sin parpadear, ni su ropa negra, ni lo inquietantemente...

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Lo terrorífico de The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley, el nuevo documental de Alex Gibney para HBO, no es la historia que cuenta (la estafa enorme de una empresaria que iba a ser la nueva Steve Jobs y resultó ser una trilera con ínfulas), ni la voz de ultratumba de la protagonista, Elizabeth Holmes, ni sus ojos enormes y saltones que miran fijamente sin parpadear, ni su ropa negra, ni lo inquietantemente frágil que es un sistema financiero frente a cualquier tocomochera. Como explica en la propia película el psicólogo y economista Dan Ariely, lo que de verdad asusta es que la historia de Elizabeth Holmes habla de nosotros: es un espejo que refleja el mundo empresarial en el que vivimos.

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A la Holmes del documental yo no le daría ni las vueltas de un café si me las pidiera a la salida de un bar. No trabajaría con ella si pudiese evitarlo y es probable que me bajase una estación antes si se sentara a mi lado en el metro. Sin embargo, esta muchacha consiguió que los inversores más prestigiosos de Estados Unidos le soltaran 900 millones de dólares para que fabricase una máquina de análisis clínicos que las leyes más elementales de la física decían que no se podía fabricar. Nunca preguntaron, no pidieron que les enseñara un prototipo.

La única explicación a este encantamiento de serpientes es que Holmes encarna la imagen que los capitalistas se han hecho de sí mismos. Era la realización del sueño del emprendedor, del mesías que tiene una idea genial (una visión) y transforma el mundo con ella, haciendo millonarios por el camino a unos cuantos. No estaban invirtiendo, era un acto de fe. Y aterra comprobar hasta qué punto la idea de los empresarios hechos a sí mismos, el individualismo excéntrico y los discursos de autoayuda de Silicon Valley han empapado los cimientos del mundo que pisamos: el día menos pensado, se resquebrajarán a nuestros pies y caeremos en una grieta sin fondo de frases motivacionales.

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