Opinión

Más premios

Los Globos de Oro responden al capricho de un reducido club de periodistas hambrientos de poder. Slimentan el género con gracia porque invitan a una cena regada con Moët

Ya a la altura de 1977, el personaje de Woody Allen en Annie Hallse preguntaba a qué respondía la manía colectiva de dar tantos premios. “Dentro de poco premiarán a Adolf Hitler como Mejor Dictador Fascista”. La única respuesta fue que le concedieron el Oscar de Hollywood. La dinámica no ha hecho más que crecer. Ante la incapacidad de ofrecer un panorama cultural riguroso, el premio se ha convertido en un punto de encuentro que funciona para la industria y para la sociedad. No hay nada malo en ello, salvo que el premio termina por ser el único baremo aceptado y los medios de comunicac...

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Ya a la altura de 1977, el personaje de Woody Allen en Annie Hallse preguntaba a qué respondía la manía colectiva de dar tantos premios. “Dentro de poco premiarán a Adolf Hitler como Mejor Dictador Fascista”. La única respuesta fue que le concedieron el Oscar de Hollywood. La dinámica no ha hecho más que crecer. Ante la incapacidad de ofrecer un panorama cultural riguroso, el premio se ha convertido en un punto de encuentro que funciona para la industria y para la sociedad. No hay nada malo en ello, salvo que el premio termina por ser el único baremo aceptado y los medios de comunicación, atrapados en una pereza profesional más dañina que la indefinición tecnológica, se apuntan a la ruleta, convirtiendo solo el suceso noticioso de los galardones en la esencia del esfuerzo informativo cultural.

Los Globos de Oro responden al capricho de un reducido club de periodistas hambrientos de poder. Alimentan el género con gracia porque invitan a una cena regada con Moët, lo que en ocasiones ha permitido que los discursos finales se achispen y rompan un poco el protocolo de agradecimiento, convertido en los últimos años en una rutina lastimosa de nombres recitados y cónyuges celebrados. Se presentan con un monólogo de humor vitriólico donde cabe el ataque virtual a Sony, los abusos sexuales de Bill Cosby y el fracaso monumental de algunas películas invitando, con desigual éxito, a todo el mundo a tomarse menos en serio.

Hollywood es una coctelera donde grandes temas se tratan a menudo de manera superficial y previsible y pequeñas aventuras personales alcanzan a veces la estatura de historias universales. En un año que los especialistas consideran de mediocridad preocupante, Boyhood es premiada porque explora los recursos del cine para atrapar el tiempo y recuerda a la industria cinematográfica lo trágico de su renuncia a la ambición creativa en favor de la ambición lucrativa, roto el equilibrio más estimulante de ese oficio.

The Affair o Transparent y hasta el remake de la telenovela venezolana Juana la Virgen recibieron la bendición para expandirse urbi et orbi en la ya no tan pequeña pantalla. Como vaticinaba Alvy Singer en Annie Hall, los premios al Mejor Terrorista y el Mejor Dictador quedaron sin entregar, pero claramente apuntados.

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