Opinión

Regener-arte

La política cultural española pasa por ser otra pata del país que necesita una regeneración absoluta

La política cultural española se trenza sobre muchos elementos. Ya sabemos que el fracaso de la Ley de Mecenazgo se debe a la resistencia de Hacienda. También el hundimiento de las televisiones públicas, verdadero motor de la percepción cultural ante la renuncia de los canales privados a darle alguna notoriedad, afecta gravemente al Estado. Pero en su caso la mala gestión, la corrupción continuada y, para remate, la prioridad de castigar con los recortes financieros a estas entidades, la ha vaciado de contenido. Pero aún hay más. En una entrevista reciente, Agustín P. Rubio, director del MALBA...

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La política cultural española se trenza sobre muchos elementos. Ya sabemos que el fracaso de la Ley de Mecenazgo se debe a la resistencia de Hacienda. También el hundimiento de las televisiones públicas, verdadero motor de la percepción cultural ante la renuncia de los canales privados a darle alguna notoriedad, afecta gravemente al Estado. Pero en su caso la mala gestión, la corrupción continuada y, para remate, la prioridad de castigar con los recortes financieros a estas entidades, la ha vaciado de contenido. Pero aún hay más. En una entrevista reciente, Agustín P. Rubio, director del MALBA, Museo Latinoamericano de Buenos Aires, señalaba directamente a los políticos de nuestro país como culpables directos de que los artistas plásticos españoles no sean más conocidos en el extranjero. Y apuntaba a la falta de recursos e imaginación para trasladar esos nombres a las ventanas internacionales por las que se asoma el mundo al arte.

Pero quizá el problema mayor estriba en la apropiación que hace la política de todas las instituciones. Cada confrontación electoral pone en juego direcciones de museos y teatros, en lo que es una escandalosa defunción del sentido institucional y la categoría profesional de quienes están al mando de estos centros. Personalidades tan distantes como Plácido Domingo o Vicente Todolí, aunque éste señalaba la libertad con la que le permitió trabajar Carmen Alborch en sus tiempos del IVAM, han afirmado en diferentes ocasiones que en España es habitual la intromisión política en los teatros de ópera y centros de arte, donde los caciques tratan de imponer nombres de su confianza, programación y compras de artistas. Esto es una verdad que no por sospechada deberíamos aceptar de manera tranquila.

La política cultural española pasa por ser otra pata del país que necesita una regeneración absoluta. Puede que no escandalice como las vertientes financieras, pero lastra nuestra visibilidad en el mundo. De las televisiones públicas a los centros culturales, la obsesión por las sedes grandilocuentes, el dinero vertido en ladrillo y no en contenido, y la injerencia personalista y el expolio directo, todo señala en una dirección que implique la transparencia democrática y la apuesta por la profesionalidad frente a partidos que funcionan a menudo como ETT o agencias de colocación laboral.

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