ELOGIO DE LA PEREZA

¡Qué pereza me da escribir esta crítica!

Gianina Cărbunariu reivindica la vieja utopía de la civilización del ocio frente a la realidad inexorable del negocio

Un título híbrido, pues cruza el del ensayo de Bertrand Russell Elogio de la ociosidad con el de la diatriba Derecho a la pereza, de Paul Lafargue, yerno de Marx y divulgador de su obra. Nacido en Cuba de los amores de un hacendado francés con una mestiza, Lafargue publicó esta refutación de La organización del trabajo, de Louis Blanc, en el diario socialista L’Égalité, del que era editor. En sus páginas explica que la sobreoferta de mano de obra provoca sobreproducción de bienes, lo cual causa a su vez que se acumulen stocks y se incremente el paro...

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Un título híbrido, pues cruza el del ensayo de Bertrand Russell Elogio de la ociosidad con el de la diatriba Derecho a la pereza, de Paul Lafargue, yerno de Marx y divulgador de su obra. Nacido en Cuba de los amores de un hacendado francés con una mestiza, Lafargue publicó esta refutación de La organización del trabajo, de Louis Blanc, en el diario socialista L’Égalité, del que era editor. En sus páginas explica que la sobreoferta de mano de obra provoca sobreproducción de bienes, lo cual causa a su vez que se acumulen stocks y se incremente el paro. Cuanto más se trabaja, más se empobrecen los trabajadores, ironiza Lafargue, cuya prédica de las virtudes del ocio, padre de todas las artes, se escucha en este espectáculo de la joven autora y directora rumana Gianina Cărbunariu.

En el prólogo de Elogio de la pereza, Cărbunariu recrea un quimérico Museo del Trabajo y de la Explotación, todavía en ciernes porque en el tiempo futuro en el que esta obra acontece la jornada laboral se ha reducido a tres horas, como propugnó Lafargue en su ensayo.

Tal prólogo, poblado por gentes cuya indumentaria tiene una impronta arlequinesca atemporal de una fantasía equivalente a la que Georgi Yakulov derrochó en el Giroflé-Girofla, de Tairov, abre una puerta a la utopía en época de distopías. Estamos ante una irrealidad aumentada. Ahora que la mengua de los salarios es directamente proporcional al incremento de la edad de jubilación, un Pierrot alunado, una Colombina venusina y otras criaturas de ensueño vienen a anunciarnos que nadie sudará nunca más para ganarse el pan. ¿Cabe ironía mayor?

El espacio escénico limitado a la corbata y las sombras como de luz de candilejas que proyectan los actores contribuyen a crear una sugestión extrema. Si tal es la antesala del museo, ¿qué no nos deparará pasearlo?

A medida que avanzamos ilusionados por su interior, la expectativa se desinfla cual zepelín alcanzado por un platillo volante de La guerra de los mundos: el desarrollo de la función no está a la altura de prolegómeno tan brillante. Uno querría oír en la sala de Los sonidos del trabajo un concierto para máquina Singer y telar de lanzadera, una sinfonía para sirenas fabriles, una sonata para teclado de ordenador o algo más estimulante que lo que allí se nos propone. Lo mismo sucede con las escenas subsiguientes, aunque el ingenioso efecto producido por los movimientos de los actores tendidos en el suelo y reflejados en el espejo gigante dispuesto por la escenógrafa y vestuarista germana Dorothee Curio despierte un interés renovado.

Al texto, escrito durante los ensayos, y al desarrollo de tan buena idea les faltan reposo y fermentación. Vista la experiencia del ciclo Escritos en la escena del Centro Dramático Nacional, un mes o mes y medio resulta un tiempo escaso para fraguar un espectáculo sin texto previo ni compañía estable.

Elogio de la pereza. Escrita y dirigida por Gianina Cărbunariu. Teatro Valle-Inclán. Madrid Hasta el 16 de diciembre.

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