Opinión

Egotrip Cristiano

Contemplar una final de Eurocopa hilvanada por profesionales vetustos anclados en los setenta, amuerma

Crisitano Ronaldo se duele tras la fuerte entrada de Payet.Frank Augstein (AP)

En la sosa, fría y aséptica retransmisión de la final de la Eurocopa, si algo se impuso a un partido de atléticos titanes fue el teatrillo de Cristiano Ronaldo. No va la primera línea por los comentaristas de Tele 5, bien liderados durante todo el campeonato por Manu Carreño. Sino por la realización de la imagen a cargo de la televisión francesa. Acostumbrados a ver el fútbol como señores tras la revolución que impuso en España Canal +, contemplar una final hilvanada por profesionales vetustos anclados en los setenta, amuerma.

No hubiese estado nada mal que la Francia de, por supuesto G...

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En la sosa, fría y aséptica retransmisión de la final de la Eurocopa, si algo se impuso a un partido de atléticos titanes fue el teatrillo de Cristiano Ronaldo. No va la primera línea por los comentaristas de Tele 5, bien liderados durante todo el campeonato por Manu Carreño. Sino por la realización de la imagen a cargo de la televisión francesa. Acostumbrados a ver el fútbol como señores tras la revolución que impuso en España Canal +, contemplar una final hilvanada por profesionales vetustos anclados en los setenta, amuerma.

No hubiese estado nada mal que la Francia de, por supuesto Griezmann, pero sobre todo de Sissoko, Pogba, Matuidi, Umtiti, Evra, Sagna, se alzara con el trofeo… Más que nada para darle en los morros a la inmunda Marine Le Pen y a aquellos que suspiran por un país sin matices ni colores, cerrado a cal y canto. Si algún efecto positivo tuvo en su día la escuadra de Zidane fue atemperar la xenofobia a base de triunfos mestizos con su selección. El tremendo gol de Eder desactivó un poco el efecto de la sana medicina que debe poner en valor una nación hoy descendiente y deudora de África.

Aunque si algo quedó para la historia fue el triunfo de Portugal. Sin Cristiano. Esa manía que tiene la vedette madridista de hacer creer al personal que sin él no hay vida, no responde más que a un constante y caprichoso egotrip. Su salida del campo, como si se acabara el mundo, resultó patética. Pero sus compañeros se bastaron para darle una lección: nadie es imprescindible. Mucho menos si se cree Dios. Apareció de nuevo en la prórroga. Para suplantar a un Costa Santos que con su brillante esquema táctico quedó eclipsado por los aspavientos del divo en la banda. Menuda cruz. Insoportable.

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