Columna

La perversión obscena de ver la tele por la mañana

Más de un café se me ha quedado frío al alelarme con el ritmo de la tele matutina, y cuando me lo he llevado a los labios me ha sabido a culpa calvinista

Ana Rosa Quintana.

La vida de algunos escritores -la mía, al menos- se parece mucho a la de los feriantes o los viajantes de comercio. Por suerte, no nos meten en pensiones con pulgas o en caravanas y aún nos alojan en hoteles dignos de cuatro estrellitas con desayuno incluido, como si la literatura siguiera importándole a alguien. Es ahí, recién levantados, en los bufés que apenas probamos, removiendo el café con aburrimiento y mordisqueando una tostada con aceite y sal, cuando caemos donde ninguna persona decente y pulcra debería caer jamás: la televisión matinal.

En los hoteles más chic y encorbatados ...

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La vida de algunos escritores -la mía, al menos- se parece mucho a la de los feriantes o los viajantes de comercio. Por suerte, no nos meten en pensiones con pulgas o en caravanas y aún nos alojan en hoteles dignos de cuatro estrellitas con desayuno incluido, como si la literatura siguiera importándole a alguien. Es ahí, recién levantados, en los bufés que apenas probamos, removiendo el café con aburrimiento y mordisqueando una tostada con aceite y sal, cuando caemos donde ninguna persona decente y pulcra debería caer jamás: la televisión matinal.

En los hoteles más chic y encorbatados ponen la CNN para desayunar, pero la mayoría elige TVE o Espejo público o Ana Rosa. Los que viajamos solos no tenemos escapatoria: ninguna conversación nos libra de pegar los ojos en ese carrusel de letras y bustos parlantes que ponen un acento de melodrama a los días que acaban de empezar.

Más de un café se me ha quedado frío al alelarme con el ritmo de la tele matutina, y cuando me lo he llevado a los labios me ha sabido a culpa calvinista. Dejarse hipnotizar por la bronca cotidiana en horario de oficina, cuando cada cual debiera estar a sus faenas, es engañar al día, como escaquearse del trabajo para ir de compras o meterse en un bingo. Yo me digo que tengo excusa, que soy prisionero de mi vida feriante, que cuando estoy en casa no enciendo la tele por las mañanas, pero sé que me engaño. En el fondo me gusta esa sensación de improductividad, de pereza, de pérdida absoluta del tiempo. Y creo que ese es el mayor triunfo de esos programas, que sus espectadores saben que deberían estar haciendo cualquier otra cosa, fingir cualquier ocupación. Incluso dormir hasta tarde es más honroso.

Al segundo café, me despego de la pantalla, pero cada día me cuesta más. Sé que podría pasarme la mañana entera allí y echarlo todo a perder. Tal vez un día suceda y hasta me olvide de escribir estas líneas.

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