Columna

¡Ay, Telemadrid!

Ojalá la cadena vuelva a ser una televisión en la que merezca la pena detenerse

Sede de Telemadrid en la Ciudad de la Imagen, en Pozuelo.Samuel Sánchez

Confieso que, cuando salto de un canal a otro, suelo detenerme solo unos segundos en Telemadrid, no me atrae mucho lo que ponen, sin embargo, me recuerdo, a comienzos de los noventa, cuando la oferta televisiva no se había atomizado, viendo este canal autonómico en busca de savia nueva. Era una televisión con gente joven, pionera de exitosos formatos como Madrid directo, e informativos presentados por periodistas en mangas de camisa, un aire desenfadado, lejos en forma y fondo del oficialismo acartonado.

La siguiente escena, años...

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Confieso que, cuando salto de un canal a otro, suelo detenerme solo unos segundos en Telemadrid, no me atrae mucho lo que ponen, sin embargo, me recuerdo, a comienzos de los noventa, cuando la oferta televisiva no se había atomizado, viendo este canal autonómico en busca de savia nueva. Era una televisión con gente joven, pionera de exitosos formatos como Madrid directo, e informativos presentados por periodistas en mangas de camisa, un aire desenfadado, lejos en forma y fondo del oficialismo acartonado.

La siguiente escena, años después, parece una distopía tan de moda hoy en la novela. No pudieron escoger sus gerifaltes mejor lema que Verás la diferencia para demostrar cómo una televisión pública se convertía en un medio de propaganda del Gobierno del PP en la Comunidad madrileña, al servicio de la presidenta Esperanza Aguirre, que salía a diario cortando cintas de inauguración; un relato que ilustraba su impecable gestión, sin individuos ni tramas corruptos, qué sarcasmo recordar aquello hoy, ¿no? Una manipulación burda de la realidad, aumentada por personajes grotescos que presentaban, con una torpeza de sonrojo, informativos nocturnos que eran pura soflama.

De aquellos lodos, qué decir del tristemente célebre programa sobre los atentados del 11-M, vinieron la incesante disminución de telespectadores y un ERE —magnífico eufemismo asumido: regulación de empleo cuando se trata de despido masivo— que acabó con protestas en directo, huelgas, una plantilla aniquilada y la emisión en fundido en negro durante días. Ah, el Supremo declaró después improcedente aquel ERE, pero el daño estaba hecho.

Hoy, con una audiencia raquítica del 4,7%, la peor de las grandes autonómicas, y pocos recursos, es difícil recuperar la credibilidad. No obstante, en los últimos meses se ha recompuesto el consejo de la cadena, en un intento de despolitización, con algunos válidos profesionales del periodismo. El último problema es acordar la elección de un nuevo director sin enfangarse en peleas políticas. Ojalá acierten los consejeros, no quiero ponerme ñoño por las fechas que se avecinan, pero les deseo lo mejor, que enderecen el rumbo para que Telemadrid vuelva a ser una televisión en la que merezca la pena detenerse.

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