Columna

Aquelarre feminista: la nueva ‘Sabrina’ es hija de su tiempo

Las series sobre brujas siempre han sido una buena manera de medir el grado de sumisión o liberación de la mujer

Fotograma de 'Las escalofriantes aventuras de Sabrina'.Vídeo: NETFLIX

Las series sobre brujas siempre han sido una buena manera de medir el grado de sumisión de la mujer. Después de todo, estamos hablando de mujeres con superpoderes, capaces de convertirte en sapo peludo o ridícula tacita de té cuando les apetezca, que deciden, como la Samantha de Embrujada, utilizarlos para mantener impoluta su casa sin más esfuerzo que el famosísimo y absurdo movimiento de nariz. Corrían los años sesenta –ni siquiera finales de los sesenta, cuando estalló la primera revolución feminista– y todo lo que debía preocupar a la norteamericana media era tener la colada lista...

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Las series sobre brujas siempre han sido una buena manera de medir el grado de sumisión de la mujer. Después de todo, estamos hablando de mujeres con superpoderes, capaces de convertirte en sapo peludo o ridícula tacita de té cuando les apetezca, que deciden, como la Samantha de Embrujada, utilizarlos para mantener impoluta su casa sin más esfuerzo que el famosísimo y absurdo movimiento de nariz. Corrían los años sesenta –ni siquiera finales de los sesenta, cuando estalló la primera revolución feminista– y todo lo que debía preocupar a la norteamericana media era tener la colada lista a tiempo y hacer feliz, domésticamente hablando, a su marido.

Afortunadamente, los tiempos han cambiado. En un momento determinado de la impecable, gótica y oscurísima Las escalofriantes aventuras de Sabrina (Netflix), la propia Sabrina (también impecablemente interpretada por Kiernan Shipka) les cuenta a sus tías, las brujas Hilda y Zelda, que antes de irse a la Academia de las Artes Ocultas –donde todo el mundo va a odiarla por ser mestiza y no van a limitarse a pintarle la taquilla para fastidiarla, van a lanzarle una maldición horrible tras otra, pero le da lo mismo: la nueva bruja no le teme a nada– va a crear un club feminista en el instituto.

A una de sus amigas, cuenta Sabrina, los clásicos matones que juegan a rugby se la tienen jurada porque se viste como un chico y parece un chico. Las tías de Sabrina no entienden nada, porque hace mucho que dejaron de importarles los mortales. Así que Sabrina les dice que un club feminista es una especie de aquelarre: mujeres que se juntan para tener más poder y para que nadie –ningún hombre– les pase por encima. Afortunadamente, decíamos, los tiempos han cambiado, y no solo las brujas han recuperado su atemorizante poder –y sus hechizos en latín–, sino que, aun cuando no pueden utilizar sus poderes, son capaces de empoderar a todo el que le rodea.

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