Columna

‘Vota Juan’, el trepa que no se fue de Logroño para conformarse con Agricultura

Cualquier guion que incluyera personajes y hechos de la política española de los últimos años sería despreciado por inverosímil y burdo

El humor político es en España un arte difícil y exquisito en el que solo destacan los valientes, los descerebrados o los poetas más sutiles. El dilema al que se enfrenta cualquiera que intente cultivarlo es cómo parodiar o satirizar lo que ya viene parodiado o satirizado de casa. ¿Cómo reírnos del Bigotes o de los que celebraban sus saqueos con "un volquete de putas" si ya han hecho ellos todo el trabajo? Es más: cualquier guion que incluyera personajes y hechos de la política española de los últimos años sería despreciado por inverosímil y burdo.

Tal vez por eso no hay en España una t...

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El humor político es en España un arte difícil y exquisito en el que solo destacan los valientes, los descerebrados o los poetas más sutiles. El dilema al que se enfrenta cualquiera que intente cultivarlo es cómo parodiar o satirizar lo que ya viene parodiado o satirizado de casa. ¿Cómo reírnos del Bigotes o de los que celebraban sus saqueos con "un volquete de putas" si ya han hecho ellos todo el trabajo? Es más: cualquier guion que incluyera personajes y hechos de la política española de los últimos años sería despreciado por inverosímil y burdo.

Tal vez por eso no hay en España una tradición de ficciones satíricas en la tele alla maniera de las del Reino Unido, maestros absolutos en el género. El humor político en España corre en revistas, en viñetas, en programas de sketches y, cómo no, en las crónicas parlamentarias -donde aparece desnudo e involuntario-, pero no ha sido argumento para series cómicas. Vota Juan, estrenada esta semana en TNT con la firma de un triunvirato potente de escritores de comedia (Juan Cavestany, Diego San José y Víctor García León), es una pica en ese territorio tan poco pisado. La serie cuenta el ascenso de un trepa patético y con menos escrúpulos que el peor de los trileros que quiere hacerse con la presidencia del Gobierno desde su marginalidad como ministro de Agricultura.

Es inevitable compararla con la comedia Veep, su modelo poco disimulado (obra del genio absoluto de la sátira política, Armando Iannucci), y aunque esta es mucho más frenética, ingeniosa y salvaje, Vota Juan resiste muy bien. Las interpretaciones de Javier Cámara y María Pujalte, cuyos personajes no fueron a Madrid desde Logroño para conformarse con Agricultura, son sensacionales, los chistes conectan muy bien con el delirio cotidiano de la crónica política y el tono es bufo pero contenido al tiempo, sin cargar la caricatura. La esperanza de la democracia es que Juan Carrasco fracase y se vuelva a Logroño, sin que eso signifique, por favor, el fracaso de la serie.

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