Opinión

Cruasán

'Equipo de investigación' abordó el cambio del modelo tradicional de panadería y bollería artesana

Un cruasán.

El negocio de la franquicia está adquiriendo en España categoría de epidemia. La incapacidad del consumidor para escapar de los reclamos más primarios, forma más esclarecedora de la falta de cultura, pero también la necesidad de muchísimas personas de lanzarse a la aventura de ser su propio empleador en un país golpeado por la crisis, posibilitan este crecimiento. No es lo mismo levantar un negocio personal, que ponerse al frente de una marca consolidada que en muchas ocasiones te ofrece el local y la propaganda ya empaquetados. Por eso tuvo tanto interés que el programa de laSexta...

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El negocio de la franquicia está adquiriendo en España categoría de epidemia. La incapacidad del consumidor para escapar de los reclamos más primarios, forma más esclarecedora de la falta de cultura, pero también la necesidad de muchísimas personas de lanzarse a la aventura de ser su propio empleador en un país golpeado por la crisis, posibilitan este crecimiento. No es lo mismo levantar un negocio personal, que ponerse al frente de una marca consolidada que en muchas ocasiones te ofrece el local y la propaganda ya empaquetados. Por eso tuvo tanto interés que el programa de laSexta Equipo de investigación se detuviera sobre un sector en el que la franquicia ha cambiado el modelo tradicional de panadería y bollería artesana en otra cosa que aún no sabemos muy bien ni qué es ni hacia dónde va.

La panaderías Granier ofrecen un reclamo de producto artesanal, pero en tiempos de bolsillos agujereados, su anzuelo más reseñable ha sido el de ofertar tres cruasanes a euro y medio. A partir de ese zurriagazo a la competencia, han ido cayendo competidores, a los que se cercaba en el barrio, y la franquicia, según contaba el programa, ha crecido de manera exponencial con esa rotura de mercado. El secreto no parece estar demasiado lejos de la producción en cadena de un producto congelado con el que los hornos más tradicionales y artesanos no pueden competir ni en precio ni en velocidad del servicio.

No se trata tanto de criminalizar el éxito, ni de convertir el cruasán en la metáfora de nuestra economía, sino de traerle al espectador un modelo de negocio en el que el consumidor tiene la última palabra, pero no siempre tiene tanta información como se le supone. En las ciudades españolas, algunas de cuyas arterias más emblemáticas están tomadas por franquicias y cadenas, el modo de consumo es la forma más eficaz de influencia social. Pese a los discursos tremendistas, que hablan del sistema como un magma en manos aviesas, conviene no dejar de lado el grado de influencia del ciudadano, que con cada euro que gasta está dibujando el mundo en el que quiere vivir. La mejor televisión, incluso en grado menor, es aquella que te hace un poco menos inocente.

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